Parte senza titolo 29

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Despertó con los hombros y los brazos completamente entumecidos. Una vocecilla dulce le susurraba al oído y le daba besos de mariposa en los párpados, que era incapaz de abrir. —Te quiero, Irene —decía. Cuando logró abrir los ojos, se encontró con el rostro de Martha a escasos centímetros del suyo. Trató de moverse, pero tenía el cuello rígido y le dolía todo el cuerpo. Su compañera olía a champú y llevaba el cabello mojado. Vestía un chándal limpio y la observaba desde muy cerca con admiración. —Eres toda una heroína. No sé cómo fuiste capaz de enfrentarte a ellos. ¡Eran dos, Irene! Podrían haberte hecho mucho daño. —Creo que al final tenían más miedo que yo —repuso mientras se estiraba como un gato para recuperar la flexibilidad de sus músculos maltrechos—. Pero ¿tú no estabas inconsciente? ¿Cómo sabes lo que sucedió? —No podía moverme, pero lo oía todo. Lo que me pusieron en la bebida me dejó medio catatónica. ¡Fue horrible! De repente me sentí mal, vomité y me caí. Ellos me agarraron y enseguida me di cuenta de que había caído en una trampa. ¡No sé qué habría pasado si no hubieras llegado justo a tiempo! Te estaré eternamente agradecida por esto, amiga. ¿Me perdonas por mis enfados de estos días? —preguntó con ojos suplicantes. —Claro, Martha. A la inglesa se le saltaron las lágrimas al oírla y acabó liberando un sollozo. Irene también se emocionó y abrazó a su compañera, que se agarró a su cuello con tanta fuerza que casi no la dejaba respirar. —No tiene importancia, tranquila… Cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo —dijo Irene, feliz de recuperar la normalidad con su compañera de cuarto, si es que a aquel nuevo estado de admiración exaltada podía llamársele normalidad. Martha no se cansaba de cantarle alabanzas. La comparaba con Catwoman y Lara Croft. La perseguía por toda la habitación parloteando y hasta se metió en el lavabo cuando Irene quiso ir a ducharse. Al final empezó a añorar a la chica malcarada que se ponía los auriculares desde las siete de la mañana y no le dirigía la palabra en todo el día. Cuando salió de la ducha, donde tuvo que encerrarse con el pestillo echado para perderla de vista diez minutos, hizo prometer a la inglesa que la trataría como siempre y que dejaría de hablar de ella como si fuera la Mujer Maravilla. —Si eso es lo que quieres… Pero nunca olvidaré cómo le atizaste al más bajito en la cabeza. Al final tantos librotes tenían que servirte para algo útil, además de llenarte la cabeza de pájaros. —Tienes razón, por fin les encontré su verdadera utilidad —rio con ganas—. Oye, tendríamos que ponernos en marcha. Hay que denunciar a esos dos. Primero deberíamos hablar con el jefe de estudios y luego con la policía.—No, Irene, no puedo hacerlo —respondió Martha con gravedad. —¿Por qué? Si no dices nada, pueden volver a intentarlo con otra incauta. —Pero si los denuncio, tendré que admitir que los había invitado a mi habitación y que habíamos bebido. Me caerá una buena, quizá hasta me cueste la expulsión. ¡Mis padres me matarán! —Entonces, ¿vas a dejarlos irse de rositas? —Nada de eso. Ya encontraré la manera de ocuparme de ellos, te lo aseguro —dijo apretando los dientes. —Si tú lo dices… —admitió Irene, no muy convencida. —Tienes mi palabra. Por cierto, ¿qué te parece si nos quedamos aquí toda la mañana? ¡Como en los viejos tiempos! Tengo galletas de mantequilla y podemos ver una película en mi ordenador. A Irene le pareció un plan magnífico. Estaba agotada y sólo tenía ganas de quedarse allí, en pijama, oyendo gotear la lluvia mientras bostezaba ante una comedia de las que gustaban a Martha. —¿Y si volvemos a ver Love Actually? Necesitamos un poco de buen rollo. —¡Genial! Había sido una de las primeras películas que habían visto juntas en la habitación, una mañana de domingo muy parecida a aquélla. Irene se sintió cómoda con la vuelta a la rutina, a una familiaridad que había echado de menos más de lo que pensaba. Mientras Irene se reencontraba con aquellas historias entrecruzadas cuyo denominador común era siempre el amor, Martha la tomó de la mano con camaradería. Irene apretó la suya, conmovida otra vez por un gesto espontáneo que destilaba cariño e intimidad. Mirando a su compañera, se dijo que el amor era mucho más que los enredos divertidos y las pasiones edulcoradas que retrataba la película. ¿No era la amistad otra forma de amor, incuso más pura y generosa? La voz en of de Hugh Grant, que interpretaba a un primer ministro británico enamorado de una chica de barrio, miembro de su gabinete, parecieron corroborar sus pensamientos: Siempre que me siento pesimista por cómo está el mundo, pienso en la puerta de llegadas del aeropuerto de Heathrow. La opinión general da a entender que vivimos en un mundo de odio y egoísmo, pero yo no lo entiendo así. A mí me parece que el amor está en todas partes. A menudo no es especialmente decoroso ni tiene interés periodístico, pero siempre está ahí. Padres e hijos, madres e hijas, maridos y esposas, novios, novias, viejos amigos… Cuando los aviones iban a estrellarse contra las Torres Gemelas, que yo sepa, ninguna de las llamadas telefónicas de los que estaban a bordo fue de odio y venganza; todas fueron mensajes de amor. Si lo buscáis, tengo la extraña sensación de que el amor en realidad está en todas partes. A Irene se le humedecieron los ojos al escuchar aquella declaración superpuesta a las imágenes de un montón de parejas, familias y amantes reencontrándose en el aeropuerto. Tenía las emociones a flor de piel y pensó que aquella comedia romántica le venía que ni pintada para desahogarse. Martha, que estaba concentrada en las galletas, le dio un pañuelo de papel del paquete que ya tenía preparado, e Irene volvió a sumergirse en la historia. De las ocho situaciones que se narraban, su favorita era la de Juliet, interpretada por Keira Knightley. Juliet va a casarse muy pronto y se da cuenta de que el mejor amigo de su futuro marido no la soporta.En una escena, el amigo antipático se presenta en su casa y le confiesa que en realidad está profundamente enamorado de ella. Para declararse no abre la boca en ningún momento, sino que va armado de unos grandes carteles escritos a rotulador que va desplegando ante sus ojos y que revelan su secreto y el porqué de su displicencia. A ella le parecía una declaración enormemente romántica, y siempre que la veía se emocionaba. Minutos después, Irene suspiró mientras contemplaba al actor Colin Firth. —Me encanta este hombre. ¡Es tan atractivo! —¿En serio? A mí me parece un poco aburrido: siempre pone la misma cara. —Calla, no sabes de lo que hablas. No es aburrido, lo que pasa es que está atormentado y sufre por amor —lo defendió Irene. Firth interpretaba a un escritor que descubre que su mujer le es infiel con su hermano. Huye de Inglaterra y busca refugio en una casita de campo en el sur de Francia. Allí intenta escribir su nueva novela y se enamora de su asistenta portuguesa. Ella no habla inglés ni él portugués, pero eso no es obstáculo para que caigan rendidos el uno por el otro. Pasan los días y él tiene que volver a Inglaterra a pasar la Navidad con su familia, pero finalmente se olvida de sus obligaciones y se marcha a Lisboa a buscar a Aurelia, su verdadero amor. En una escena quizá algo tópica pero muy emocionante, el escritor se declara a la portuguesa delante de toda su familia y de los clientes del restaurante donde trabaja. Irene miró de reojo a Martha. Incluso ella había dejado de comer por un momento y miraba la pantalla con los ojos brillantes y una sonrisa soñadora en los labios. La película terminó como había empezado, con la imagen del aeropuerto como punto de encuentro de los protagonistas y de muchas otras personas anónimas. Al contemplar aquellas caras de felicidad en la pantalla, Irene se dejó llevar y lloró a lágrima viva, consciente de que aquel año nadie de su familia iba a abrazarla al regresar a casa. Martha, que tampoco vería a sus padres porque iban a esquiar a los Alpes suizos con un grupo de amigos, pareció comprender. Le pasó el brazo por la cintura y le dijo, con tosca ternura: —No te preocupes, Mujer Maravilla. Esta Navidad seremos como hermanas. La cocinera de mis padres me enseñó una receta deliciosa para la salsa de arándanos del pavo. ¡No creas que vas a librarte fácilmente de mí!

la gramatica del amorWhere stories live. Discover now