Capítulo 15

17.3K 2.9K 2.3K
                                    

Después del linchamiento público abandoné la escuela. Para mí fue suficiente el mes que acudí para darme cuenta de que nunca en mi vida quería volver a cruzarme con alguna persona del pueblo, ni siquiera con la familia que me prestaba su casa.

Les tenía un miedo terrible a casi todos, sin excepción. No comprendía su estilo de vida ni sus costumbres o tradiciones, por eso dejé de fijarme en ellas como al principio. Mi curiosidad fue asesinada, igual que mi aceptación a vivir ahí.

Salí de la pequeña clínica del pueblo al día siguiente. Mi abuelo nos recogió en la camioneta para que no tuviera que caminar ni exponerme, ya que todos tendrían sus ojos puestos sobre mí más que nunca. No dije nada en todo el trayecto, tampoco después. Decidí en ese preciso momento que no le hablaría a mi abuelo hasta que todo se calmara en mi mente, porque estaba hecho un caos y no quería volver a equivocarme con mi actitud.

Una vez que volví a casa, me quedé en cama por varios días y me curé lentamente con ayuda de mamá, mi tía y Talía, las únicas personas que no me causaban terror. Todo ese tiempo traté de decir la menor cantidad de palabras posibles para que la interacción con ellas fuese igual de limitada. Quería estar solo, meditar en silencio, dormir todo el tiempo que pudiera.

Jamás estuve tan deprimido como esos primeros días, pero más pronto que tarde me acostumbré. Mi mamá estaba muy preocupada por mí, en especial por el apagón repentino de mi actitud. Sabía que la violencia me lo había provocado, pero no tenía idea de cómo ayudarme a superar ese incidente sin que lo tuviera que mencionar.

Cuando ella quería hablarme sobre eso o preguntar cómo estaba, yo salía de la cama casi corriendo y me encerraba en el baño hasta que estuviera completamente seguro de que ya no me esperaba en el cuarto. Era mejor eso que explotar contra ella por mi incontrolable enojo hacia todo.

Podía pasar horas en el baño sin ningún tipo de problema. Había una gran ventana que apuntaba al cerro, el inodoro era un buen asiento, había algunas revistas viejas a mi espalda que no me molestaba leer por décima vez y, si no olvidaba el celular, me entretenía mirando algo.

Mi WhatsApp seguía infestado de mensajes, pero no quise leer ni uno solo por mi propia paz. Sabía que algunos compañeros estarían insultándome y otros más preguntarían si estaba bien. No lo estaba, para nada. ¿No era obvio?

Los únicos mensajes que vi fueron los de Omar, Edwin y Áureo, pero no le contesté a ninguno. Los dos primeros chicos me escribían casi lo mismo. Querían saber cómo me encontraba y también se disculparon por haber comenzado con su estúpido juego de retos. Se sentían parcialmente culpables, al menos. De Joel ni sus luces.

Aunque yo jamás les respondí, me escribieron como si yo también quisiera charlar. Áureo fue el que más lo hizo. Después de comprobar que estaba en línea, me contaba muy en breves lo que habían visto en la escuela y que esperaba que regresara pronto. Pero eso no iba a suceder, al menos no hasta que me obligaran.

Nadie me visitó porque gracias a mi prima se enteraron de que yo no me la estaba pasando de lo mejor y que no hablaba con absolutamente nadie. Era muy probable que todos en la escuela ya supieran que había optado por la marginación voluntaria. Para mí eso estaba excelente, ya que me sentía menos presionado y preocupado.

Solo pensaba en volver a la capital. Era lo único que quería en ese momento porque allá no tenía ni una sola preocupación. Mis amigos cada vez me escribían menos, pero no me sorprendió después de recordar que nunca contestaba los mensajes. Estaba completamente solo y muy herido. No tenía ni idea de cómo sentirme mejor.

Fueron dos semanas de total aislamiento. Dos semanas en las que casi no comí y donde la cabeza y la espalda me molestaron. Mi mamá se preocupó también por mi debilidad física. Pensó en llamar a otro doctor e incluso consideró buscar un psicólogo para mí. Mi tía le dijo que no iba a encontrar uno en el pueblo porque realmente nadie acudía a ellos. Decían que era para gente loca.

El aroma a lavanda [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora