Capítulo 1

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Mis pasos dejaron rastro sobre el césped, la tierra revuelta y las lavandas pisoteadas. Cualquiera con buen ojo podía seguirme con facilidad justo como lo hacían esos tres, que me cazaban por el bosque.

Corría entre los árboles para salvarme de algo que muy posiblemente dolería. De fondo, aunque lejos, se reían y me llamaban. De vez en cuando miraba hacia atrás, deseoso de no verlos tan cerca de mí. Era un alivio cuando los daba por perdidos, pero una tortura cuando sus siluetas en movimiento reaparecían.

Me hallaba muy asustado, lleno de adrenalina. El aire cada vez me hacía más falta, las piernas no me dejaban de temblar. Mi cuerpo entero se movía por instinto, desobedeciendo a la razón de mi propia cabeza. No podía pensar en nada que no fuese huir lejos, aún con las posibilidades de extraviarme.

Era la primera vez que me sentía tan desprotegido, tan lejos de toda esa ayuda que siempre estuvo a mi disposición. Ahí, en el bosque, no era más que un pobre, asustadizo e indefenso conejo buscando seguridad.

Maldije en el interior de mi cabeza una y otra vez, lamentando mi incompetencia. Hubiera sabido por qué rumbos andaba si tan solo le hubiese prestado la atención suficiente a Áureo cuando los recorríamos juntos. Mi única guía era el aroma del ambiente. Entre más intenso percibiera el aroma de las flores de lavanda, más cerca estaría de su casa.

De paso, averiguaría lo que realmente le sucedió.

Pasadas ya dos horas de largo camino, el trasero comenzó a molestarme

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Pasadas ya dos horas de largo camino, el trasero comenzó a molestarme. Cada cinco minutos me levantaba un poco sobre mi asiento, queriendo disminuir el molesto dolor y las inquietudes de no poder recostarme, aunque sobrara mucho espacio en mi lugar.

Mi madre, que conducía, me observaba de vez en cuando por el retrovisor, pero no decía nada. La conversación con mi abuelo, su padre, era más interesante y seria. Rato atrás pidieron amablemente que me pusiera audífonos o me durmiera para que el trayecto me resultase menos pesado. Yo sabía con bastante franqueza que lo que querían, era que no escuchara su conversación.

Al principio obedecí a sus peticiones, pero me aburrí con rapidez y sueño no tenía. Pausé la música, me dejé los audífonos sobre la cabeza para fingir que no les prestaba atención. Con la mano quité un poco del empañamiento de la ventana, miré hacia el bosque que se extendía por toda la carretera, y escuché atentamente.

Tres días atrás mi padre recibió una llamada desconocida. En ella, un hombre le amenazó con asesinarlo a él y a nosotros si no accedía a una serie de peticiones relacionadas a facilitar el trabajo del crimen organizado en algunas áreas de la capital, donde vivíamos.

Como era de esperarse, mi madre entró en pánico. Y las palabras frívolas de mi abuelo sobre que esa gente era capaz de cualquier cosa, le hizo temer mucho más por nosotros. Le sugirió que nos fuéramos a vivir con él al pueblo bajo la promesa de que ahí estaríamos a salvo. No nos encontrarían de ninguna manera. Y si intentaban entrar al pueblo para nuestra búsqueda, lo sabríamos.

El aroma a lavanda [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora