Capítulo 3

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Afuera del sanatorio el clima era fresco. El sol de las primeras horas de la tarde, en medio de un cielo completamente despejado, fundía los últimos rastros de nieve y escarcha sobre los adoquines.

Aiden atravesó una angosta callejuela rodeada de casas bajas, rumbo a la plaza central. En su mente daba vueltas una y otra vez a las palabras que había intercambiado con el sanador en jefe, justo antes de abandonar las instalaciones del sanatorio. Torciendo el gesto, el anciano había respondido cada una de sus preguntas entre gruñidos. Evidentemente tenía algo en contra de los mercenarios, pero el documento firmado por el alcalde le había aflojado la lengua.

Aiden había obtenido algunos datos interesantes. Para empezar, todos los cadáveres habían sido descubiertos un poco antes o inmediatamente después del amanecer. Siete de ellos habían aparecido en el bosque, y sólo tres en el pueblo. Eso indicaba claramente que el asesino actuaba de noche, por lo general al abrigo de los densos bosques que rodeaban Campodeoro. Otro hecho importante era que los diez cuerpos presentaban el mismo estado de deterioro y consumición, aunque no todos habían sido atravesados de lado a lado como la última víctima.

"Han muerto tanto por la descomposición de sus cuerpos como por esas heridas enormes..."

Al igual que él y que Jenna, el galeno no había visto jamás un cadáver en ese estado, y no tenía una explicación médica para lo que les había sucedido. No supo qué contestar cuando Aiden le preguntó quién, o qué, podría haber hecho algo semejante. Dijo, en cambio, algo de lo más peculiar.

—Quizás de verdad los dioses nos están castigando...

Aiden estaba a punto de descubrir a qué se refería con aquello.

La plaza central se veía bastante menos abarrotada cuando volvió a pasar por allí. Varios de los mercaderes habían levantado sus puestos, despejando la circulación. Sin embargo, notó con cierto asombro que el predicador seguía en el mismo lugar, rodeado por un grupo aún más grande de espectadores. El sacerdote, ataviado con su túnica blanca con detalles en amarillo, estaba parado justo bajo la sombra de la estatua del Redentor, de modo que la figura de piedra parecía bendecirlo con la espada que extendía hacia abajo. Aiden se percató de lo embelesadas que parecían algunas de las personas que lo escuchaban.

—¡Arrepiéntanse, hermanos, arrepiéntanse! —bramaba el profeta, alzando unos brazos flacos como palos—. En el inicio de los tiempos el Redentor nos señaló el camino correcto a seguir, plasmándolo en el Libro de las Verdades; lo hizo tras detener el avance inexorable del Vacío y sus Vástagos, los Devoradores de Almas. Fue Él, y solo Él, quien nos señaló el camino del bien y la rectitud tras salvarnos de la perdición... ¡Pero nos hemos apartado del camino, hermanos! ¡Hemos perdido de vista las enseñanzas de los dioses que el Redentor nos inculcó como su heraldo! ¡Hemos olvidado el honor, la fidelidad y la rectitud!

El sacerdote sacudió el brazo, apuntando hacia el infinito con un huesudo dedo índice. Al hacerlo, su colgante de bronce con el símbolo del Sol y la Espada se sacudía como si tuviera vida propia.

—¡Hemos olvidado los santos valores del Libro de las Verdades! ¡Miren lo que ocurre a nuestro alrededor, miren qué ha sido del honor, la fidelidad y la rectitud! El príncipe vende a su propio hermano a los despreciables paganos norteños, mientras el reino se sumerge en la depravación y la corrupción. En vez de velar por nuestra integridad y unión en la fe, nos preocupamos solo por el oro y la cerveza, el vil néctar que enriquece nuestros bolsillos pero embrutece nuestros corazones. ¡Hemos despreciado a los Cuatro Dioses! ¡Hemos olvidado sus enseñanzas! ¿Y qué han hecho ellos ante tamaña perfidia? —El sacerdote gritaba tanto que comenzaba a quedarse afónico—. ¡Nos han castigado! ¡Han enviado al mal que nos aqueja! ¡Han enviado al monstruo de Campodeoro; el monstruo que nos acecha desde la oscuridad y las sombras, los dominios del Vacío! ¡Lo han hecho para escarmentarnos, para que sepamos que el pecado se castiga y que solo retomando la senda de la virtud nos salvaremos! ¡Lo han hecho para recordarnos que, así como nos enviaron a un héroe para salvarnos de la perdición, pueden sumergirnos en ella por impíos!

Crónicas de Kenorland - Relato 1: Acerca de las tinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora