Capítulo 6

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—Así que no hubo suerte... otra vez. —Brandon se secó el sudor de la frente, arrojando otro barril a la pila que se amontonaba sobre el carro—. Es una verdadera pena, hasta una tragedia diría, considerando lo asustada que está la gente.

—Hará falta un poco más de tiempo —replicó Aiden, indiferente al tono sarcástico del alcalde—. Hace solo cinco días que estamos aquí.

—Sí, lo sé. ¿Y qué han logrado en esos cinco días?

—Bastante más que los anteriores inútiles a los que contrataste. ¿Cuánto tiempo duraron ellos?

—Poco más de una semana, ciertamente. Solo unos días más y batirán su marca... o no. Los dioses no lo permitan.

Aiden frunció el ceño. Jenna se cruzó de brazos y escupió ruidosamente hacia un lado, dando a entender qué pensaba de los reproches del alcalde. Los tres se encontraban en el patio trasero de su casa, un amplio espacio rectangular adoquinado, con parches de césped aquí y allá. Brandon apilaba los barriles de cerveza en un carro lleno de fardos y pertrechos, junto a una enorme puerta doble de roble.

Cerca de uno de los muros que rodeaban el patio crecía un alto fresno. La pequeña Sarah estaba sentada bajo su sombra, aplaudiendo entusiasmada a sus hermanos, Eggon y Ban, quienes se batían en un igualado duelo de espadas. Las armas de madera traqueteaban ruidosamente cada vez que se cruzaban. Daba la impresión de que luego de cada golpe los niños volteaban hacia ellos, como queriendo atraparlos mirándolos, pero Aiden y Jenna tenían sus ceños fruncidos hacia el alcalde, sin prestarles la más mínima atención.

—Tanto ella como yo te prometimos dos semanas —expuso Aiden—. Y el Sindicato siempre cumple.

—Así lo espero. —Brandon se dio vuelta. El sudor hacía que la camisa se pegara a su robusta complexión—. De lo contrario solo pagaré los mil del acuerdo original... Teniendo en cuenta que logren resolver esto, claro.

—Eres libre de intentarlo tú mismo si no te gusta cómo lo estamos haciendo. Por mí puedo marcharme hoy mismo de aquí, y tan amigos. Total, te venían yendo muy bien las cosas antes de que nosotros llegáramos, ¿no? Apenas diez muertos.

Brandon soltó un largo suspiro. De repente parecía muy cansado. Su aspecto hablaba por sí solo: había adelgazado, y estaba pálido, con las ojeras más grandes y marcadas que nunca.

—Por favor disculpen mis palabras... Toda esta situación comienza a afectarme.

—Te entiendo —dijo Aiden—. No todos los días tienes a un maldito loco matando gente del modo más retorcido y raro posible.

—Y más en un pueblo tan aburrido como este —intervino Jenna—, donde lo más emocionante que puede pasar es que un vecino le robe una cabra a otro. En fin, más que por la gente, yo me preocuparía por esos fanáticos de la Orden. Sus discursitos están empezando a meter más miedo que los propios asesinatos. Prácticamente alientan a todos a resignarse a la muerte.

—Se ve que hablar amablemente con ellos no basta —masculló Aiden.

—Respecto a eso —Brandon se agachó y levantó otro barril—, he oído que no dejaste bien parado a uno de los sacerdotes hace unos días, Aiden.

—Ah, ¿no?

—No. La gente dice que desenvainaste tu espada mágica y pusiste el filo sobre su cuello; el pescuezo de un siervo del Redentor que solo predicaba pacíficamente ante sus fieles.

—¿Eso oíste? ¿Textual?

—Palabras más, palabras menos, pero el mensaje era el mismo: el sacerdote era la víctima y tú el cabronazo que lo atacaba sin provocación.

Crónicas de Kenorland - Relato 1: Acerca de las tinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora