16. Suena agradable

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SAN

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SAN

La semana acabó rápido, los pocos días que parecían eternos para Melquíades, para mí se sentían como horas.

Desde que aquel sentimiento abrumó todo mi interior, mantuve distancia con él y creé excusas tontas para no verlo saliendo de mis terapias. Dije que mis padres tenían que recogerme pronto y que mi celular se averió para no contestar sus llamadas.

Él no preguntó en ningún momento si ocurría algo más, solo mencionaba las cortas veces que nos cruzamos que extrañaba comer helado a mi lado y que esperaba que arreglara mi celular rápido para conversar al menos por llamada. Yo lo consolé diciendo que apenas comenzaran las vacaciones, nos veríamos todos los días en el taller. Todo con la esperanza de que, para entonces, aquel sentimiento se hubiera esfumado. Cosa que por supuesto no funcionó.

Mi gato no había pegado el ojo ni para dormir. ¿Lo peor? Lia comenzaba a notar algo raro en mí.

Como justo ahora.

—¿Amor? —preguntó mientras me miraba desde mi regazo—. ¿En qué piensas?

Apreté los labios en una forzada sonrisa y le aseguré que nada. Pero ella no era tonta, por mucho que supiera actuar, Lia ya no se tragaba mi constante mentira. ¿Qué podía decirle? ¿La verdad? "Oye, acabo de descubrir que tengo potenciales sentimientos de atracción por un hombre que veo casi todos los días entre semana." Imposible.

Intenté no darle muchas vueltas al asunto, no había alta ciencia tras mi sentimiento. Era claro y seguro. Me gustaba un hombre, lo que me convertía en una persona posiblemente bisexual.

Nunca desarrollé atracción por otro hombre y nunca imaginé que sería así. Pero ahora que surgió, no lo podía negar.

—¿Sannie? —habló en voz baja—, si sucede algo puedes contármelo.

Pero, por otro lado, estaba mi novia, a quien amaba mucho.

Bajé mi vista y observé su rostro, se encontraba con la cabeza apoyada en mis muslos y el resto de su cuerpo reposaba en el sofá. Tomé un poco de aire y me incliné para besarla, ella lo tomó con sorpresa, pero al instante elevó sus manos y atrapó mis cabellos entre sus delgados dedos, acercándonos mucho más.

Suspiré en medio de nuestro intenso beso y justo cuando estaba por morder su labio inferior, ella se levantó.

—¿Qué pasa? —la miré confundido, creyendo que en realidad solo se sentaría sobre mi regazo como acostumbraba.

Fue todo lo contrario. Tomó asiento al lado y mantuvo una distancia prudente entre los dos.

—¿Amor? —murmuré preocupado.

—No me besaste igual.

Fruncí los labios nervioso y sin entenderlo. A mi parecer fue igual que siempre.

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