Capítulo 17

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Una hora después de nuestra llegada a mi casa en la capital, Rafa tocó a la puerta para decirme que ya se iba. Yo me levanté de la cama y la recibí con otro abrazo más, mencionándole que el lunes —cuando regresara tras el descanso del fin de semana— ya no la vería y que en verdad me había dado mucho gusto verla.

Ella me llenó de besos la mejilla y me dijo que esperaba tenerme pronto en la casa otra vez. Se lo aseguré con mucha confianza, esperando que la situación de mi familia mejorara rápido. Me hubiera encantado tener más tiempo a solas con ella para contarle cómo había estado mi vida en el pueblo, qué cosas me ocurrieron y por qué estaba Áureo realmente conmigo. Quería que fuera la primera en enterarse acerca de quién era yo en realidad.

Una vez que me aseguré de estar completamente solos, volví corriendo a Áureo para abrazarlo en la cama. Me recibió con los brazos abiertos y con un par de giros sin soltarme sobre el gran colchón King Size. Nos sobraba mucho espacio.

Seguimos besándonos por varios minutos, en silencio, sin temor a nada. Áureo fue más tranquilo conmigo, haciendo caso a mis incomodidades anteriores. Quizás mi ritmo era muy lento y aburrido para su experiencia, por eso más pronto que tarde concluí que quedarnos en mi habitación quizás no sería tan divertido para él como podría serlo si yo accedía a ser menos miedoso.

Yo todavía no me sentía muy dispuesto a ceder a un contacto más íntimo. De por sí creía que nuestra relación había sido demasiado apresurada. Por eso me separé de él, sin dejar de observarlo, para sugerirle un pequeño cambio en los planes. Algo se me había ocurrido y no parecía una mala idea.

—¿No quieres salir? —comencé—. Podemos hacer muchas cosas un viernes por la noche.

Se sentó con lentitud, meditando. Yo me puse frente a él, atento a cada uno de sus movimientos. Estaba un poco serio, viendo hacia las cobijas como si ahí estuviese la respuesta.

—¿Como a un bar o algo así? —Arqueó una ceja, buscó mi rostro para asegurarse de no estar equivocado.

En ningún lado estaba permitido que dos menores ingresaran a bares o antros sin identificación oficial, pero en la capital todo era posible con buenas amistades o un saludo de manos que escondiera adecuadamente un par de billetes. Todos lo sabían, por eso creí que era un buen momento para verificar personalmente si eso era verdad.

—Pero no a cualquiera —contesté yo, un poco emocionado.

La ciudad era muy grande, pero también muy diversa. Dentro de ella existía una zona exclusiva para antros y bares gay a donde yo nunca había ido, pero de la que escuchaba demasiado: Zona Rosa. Buen ambiente, buena música, buen espectáculo y sitios donde nada era caro.

Áureo parecía un poco inseguro sobre ir, ya que era un ambiente completamente nuevo para los dos. No sabíamos qué clase de gente acudía, si los sitios se llenaban mucho o si realmente eran lugares seguros. Sin embargo, teníamos que probar suerte o nos quedaríamos con las ganas por el resto de nuestras vidas. O hasta que yo volviera a la ciudad y me dignara a ir solo.

Prendí mi computadora para buscar más información. Los comentarios en las publicaciones de Facebook sobre algunos sitios parecían favorables. Las fotos también eran convincentes. Al menos se notaba que la gente se divertía.

—Si no nos gusta, podemos regresar sin ningún problema —Traté de convencerle con más calma—. Igual traemos el carro, ¿no?

Aunque eso significara que ninguno de los dos podría tomar alcohol. Solo iríamos a observar, quizás bailar un poco, pasar tiempo juntos y conocer más sobre la comunidad a la que pertenecíamos. Era algo que experimentaríamos por primera vez.

El aroma a lavanda [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora