04. Tarjetas olvidadas

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       MICHELLE SE SINTIÓ COMPLETAMENTE pérdida al leer el sorpresivo mensaje de texto. Le otorgó una mirada a su madre, quien se encontraba riendo a carcajadas con su esposo, a apenas unos metros de su hija. Un pensamiento cruzó por su cabeza, pero lo borró en ese mismo instante, porque carecía de coherencia. Sabía que su madre había dicho cosas que no eran bonitas, pero no tenía ningún sentido que quisiera sabotear la relación de su hija. Al menos, no contaba con toda la información necesaria para hacerlo. Su mamá no tenía el número de Kiera y su novia no era el tipo de persona que creía en una sola campana. Si su pareja le estaba diciendo de romper, era por mucho más que aquello que tuviera que ver con los Cullen. Intentó marcar el número, pero fue directo al buzón de voz. Maldijo una vez más, sin saber qué hacer. Volar hasta California no era algo que pudiera hacer libremente, por el simple hecho de que no tenía el dinero para tomar un avión. Debía resolver ello mismo mediante las llamadas, pero parecía ser que su novia la estaba evitando a toda costa luego de lanzar esa bomba atómica.

—¡Olvidé mencionar algo!— la castaña saltó en su lugar al escuchar una nueva voz aparecer frente a su nariz. Al poner su vista en el individuo que había interrumpido sus nervios, reconoció al mismo muchacho que había intentado coquetear anteriormente con ella.— Hay una fiesta este fin de semana, habrá gente de tu edad también.

Mich mordió sus labios.— ¿Y tú crees que iré? Tal vez mi memoria puede estar un poco arruinada, pero recuerdo que apenas unos minutos atrás me habías amenazado con arruinar mi puesto de trabajo.

Él la miró torpemente, mientras se acomodaba su cabello. Había un gran contraste en el muchacho que apareció al inicio, porque ahora estaba completamente rojo como un tómate. Ella le dio una mirada a la entrada, notando que la abuela del chico lo estaba esperando en la puerta. Cuando sus ojos se cruzaron, la mujer levantó sus pulgares arriba.

—Nunca sé cómo tratar con las chicas. Escuché que a algunas les gustan los chicos malos y que tienen malas actitudes.— ella frunció su ceño, mirándolo como si hubiera dicho una locura.— Sucede lo mismo con los gatos, siempre he amado los gatos. A los felinos no les gusta que las personas los ignoren, por eso tratan de todo para que les den su atención y se apegan a ti. Mientras más los ignores, más van a luchar para estar cerca tuyo.

Michelle había tenido un bonito gato cuando era una niña, sus recuerdos la transportaron directamente a cuando tenía siete años. Mercury había aparecido una noche de tormenta, teniendo apenas unos pocos meses de vida. El pequeño gato se fue transformando en uno mucho más grande y los años también pasaron con él, haciendo que muriera un tiempo antes de terminar la escuela secundaria. Desde que ella había terminado la escuela y embarcó un viaje a la universidad, no tuvo ningún tipo de contacto estrecho con los animales, más allá de los que se cruzaba por la calle y trataba de acariciar. Le gustaban los animales, pero no creía que era lo suficiente valiente como para tener uno. Recordó todas las plantas que había tenido en su departamento, si no hubiese sido por Kiera, probablemente todas ellas estarían mucho más que muertas. El problema era que Michelle se olvidaba de las necesidades básicas para cualquier otro organismo vivo, incluso varias veces se olvidaba de preparar su propia cena y debía colocar en su celular alarmas repetitivas. Así que, teniendo en cuenta esas cuestiones, no creía que tendría un animal nunca más.

Sour Candy ⋆ Carlisle CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora