Parte 1

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Sostenía con la mano izquierda el ticket del autobús, se convenció a sí mismo que esa decisión era la correcta, quizá ese sería el principio de su nueva vida donde los tortuosos recuerdos poco a poco se quedarían atrás, en aquel lugar, también sus más preciadas memorias, pero era un sacrificio que aceptaría solo por mantener la paz, tanto para él como para quienes salieron perjudicados por sus arrebatos.

Subió al autobús tan pronto se abrió la puerta, eligió un lugar al lado de la ventana, hace mucho no lo hace, tal vez desde que era un niño, pues ahora es libre, fracasado pero libre ¿Quién diría que le divorcio, el desempleo, el desprecio de su esposa y de sus hijos representarían la libertad? Es un pensamiento muy retorcido, se cuestiona cuando aún mientras nota como sale una solitaria lagrima que limpia rápidamente con la manga de su suéter antes de ser visto por alguien más.

Observa como niño pequeño el camino, se entretiene contando cada auto de color azul, tan absorto en el recorrido como si pudiese perderse en él, que de pronto las largas horas de camino se acaban en un santiamén dando fin al recorrido en autobús, ha llegado, conoce aquel lugar como la palma de su mano tanto que la nostalgia le hace esbozar una triste sonrisa, por ahora no va a llorar, ya lo ha hecho muchas veces por una misma causa.
Se queda en la siguiente parada, suspira pesado, no quiere volver a aquella casa, más bien no es que no quiera, es que le avergüenza su propia vida, pero es mejor que nada. Arrastra la maleta de ruedas por el camino de tierra, los pinos y acres adornan el sublime escenario que representa vivir en una colina llena de ellos, donde la luz se cuela por cada agujero de espacio que dejan las ramas traspasar, hasta tocar el suelo, el estrecho sendero le trae sus mejores recuerdos de juventud, cuando la vida era mucho más fácil, sin tantas preocupaciones, cuando su prioridad era crecer y creer en sí mismo ¿desde hace cuánto no podía sentir paz? Respira, deja que toda la preocupación se vaya, aprieta el paso hasta darse cuenta que el aire le falta, hace tanto no recorre el camino a la casa de sus padres que ha perdido el hábito y la resistencia necesaria para no agotarse en el proceso, su frente suda y su aliento es agitado para cuando ya ha llegado a la entrada del jardín, una suave brisa le refresca gentil, entonces duda un poco, no sabe si desea entrar ¿Estarán decepcionados? El silencio le acompaña por algunos minutos hasta que desde afuera por la tranquilidad que hay, puede escuchar el sonido de una tetera, probablemente su madre había preparado té como cada tarde para disfrutar con su padre.

Lentamente atraviesa el portal cubierto por una enredadera llegando al porche adornado de macetas y flores amarillas, reúne el valor que no tuvo por años, esconde su orgullo y toca el timbre. Espera algunos segundos, tan incesantes que le parecen eternos, escucha pasos lentos y la rechinante puerta de roble se abre dejando a la vista un hombre cabellos blancos que lleva enormes gafas, con cristal tan grueso como el fondo de una botella, este abre los ojos en sobremanera de la emoción, le abraza y sonríe mostrando su entusiasmo y le hace entrar de inmediato, su padre, tan amable como siempre, no pierde tiempo y le lleva hasta donde está su madre.

-Sam… estas aquí…-. Le abraza con emoción la mujer mayor, hace años no ve a su hijo, solo recibe cartas de este desde que aquel se casó, ni siquiera conoce a sus nietos, es una verdadera lástima, pero para ella el solo hecho de verle de regreso genera gran felicidad, tanta como para hacerle dejar salir un par de lágrimas.

-Hace tanto no vienes… Creí que olvidaría tu rostro…
Comenta risueño el padre, con un lejano tono de tristeza en su voz, que Samuel alcanza a entender, es culpable de dejarles tanto tiempo, ha vuelto, no de la forma que esperaba, pero lo ha hecho.

-Yo... me he divorciado… Lamento no informarles antes…

Suelta con una expresión dolorosa y triste mientras toma un sorbo de su taza, explica en aquella tarde soleada sus circunstancias, entonces en su mente el significado de “no hay lugar como el hogar” retumba en sus pensamientos.

Sus padres siempre le han amado, a pesar de la distancia y sus errores. No explicó detalles de todo aquello, pero para sus padres estaba bien, ellos comprenderían muchas de esas cosas, pues muchas de ellas eran por amor, incluso a causa de un amor imposible.
La noche se hizo llegar en nada, para entonces había logrado organizar su vieja habitación, su madre siempre la mantenía limpia esperándole, su dedicación fue simplemente admirable ¿Cuánto le esperó? ¿diez años? ¿quince años? No, quizá fueron más, tantos que ya no recuerda, cuenta con los dedos.

-Diecisiete años…mucho ha pasado.
Acarició los viejos libros de su pequeña biblioteca y tomó un libro que de pequeño amaba, ese viejo libro de cuentos donde había finales felices, deseaba un final como en aquellos cuentos.

Cuando se es pequeño, siempre existen todas estas ilusiones, pero la realidad es otra, descubres que los finales felices no existen, pero si los finales, mas eso no significa que aquello sea malo, solo significa que hemos crecido y sido capaces de aceptar lo que ocurre a nuestro alrededor.

Bajo  el Árbol de Flores AmarillasWhere stories live. Discover now