Capítulo 10

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—¿Una cena? ¿A la que has invitado a Balder?

—Quiero reconciliar a la Familia Real después de haber liberado a Thor. Es absurdo que sigamos comportándonos de esta manera, como si fuéramos enemigos.

—No es por meter el dedo en la llaga, Loki, pero el que se comportaba como un enemigo eras tú, hijo mío.

La mirada de Frigga era la de una madre que sabe que su hijo está tramando alguna treta. Cuando se trataba de Loki era difícil no pensar algo así. Hallbera no la culpaba por ello, puesto que había pensando exactamente lo mismo que la Madre de Todos cuando Loki le había anunciado su idea de celebrar una cena. Sabía que no era una cena inocente para socializar, pero ¿acaso podía detenerlo? Hallbera sabía de sobras que no. Así que fuera lo que fuera que Loki estuviera haciendo, tendría que seguir a su lado. No concebía hacer las cosas de otra forma.

Aún así, las palabras de Brunhilde repicaban en su cerebro. Llegado el momento de la batalla, ¿a quién sería fiel? ¿Al hombre que amaba o al mundo que había jurado proteger? Hallbera rogaba no tener nunca que tomar esa decisión que la rompería en dos.

—No puedes culparme por ello, madre. Pero olvidemos esas viejas rencillas; quiero dar la bienvenida a una nueva era para Asgard. Deseo ser el mejor gobernante posible para los Nueve Mundos, y para ello debo ser conciliador, incluso con aquellos a quiénes detesto.

—Y eso incluye a tu tío Balder, ¿no?

—No es una novedad que no me cae precisamente bien —chasqueó la lengua Loki, en un gesto de desprecio—. Siempre esos modales relamidos y esa amabilidad sin sentido. Debes admitir, madre, que es un hombre tedioso hasta la náusea.

—Es el hermano de tu padre —le recriminó Frigga, dejando a un lado sus labores de costura.

—Eso no ayuda a que me caiga mejor. Pero como ya te he dicho lo que yo sienta respecto a Balder no va a interferir en mis deberes de gobernante. Dicho esto, te ruego que te encargues de organizarlo todo, madre. Convoca a todos y daremos la mejor fiesta que ha visto nunca Asgard, para dar la bienvenida a una nueva etapa para los Nueve Mundos.

Hallbera, junto a Loki, se tensó. Todo olía a chamusquina. Todo. Y Frigga, a juzgar por su gesto desconfiado, debía pensar igual. Pero finalmente decidió confiar en su hijo pequeño y accedió a encargarse de esa celebración.

—Necesito al menos un día para convocar a toda la corte al Palacio Dorado.

—Lo que necesites, madre.

Loki se inclinó ante la Madre de Todos y Hallbera hizo lo propio. Era hora de retirarse y dejar a Frigga continuar con sus labores. Sin embargo, antes de que la reina regresara a sus tareas, le dedicó a ella una mirada torcida. Hallbera la interpretó como un interrogante desesperado: "¿Qué trama mi hijo, muchacha?" Ojalá tuviera una respuesta que darle sin necesidad de llegar a mentir a Frigga. Pero Hallbera, a diferencia de Loki, no era una maestra del engaño.

Cuando salieron a los pasillos del Palacio Dorado y emprendieron en silencio el camino a los aposentos que compartían, Hallbera observó con disimulo la figura de Loki. Su porte era el de un auténtico rey y sus pasos, seguros y rotundos, apartaban de su camino a sirvientes y caballeros de la corte. Lo miraban con temor y reverencia, más no con amor como habían hecho con Odin o Thor. Loki tenía razón: nunca iban a tenerlo en estima.

Empatizaba con esa inquina que Loki sentía desde hacía miles de años. Ella misma, en los tiempos en que había deambulado como una chiquilla por los corredores y jardines del Palacio Dorado, había escuchado infinidad de comentarios llenos de desprecio hacia el más joven de los príncipes. Al principio no les dio importancia; sin embargo, tras su primer encuentro con Loki en los bosques, cuando él le regaló la daga de agua que ahora llevaba firmemente sujeta en el interior de su muñeca, empezó a odiar aquellas palabras venenosas que los nobles asgardianos vertían sobre la figura de Loki.

Loki en Asgard: RagnarökDonde viven las historias. Descúbrelo ahora