Capítulo XIV - Amelia, hay algo que debes saber...

11 2 32
                                    

La camioneta aparcó en una esquina del estacionamiento.

Tan pronto como se apagó el motor, los pensamientos de Eduardo y Amelia comenzaron a correr tan rápido como el latido de sus corazones. Una mezcla de sentimientos los inundaba.

―¿Estás lista? ―inquirió él, mientras volvía a mirarla, se veía preciosa.

―¿Es muy tarde para echarnos para atrás? ―le inquirió de pronto, con una risa que ocultaba genuinos nervios.

―Vale... Ni siquiera hemos entrado todavía ―le dijo afable, tratando de disuadir su angustia―. Calma. Todo va a estar bien. Ya sabes que si no estamos cómodos podemos irnos en cualquier momento.

―Está bien.

―Te ves muy linda esta noche ―le soltó sin más.

El vestido que había comprado le hacía totalmente justicia, y su maquillaje y estilismo hacía que sus rasgos resaltaran de una forma que no había notado antes.

―Gracias ―dijo un poco apenada, bajando la mirada―. Tú también te ves bastante bien.

―Me alegra escucharlo. Sobre todo porque he elegido este atuendo completamente solo.

―¿Puedes superarlo ya, vale?

―Sólo puntualizo las cosas ―atisbó―. ¿Ya está él aquí? ¿Te ha enviado?

―Nos está esperando en la entrada.

―Pues vamos a ello.

―Gracias ―dijo Amelia, sujetando la manga de su traje justo antes de que Eduardo pudiera salir del vehículo―. No habría tenido la valentía de venir esta noche de no haber sido por ti.

―De nada ―le respondió con una sonrisa.

Ambos se encontraron pronto en la bruma de la noche, estaba haciendo bastante frío por lo cual habían llevado un par de abrigos. La neblina cubría completamente las montañas y amenazaba con bajar. El estacionamiento se encontraba cubierto por unas paredes de piedras, las cuales terminaban en enredaderas de flores. Era un lugar bastante bonito.

Estaban en lo que parecía ser un salón de fiestas con estilo antiguo. Podrías decir fácilmente que era un castillo, de no ser por la construcción moderna de concreto que se extendía detrás. Sin mucho esfuerzo llegaron a la entrada, en donde un rubio con una camisa vinotinto abierta en la parte superior y pantalón plomo, los esperaba.

―Realmente has venido ―fue lo que pudo decir una vez que se vio frente a Amelia―. No quería creerlo hasta que te viese aquí.

Su mirada se encontraba completamente perdida en ella, tanto así que la presencia de Eduardo pareció desaparecer del plano. Por su parte ella estaba muerta de miedo, tenía demasiado tiempo que no pasaba por una situación así. Y a la vez, era una emoción bastante adictiva, no recordaba lo que era sentirse nerviosa por algo más que no fuesen sus autodestructivos pensamientos.

―Estás... Estás hermosísima.

―Gracias ―ella trataba de empujar las palabras fuera de su boca―. Tú tampoco estás nada mal.

Y era poco decir eso, puesto que su ropa entallaba perfectamente con su alta y atlética figura. Y su cabello, completamente lacio y con caída a los lados.

―Un gusto verte a ti también ―interrumpió de pronto Eduardo, con una sonrisa.

―Oh, amigo. Lo siento tanto ―se disculpó, mientras que Amelia trataba de mirar a otro lado―. Como que me he distraído un poco...

―Vale, vale ―lo calmó―. No te hagas ningún problema. Entiendo bien lo que está pasando aquí.

Sintió los ojos mordaces de Amelia asecharlo.

Amelia y EduardoWhere stories live. Discover now