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Claudia puso unas chuletas al fuego y las sirvió con patatas cocidas, después del día de trabajo estaban hambrientos. Cuando ya casi había acabado bajó Larry.

—¿Te ayudo con la mesa?

—Claro, aunque no hay mucho que llevar, coge un plato y un par de vasos y yo llevaré un poco de whisky para acompañar la carne.

Salieron al porche, y se sentaron en el extremo donde había un banco y una mesa alargados uno junto al otro, mirando al campo. Alumbrándose con un quinqué de petróleo.

—Algo que me maravilla de aquí Claudia, es el cielo, en la ciudad no hay estrellas en cambio aquí es imposible contarlas todas.

—A mi marido también le gustaba, el se crió en un pueblo y desde pequeño soñó con tener un rancho y vivir bajo el cielo estrellado.

—¿Le echas de menos?

—¡Sí, mucho! —pero será mejor que no hablemos de esas cosas que me ponen triste y tenemos una misión, ¿recuerdas?

Larry se sentía muy a gusto hasta ese momento, cuando Claudia comentó lo de la misión, él miró al suelo y se sintió apesadumbrado, como quien sabe que tiene que hacer algo pero no está convencido de que eso vaya a funcionar.

—Tranquilo Larry, anoche no fue tan mal, ¿no?

—No claro Claudia, no es por ti, no me malinterpretes, es sólo que esta idea tuya no termina de encajarme.

—Bueno Larry, tampoco le des más vueltas hombre, después de todo es mi cuerpo y yo lo hago por ti y por Betsy, ¿lo sabes verdad?

—¡Si claro! Y te lo agradecemos un montón, tal vez no debería hablar de mis dudas contigo.

—¡En eso te equivocas! Es bueno hablar, tanto conmigo como con Betsy, y si no estás seguro, pues lo dejamos y ya está.

—Bueno, eso no es tan sencillo, ahora Betsy está tan obcecada con este tema que me echaría a patadas de casa si le digo que no quiero.

—Pues entonces no se lo digas y sigamos con el plan. Mira voy a mi cama, me desnudaré y me pondré un poco en situación déjame unos minutos antes de entrar, a ver si hoy encajamos bien a la primera, ¿vale?

—De acuerdo —respondió Larry.

Claudia entró, se metió en la cama y con sus dedos comenzó a acariciarse para que cuando llegase su yerno su entrada estuviese ya suficientemente lubricada y apunto para el coito.

Pero tras unos minutos tuvo que detenerse, pues se encontró tan nerviosa y excitada que se aproximó peligrosamente al orgasmo. Se preguntaba dónde estaría su yerno y si se habría arrepentido mientras tanto, así que le llamó.

— ¿Larry? ¿Larry, ya puedes subir, estoy lista? —dijo en voz alta.

Entonces Larry apareció, únicamente adivinó su silueta en la oscuridad de la noche.

— ¿Estás listo? —le preguntó.

— Si, ya me he desnudado y bueno me he tocado para poner esto a punto yo también —contestó su yerno.

— Yo estoy lista Larry, colócate encima de mi como anoche y verás que hoy entrará como la seda.

Claudia se sintió extraña al pronunciar esa frase, le estaba invitando a cubrirla como si tal cosa y le estaba diciendo a su yerno que tenía su sexo a punto y lubricado.

Larry gateó por encima de las sábanas y palpando las piernas de Claudia se colocó entre sus muslos para proceder al coito. Todo muy ordenado, todo muy calculado, todo tal vez un poco frío, pero en sus mentes ambos pensaban que así era lo mejor.

Cogió sus muslos y se colocó entre ellos, Larry cogió su herramienta y buscó la entrada de Claudia, restregando con su glande sus labios vaginales y rozando sin querer su clítoris, el contacto disparó la alarma de Claudia quien exhaló.

— ¿Te he hecho daño? —preguntó él.

— No en absoluto Larry, anda déjame que te ayude —dijo Claudia mientras palpaba en la oscuridad hasta chocar con el pecho fibroso de Larry y a partir de ahí guiarse hasta su herramienta. La cogió entre sus dedos y admiró su dureza y su tersura secretamente.

Éste se inclinó sobre el cuerpo de Claudia y ella la condujo certeramente hasta su entrada. Con una leve presión sus labios se abrieron y ella apretó los dientes mientras un torrente de sensaciones hacían mella en su espíritu.

—¿Hoy quieres también acabar pronto? —preguntó Larry.

—¡Si claro, adelante querido! —dijo Claudia.

Las rítmicas penetraciones de Larry martirizaron a Claudia que se aferraba a su espalda como una loca, intentando ahogar cuantos gritos y gemidos luchaban por salir de su garganta. Y lo que era peor, sentía tanto placer que dudaba si podría contenerse por mucho tiempo.

En cambio Larry hoy se sentía como un toro, se veía que el campo y el trabajo duro le habían sentado bien y sus calientes músculos, hinchados por el esfuerzo bombeaban sangre a raudales.

Todo confluyó para que las ardientes embestidas vencieran la resistencia de Laura y ésta alcanzó un terrible orgasmo que la llevó a contraerse y agarrarse con fuerza a la espalda de su yerno, mientras sus muslos se cerraban en su cintura y sus pies se entrecruzaban en su trasero para apretarlo con sus caderas y sentirlo lo más dentro de ella que le era posible.

— ¡Oh dios, o dios no! —gritó Claudia presa del éxtasis.

Larry fue consciente de lo que ocurría y no pensó ni por un momento que él fuese a despertar tal reacción en su suegra, pero así era, así que arreció en sus embestidas y se dejó llevar inundando su sexo con su semilla y dejándola exhausta bajo él hasta que por fin sus contracciones de cintura fueron a menos y sus respiraciones y jadeos se fueron aplacando hasta dejarse oír los grillos que fuera amenizaban el silencio de la noche.

—¡Lo siento Larry, no he podido evitarlo! —dijo Claudia avergonzada.

—¡Lo sé, pero no tienes que avergonzarte de nada! Yo también me corro, tienes derecho a ello.

—Ya pero pensaba que esto no ocurriría —se lamentó ella aún muy impresionada por su propia reacción.

Larry aún permanecía encima de él, con su verga clavada bien adentro, aún dura y excitada. Por lo que inconscientemente la movió un poco más en su interior.

—¡No puedo creer que aún la tengas tan dura y gorda Larry!

—¡Oh perdona, ahora soy yo el avergonzado! —dijo él sacándola rápidamente.

—No pasa nada Larry, no me importa, ambos hemos disfrutado de esto, no debemos sentirnos culpables, sino esto no funcionarla.

—Sí, supongo que sí —dijo Larry levantándose de la cama y marchándose por la puerta.

Claudia se quedó sobre su cama, esperando que la semilla de su yerno hiciera efecto y tal vez deseando secretamente que no tardase mucho en quedarse embarazada, pues las poderosas fuerzas que se habían desatado aquella noche en su lecho, amenazaban con provocar un tsunami en sus vidas.


Vaquero de CiudadWhere stories live. Discover now