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Aldo miró a la niña, seguía dormida. Se sentía extraño, incluso ella llevaba uno de los doce vestidos que Maribel le había mandado a hacer. Sonrió al recordar la ilusión que les hizo a las costureras confeccionarlos, parecían de muñequita, recordó que dijeron. No se atrevía a tocarla, se veía tan delicada y lo parecía ahora más frágil por estar sola en el mundo. No quiso pensar de quien era la culpa.

—Mierda —dijo al ver el mensaje de Esteban, poniéndose de pie para llamar por teléfono. Necesitaba caminar para distraerse —. Carmen, hola perdona que te llame pero... sí, estoy bien pero... ¿es posible que pueda venir? Es una urgencia y... no, estoy bien pero... necesito su ayuda con algo... —viendo a la niña dormida —, muy pequeño, gracias, gracias... —dijo aliviado —, yo... sí, cosas para una bebé de... un año aproximadamente.

Cuando terminó la llamada miró a su alrededor.  Respiró profundo y volvió a marcar. Apretó los puños, mientras sonaba.

—Necesito que dejéis de hacer estupideces —ordenó tan pronto escuchó la voz de Bosco atender entre risas de alegría que no paraban a pesar de lo serio que sonaba —. Que bajes el puñetero conjunto o lo que sea que le estés mostrando a tu novio... No, no Bosco. Necesito que dejes todo y... ¡Bosco! —ordenó —, no voy a resolver esto por teléfono y a gritos. Salid de ahí, volved a casa como os he dicho y... esperadme ahí.

Cogió su abrigo y salió en dirección del piso de Bosco. Una de las ventajas de no tener servicio era que darle explicaciones a nadie.

—¿Dónde está la niña? —preguntó Xavi ilusionado por verla. Siempre iba delante de Bosco y Matthieu que fue el primero en verlo parado en mitad del salón del piso de Bosco, con un cigarrillo en la mano, tratando de controlar su nerviosismo a la perfección. Tenía una expresión fría y sin rastro de duda.

—A tu habitación —ordenó Aldo sin mirarlo, estaba pensando en lo que iba a decir.

—Sí... —dijo sin rechistar, siguiendo de largo sin entrar en el salón.

Bosco y Matthieu lo vieron y cerraron la puerta. Su semblante lo decía todo. Aldo no era alguien que se pusiera serio, no era su estilo serlo pero en ese momento no pensaba en otra cosa que en dejar claro todos los puntos. Los vio parados uno al lado del otro, con el rostro lleno de preocupación, tratando de contener la alegría que esa bebé les había provocado. Respiró profundo y por fin lo dijo.

—Mañana van a venir los dos abuelos, el padre de Ricardo y el de Maribel.

—¿Por qué? —preguntó Bosco sujetando la mano de Matthieu.

—Esteban me llamó —queriendo ignorar la pregunta tan infantil —, me dijo que Ricardo lo llamó, el papá de Ricardo se llama igual —puntualizó —, y supo que la niña estaría conmigo. Yo era el único amigo que tenía en Madrid —dijo desviando la mirada —, y Maribel solo hablaba de lo bien que la trataba. No conocían a nadie más en Madrid —insistió tratando de no sentir nada mientras daba otra calada.

—¿Qué les vas a decir?

—Bosco —suplicó enfadado. No quería ser él el adulto, no quería tomar esas decisiones pero parecía que no le dejarían opción —, ellos son su familia directa, ¿sabes qué significa eso? —viendo como poco a poco la mirada de su amigo se desviaba —. ¡Lo sabes! —ordenó para volver a verlo.

—No le hables así —ordenó Matthieu.

—¡Tengo que hacerlo! —gritó aun más fuerte para verlo a los ojos —, porque vosotros pensáis que podéis jugar a la familia con una niña que no es suya. ¿Cómo estáis tan seguros de que no vais a terminar en un mes o dos?

—Aldo... —advirtió Matthieu, ofendido por la idea de que dudara de la seriedad de su relación.

—¡No! —gritó, no podía desperdiciar esa adrenalina —, ¡no! A eso me refiero. Esa niña necesita estabilidad y vosotros sois muy jóvenes, deberíais estar de novios, dejarlo todo e iros a ver otros países, hacer locuras... no tener una niña de quien no sabéis ni su nombre.

Apareces túWhere stories live. Discover now