TARTA DE BIENVENIDA

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¡Olita de mar! 

Desde aquí da inicio la historia. Espero que puedan darle una oportunidad :) 

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Al abrir la puerta el humor familiar de la casa le golpeó el rostro, titirito en silencio, conmovido por los recuerdos que se paseaban frente a sus ojos. A su lado, satisfecho y con la misma incertidumbre, su padre le dio ánimos tocando su hombro; dos palmadas y un empujoncito que lo invitaron a entrar; porque Fugaku también era orgulloso y expresar su sentir no era simple. Apenas se encaminaban a ello y el sendero después de tanto tiempo se veía largo e interminable, pero a su manera iluminado.

Suspiró, luchando con el zumbido chiquitito que nacía en sus oídos, dio media vuelta para observar el rostro apacible y sonriente de su pareja que aguardaba pasos atrás. Él sonrió. Con sus ojos bonitos Naruto lo animó a entrar y Sasuke sintió que el calor de su sol lo cuidaba. Bastaba con que Naruto encendiera la chispa para que el ardiera, de amor, de deseo o de valentía. Sonrió agradecido y escuchó la risita traviesa de su pareja detrás de sus oídos, también el sonoro gimoteo chiquitito de su hijo, inconsciente de todo, festejando de alguna forma el estar ahí.

El primer paso fue el más difícil, casi se acobarda, casi da dos pasos hacia atrás, casi se quiebra en la entrada, casi, casi...Pero no lo hizo, porque Naruto estaba ahí, porque para bien, ya nada era como antes. Con el resto de los pasos fue como si sus pies se movieran solos a través del pasillo angosto en la entrada. Rápidamente se llenó de gusto, de añoranza, de recuerdos agridulces. La melancolía mostraba su manto dulzón, pintando sus mejillas y haciendose nudos en su pecho, en el de Naruto, en el de todos.

Subió la escalera, corriendo, agitado. Las pisadas de su padre fueron detrás, se escuchaban igual de animadas, y un poco más abajo Naruto también subía, más lento. Al llegar al fondo, permaneció de pie y en silencio, con la vista fija en la perilla dorada, mientras sus manos buscaban la forma de tocarla sin sentirse el mismo chiquillo quebrado de antes.

Sasuke se limpió el rostro con las mangas largas de su suéter. El picor en su nariz se volvió insoportable, aspiró lento y pesado. Detrás la risilla de Naruto lo hizo vibrar. Reconoció un poco de burla y un tanto de pena.

—Anda — lo invitó a continuar. — Estoy aquí... — añadió. Como si supiera que necesitaba escuchar eso.

Pues así era, lo necesitaba.

—Lo sé... — respondió bajito, aun con la vista fija en la perilla. El pecho de Fugaku se apachurro y bajó la vista.

—Sasuke, puedo hacerlo yo si así lo prefieres... — comentó como queriendo y no. Su hijo negó.

—No, no, lo tengo que hacer yo — se animó a responder. Dio un saltito y se talló nuevamente el rostro. Valiente, se aventuró a abrir la puerta. El chillido bajito de las bisagras de metal se metió en sus oídos provocando un zumbido que Sasuke reconocía de alguna vida en algún otro tiempo. Siseó para sí mismo, callando al ver la alfombra y las cortinas azul marino. Todo era igual que antes.

—Con los días se llenó de polvo — comentó detrás su padre. Naruto suspiró al ver la habitación, se rió de nervios y quizá por los recuerdos que caminaban frente a sus ojos. — Yo mismo lo limpie. También cambié las sábanas y las cortinas, sé que te gustan oscuras — añadió el hombre dando un paso hacia el interior de la habitación.

—G-gracias... — respondió bajito, totalmente conmocionado. Sasuke permaneció en la entrada de la habitación sin poder moverse. Apretó los puños, se talló el rostro nuevamente, ardía, y le faltaba el aire. Todo era como lo recordaba, y se sintió quebrar porque desde ahí, en la puerta, parecía que nunca se hubiera ido.

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