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Veía con detenimiento cada gota de café caer del filtro de la cafetera casi hipnotizado con la forma en como la jarra de cristal se iba llenando de a poco de líquido café, ni siquiera estaba pensando en algo solo muy concentrado en esa acción que jamás le había despertado algún tipo de curiosidad, pero que por esos días se había convertido en su único relajante. Su mente se estaba volviendo pesada, no le permitía dormir sus seis horas necesarias, ni comer por completo su plato, ni hacer ejercicio, mucho menos podía cumplir con su labor.

Cada vez que cerraba sus ojos la imagen del joven de castaños ojos aparecía en su mente llenándolo de la angustia de no poder sacarlo del auto, en sus sueños recreaba una y otra vez la situación como si su subconsciente tratara de encontrar la forma de salvarlo, pero regresando a la cruda realidad al despertar. Habían pasado cuatro días y lo único capaz de aminorar un poco la culpa emocional era quedarse trabajando jornadas extras, llenar informes y hacerle seguimiento continuo al proceso de adopción del pequeño Jisung.

Aún no tenía las agallas de hablar directamente con Kim DongYoung, de cierta forma se sentía responsable por la tragedia que estaba sufriendo, se preguntaba qué estaría haciendo, pues cuando se enteró que vivía solo, era el único en condiciones de hacerse cargo y además no había hablado con su hermano en cinco años solo pudo sentir una pesada lástima por el chico. ¿Qué tan difícil debe ser su vida ahora?, se preguntaba, él sabía lo difícil que era valerse por si mismo, pero ahora tener que criar a un bebé que ni siquiera había planeado era simplemente caótico.

Había pensado en ir al funeral, aún no se decidía, sería en unas horas, pero él aún continuaba hipnotizado con el café; no le parecía bueno para su salud mental tener que ver de nuevo los ojitos miel del niño que le había salvado la vida, aun así, tampoco consideraba adecuado no presentar su pésame. Mirando las gotas cafés pensó en cómo eran los ojos de DongYoung, era extraño, en los ocho años que llevaba siendo parte de la policía nunca se había fijado tanto en los casos que había tenido que resolver; creía que tenía que ver con el hecho de haber presenciado una muerte, pero sentía que no era solo eso pues él de verdad quería hablar con el pelinegro en otras circunstancias.

El pensamiento se le incrustó en la cabeza, si se hubieran conocido en otras circunstancias, ¿lo habría invitado a salir?, lo consideraba algo improbable pues no le gustaban las citas ni intimar con desconocidos, pero es que esos ojos cafés oscuros inundados en lágrimas le gritaban que lo cuidara. En definitiva, no era sano acercarse a esa familia en esa situación o dejarse llevar por ese instinto protector que le decía que no los desamparara, que ellos lo necesitaban; lo que menos necesitaba DongYoung era de un hombre lleno de culpa injustificada que quería redimirse.

-Mirarlo fijamente no hará que esté más rápido – la voz del capital de su escuadrón lo sacó de la burbuja haciendo que al fin quitara los ojos de la cafetera.

- Lo siento – Taeyong no tenía ganas de dar explicaciones o mantener una conversación así que optó por escapar de la sala de descanso.

- ¿Pensando en esa familia? – odiaba que el capitán Seo fuera tan intuitivo.

- Más o menos – hizo una mueca y frunció el ceño.

- Es tu culpa – soltó el mayor haciendo que Taeyong abriera los ojos como platos - Es lo que quieres escuchar ¿no?

Taeyong no lo admitiría, pero en los cuatro días que habían pasado lo único que escuchaba de todas partes era que No era su culpa, incluso el destrozado DongYoung le había dicho que le agradecía por salvar a Jisung, que por favor no se culpara pues no había nada que pudiera hacer. ¿Cómo es que todos eran tan ciegos?, era su culpa, él pudo salvarlos, él había sujetado incluso la mano del señor Lee y había escuchado su voz; era imposible no sentir que no había hecho lo suficiente.

- Bien, si ya terminaste de lamentarte, hay que asistir a ese funeral – el capitán le hizo una seña para que salieran del lugar.

Al final fue arrastrado al cementerio, lugar que estaba tratando de evitar, desde el momento en que el auto en el que iba junto al capital y el oficial Nakamoto aparcó en el lugar su corazón empezó a latir de forma violenta; su cuerpo parecía reacio a bajarse, como si supiera lo de tendría que enfrentar y lo quisiera negar. Respiró hondo tratando de calmarse, desabrochando el cinturón lentamente, saliendo del carro con paciencia e incluso escondiendo su rostro de la mirada de compasión que le daba Yuta.

El día era hermoso, el cielo despejado y la ventisca fría de finales de febrero, los pájaros incluso pasaban por ahí cantando mientras se situaban en los árboles que había cerca de las tumbas, no parecía el ambiente de un funeral o al menos no se parecía al que su niño de siete años recordaba. Al acercarse al lugar donde se haría el entierro de la pareja Lee observó que solo se encontraban cuatro personas en el lugar sin contar al sacerdote y a los trabajadores del lugar.

De inmediato reconoció a DongYoung que se veía mucho más prolijo y arreglado que esa vez en la estación de policía, si lo pensaba había tenido que sacar al pobre de la cama hacerlo vestir rápidamente con lo primero que encontró y darle la terrible noticia; había visto al hombre en la peor condición y aun así su mente había pensado en que era hermoso. Ahora usaba una gabardina color azul oscuro que le daba un porte elegante que no pensaba posible en una persona que atravesaba por ese momento difícil, de lejos se veía apuesto, pero la culpa lo hacía sentirse mal por pensar así.

Los tres oficiales se acercaron haciendo una reverencia a los asistentes los cuales respondieron de la misma forma, Taeyong no consideraba adecuado saludar a DongYoung personalmente o tratar de ver al bebé que se encontraba siendo cargado por un joven de cabellos azules que él no conocía. Prefirió conservar la distancia de algunos metros estando detrás de los tres adultos que se dispusieron a despedirse de los Lee.

Durante la ceremonia la mente de Taeyong viajaba en los sucesos de esa noche, recordaba los ojitos color miel mirarlo, las pequeñas manos que se sujetaban a él, lo ligero del peso del pelinegro cuando este se desmayó y tuvo que cargarlo. Viéndolos ahí los dos solos, escuchando los apagados sollozos del mayor y el llanto histérico del bebé sentía que debía protegerlos, que por alguna bizarra razón él era el único que podía ayudarlos.

Cuando por fin terminó su corazón lo hizo acercarse a DongYoung que abrazaba al pequeño Jisung mientras trataba de limpiar las lágrimas que salían como cascada, era desgarrador ver la imagen, le dolía bastante presenciar como esas dos almas solitarias ahora se tenían la una a la otra, pero ninguna sabía si funcionaría. Por impulso apoyó su mano en la cabeza del menor empezando a peinar con suavidad sus negros cabellos, el hombre subió su mirada para encontrarse con los ojos oscuros del oficial, los dos se sonrieron provocando a Taeyong tuviera que desviar la cabeza.

- ¿Puedo? – quería cargar a Jisung con todas sus fuerzas.

El pequeño le fue entregado con total confianza haciéndolo sentir feliz de nuevo al poder tener a esa bolita de felicidad que parecía ajena a la tristeza que rodeaba el lugar, el niño empezó a sonreír y a tratar de pronunciar la letra T con algo de éxito, cosa que hizo sonreír al oficial. Pensó en que cuando lo estaba cuidando le enseñó su nombre para que este se sintiera tranquilo a su alrededor, pero no creyó que el pequeño lo recordaría.

- Parece que te recuerda – el otro habló con un tono más alegre – Sin duda sabe a quién le debe la vida

Taeyong respondió con una sonrisa nostálgica para luego regresarle de nuevo al niño, sacó una de sus tarjetas del bolsillo y se la entregó.

- Por favor, no dude en llamarme – el menor recibió la tarjeta con manos temblorosas.

Cuando DongYoung le agradeció, se retiró del lugar encontrándose con el capital Seo John que lo esperaba con una mirada difícil de descifrar, era como si de alguna forma entendiera todo lo que pasaba por su mente. No le gustaba que John fuera el capitán porque nadie lo conocía tan bien como él, después de todo era ese único amigo de la infancia que se negó a dejarse apartar.

- La tragedia es una constante inevitable en nuestro trabajo, a veces lo hacemos bien otras veces hacemos lo que podemos. Trata de felicitarte por esa última parte – el capital Seo le susurró mientras con el rostro le apuntaba a la escena del hermoso niño siendo cargado por el pelinegro que lo hacía girar en el aire para que este soltara una sonrisa de oreja a oreja. 

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