Prólogo

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Mis padres no son del todo ricos, pero vivo en una gran casa en Cazalla, una pedanía de Lorca. Entré al colegio e hice amigos. La verdad, nunca llegué a tener amigos fijos, todos se iban tarde o temprano. O se mudaban a otra ciudad por trabajo (de lo que hubo tan sólo dos) o no querían ser mis amigos (la mayoría, sólo que resulta penoso que hubiera sido así). El único que podría llamarse fijo era mi enemigo. Nunca me cayó bien desde aquel día en que se rio de mí, le odiaba. Y luego yo me reí de él, entonces fue cuando él me empezó a odiar.

De eso hace ya más de diez años. Ahora estoy en el instituto, con dieciséis años, por fin. Tengo amigos fijos de una vez por todas. Aunque sólo es una amiga. Y mi enemigo que parece seguirme a todas partes, primero apareció en el colegio y ahora en el instituto, por no decir que vivimos en la misma ciudad y está claro que no es lo suficiente grande para los dos. Nos tiramos la primaria entera gastándonos jugarretas. Ahora en la secundaría parece haberlo olvidado todo. Aunque para mí, cada vez que lo veo me entran ganas de arrancarle la cabeza. El primer día de instituto y el último en gastarme una broma fue el peor. Si hubiera podido tirarlo por la ventana, habría estado mucho mejor.

Si hablamos de mi familia, no hay mucho que decir. Mi padre, Lorenzo Heras, tiene una empresa de venta de motocicletas llamada ROAR e inspiró en mí el entusiasmo motero, sólo que desde hace cuatro años. Nunca me habían importado los cachivaches como esos. No sabía conducirla, ése era el problema, porque en cualquier momento podría haber allanado el concesionario de mi padre y haber cogido una "prestada", como yo lo llamo. Jamás le iba a pedir ayuda a mi padre sobre cómo conducirla, antes prefería acudir a una autoescuela. Mi madre, Úrsula Pumareto, no sé cómo se atrevieron a llamarla así (nótese la influencia que tuvo sobre mí la película de La sirenita), se tiraba el día en una oficina y todavía no había logrado averiguar de qué trata. Ella decía que no era nada importante, que sólo ordena los papeles de los seguros. Sí, nada importante, ya se ve.

Sólo llevaba trabajando como espía por mi cuenta desde hace unas semanas después de empezar las vacaciones. El aburrimiento del verano se hacía cada día más eterno. Sólo quedaba un mes y medio para que empezara el instituto de nuevo. Entraré al cuarto curso, por fin. Repetí primero, estaba demasiado acostumbrada a no estudiar en el cole. Mi hermana mayor ya se mudó hace cuatro años, qué alivio. Por las tardes siempre tenía la casa para mi sola. Ella se fue a la capital a la universidad, ojalá se quedara allí. Ella es Lola. Mi mejor amiga es Zoe Sereno (de serena no tiene nada), simpática, amable y atrevida, cómo yo. Creo que es la única verdadera amiga que había tenido en toda mi vida, y la que más estaba durando, por cierto. Siempre me había sentido inferior, hasta que ella llegó. Cambió mi vida. Zoe es la mejor.

Por el momento, mis padres sólo cogieron vacaciones en julio. Ya, por fin, se han acabado. En julio porque no hay tanta gente de vacaciones. Por eso prefieren ese mes, prefieren la paz. Yo, en cambio, prefiero ir de fiesta. Sólo que, si no es con mi mejor amiga, prefiero aburrirme con ellos. Hace una semana que agosto empezó y que ellos se despidieron de su mes libre. Para mí, aún eran vacaciones. Y me esperaba una gran fiesta ese viernes. Por el momento, mi trabajo continuaba: el espionaje sobre el trabajo de mi madre. «Seguros», decía. Pues yo no estaría tan segura. Por el momento, había averiguado que a la vuelta de la esquina ya la había perdido de vista. Eso era increíble.

Necesitaba un vehículo. Mi bicicleta estaba hecha polvo, necesitaba unos arreglos. Así que por el momento me convenía llevarla al concesionario de mi padre porque cuando llegase a casa sería la hora de cenar y se tiraría al sofá. El camino hasta allí resultaba tremendamente largo como para hacerlo a pie, así que le hice una llamada antes de salir de casa y dijo que enviaría a uno de sus repartidores a por mí y a por la bici. Para cuando llegó una furgoneta con el logo de la empresa, yo estaba fuera esperando unos diez minutos. Tiempo perdido, la bici podría estar arreglada desde hacía unos meses. No sé cómo estuve yo de la cabeza para querer seguir a mi madre corriendo. Yo corriendo contra el coche, aquello era un desastre, ¿cómo no se me ocurrió lo de la bici antes?

BrotherWhere stories live. Discover now