Capítulo 3

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Peligrosamente adictivo

Isabel tenía 23 años en aquel momento y aún era escandaloso para la sociedad de ese entonces como aún no había contraído matrimonio. Una dama por demás hermosa e instruida, presentada millares de veces en eventos sociales pero rechazaba a todos sus pretendientes. 

-Me han dicho que hay cierto caballero que tiene los ojos  puestos en ti hace rato...-  dijo Olivia susurrando pícaramente.

-Ya, deja eso Olivia...

- Vamos, Isabel, nadie deja de hablar de eso. 

- ¿No crees que tienen mejores asuntos de que preocuparse que mi estado civil? 

- Tienes que dejar de leer esos libros, son puras bobadas. Cuentos de hadas...

El sol ahumado sobre el parque del palacio  aquella mañana iluminaba suavemente todo el paisaje. 

- En dos días es la mascarada, dicen que va a ir el Duque y es él quién te ha echado la vista. - Olivia insistió. 

-¿Olivia?- Isabel detuvo su paso.

-Si, hermana...

-¿Acaso madre te envío para que me repitas este discurso?

Olivia permaneció unos segundos en silencio con la vista en el suelo. 

-¡Madre, ya sabe. Sal!

Detrás de uno de los arbustos salió Madame Margaret. 

-¿Cuánto tiempo llevaban planeando esto? - dijo Isabel conteniendo su furia. 

-Isabel...- la mujer la tomó de las manos-  estamos a punto de perderlo todo. Todo esto, los títulos, nuestras cosas, nuestro estilo de vida...todo depende de ti. Y lo sabes- dijo mientras se llenaban sus ojos hermosos ojos grises de lágrimas. 

Consternada en llanto Margaret se alejó. 

- Isabel, espero que seas consiente de lo egoísta que estas siendo. Déjate de estos juegos absurdos del amor  y esas fantasías. Comienza a pensar como una mujer.

-¿Comenzar a pensar como una mujer es casarme con quien sea? 

-Piensa en nuestros padres que nos han dado todo...

Olivia se alejó en busca de su madre, dejando a Isabel sola. Contemplando en silencio los reflejos brillantes y coloridos en el césped de los diamantes que llevaba como pendientes. ¿Por qué tenía que ser así?  No podía ser que todas aquellas historias de amor fueran ficticias ¿Qué nos esperaba en esta vida entonces? Una vida vacía de etiquetas, apariencias y reglas infinitas. No. No quería eso para ella. 



Lo primero que pudo ver al abrir los ojos fue eltecho blanco. Pero no era el techo blanco de su habitación ¿Dónde seencontraba? Se sentó en la cama y el sentimiento de sentirse perdida sedesvaneció cuando Marie Ann la llamó a la puerta.

Lavó el delicado rostro en una palangana de porcelana debajo de la ventana. Se miró en el espejo para acomodar sus cabellos color chocolate de manera formal. Un rodete simple. Como no le gustaba usar rodete dejó unos mechones muy suaves colgar de sus patillas como siempre lo hacía.

Surostro aun cargaba con el cansancio del viaje y de la noche anterior. Todo esoestaba reflejado en sus enormes ojos verdes aterciopelados ylucían realmente cansados. Lucía ojerosa y pálida.

Las habitaciones del castillo eran esplendorosas. Casi todas se parecían entre sí pero cada una tenía un encanto que la embellecía y la destacaba del resto.

La primera habitación que le toco limpiar estaba toda oscura hasta que abrió la ventana entonces la luz fue tocando cada rincón iluminando todo a su paso. Los muebles estaban tapados con sabanas de color blanco para protegerlos del polvo pero cuando Elizabeth los descubrió el polvo estaba allí de todas formas. Allí cubriendo las superficies con un ligero y perfecto color grisáceo.

Comenzó limpiando los suelos de mármol blanco, luego limpio los muebles con sumo cuidado y finalmente el baño. El baño de aquella habitación era igual de esplendoroso que la habitación en sí. Del cielo del mismo se abría en un círculo un hermoso vitral con figuras de peces, de oleajes que en juego con la luz de día hacia dibujos en el suelo de bellos colores. En el centro del baño se encontraba una hermosa y enorme bañera. Se agachó a un lado de la misma, acercó hacia sí la cubeta de agua, la esponja y cuando se inclinó a limpiarla notó que los azulejos seguían húmedos ¿Quién podía bañarse en una habitación había permanecido bajo llave? Quizás la misma humedad del lugar, pensó. Le pareció extraño.

Mientras limpiaba la que era la última habitación, sintió las últimas luces del día. Se acercó hacia la ventana para poder contemplar cómo se veía el mar y el ocaso desde aquella altura. Y deseo poder estar afuera allí siendo participe de aquel regalo de la naturaleza en carne propia. Mientras observaba aquello lo vio al Señor Willstone de espaldas mirando al mar. Con sus cabellos al viento al igual que la camisa blanca de lino que se movía furiosamente al ritmo del mismo. Como si bailara a la par del viento y las olas. Se dio vuelta y la miró fijamente. Elizabeth no pudo evitar sostener la mirada. Era perfecto. La curvatura de sus labios, sus ojos celestes. Su mirada causaba un efecto hipnotizante en ella y por alguna razón no podía agachar la mirada. Luego recordó como un golpe en la cabeza y rápidamente se agachó para desaparecer de la vista ¿Qué había hecho? Se tapó la boca con la mano, se suponía que nunca jamás debía mirarlo a los ojos, pero ¿Qué le había pasado? Era como si una fuerza mayor la hubiese mantenido y no entendía porque no podía quitarle los ojos de encima.

Continuó su limpieza sintiéndose culpable. Era demasiado bello y frustrante a la vez, peligrosamente adictivo, casi imposible de ignorar.




Océano profundo [+18]Where stories live. Discover now