Capítulo 4

30 1 0
                                    

"La sala clausurada"

Se sentía sola en medio de la sala. Más que  sola con sus pensamientos retumbándole y el barullo del lugar la ensordecía. Los zapatos que llevaba puestos le ajustaban demasiado al igual que el vestido ridículamente apretado. Tan apretado era que la obligaba a estar derecha. La gargantilla de piedras parecía ahorcarle su delicado cuello como si se tratase de un alambre de púas. Lo hizo a un lado para rascarse la piel. 

-Podrías sonreír un poco, Isabel- susurró  su madre

Isabel forzó una sonrisa exagerada mostrando los dientes como una fiera. Fastidiosa.

-Con encanto, querida. Con encanto- insistió  Margaret- Allí está el duque. Menudas moscas no dejan de darle vueltas. Pero nosotras seremos más listas. El arte de la seducción de una dama consiste en coquetear desde la distancia hasta atraerlo como una hormiga a la dulce miel.- susurró mientras se tapaba con el abanico. 

El perfume de su madre parecía penetrar en su mente como agujereando sus fosas nasales. Al igual que su absurdo discursito. 

-Me siento descompuesta

-No me vengas con eso, Isabel. No te va a funcionar esta vez.

-Esta vez es en serio...-musitó 

-Ahí viene el duque- Margaret se emperifolló nerviosamente.

-Madame- se inclinó  y besó la mano de su madre. 

-Monsieur  Jones- Margaret hizo una reverencia. 

-Señorita...- Jones se dirigió  a Isabel. 

-Monsieur Jones- imitó a su madre.

-Por favor, no hace falta tanta formalidad- la tomó de la mano y besó delicadamente sus dedos sin quitarle los penetrantes ojos de encima -Me preguntaba si me concedía el siguiente baile. Con su permiso, claro- se dirigió a Margaret pidiéndole permiso. 

-Por favor, Monsieur Jones.- sonrió triunfante Margaret.

Olivia tomó la mano del duque y se dirigieron hacia el centro del salón. El duque Jones era un hombre bien parecido y muy renombrado en la alta sociedad. No había mujer que no quisiera desposarlo. Era atractivo y su familia poseía incontables riquezas.  Se decía que su padre se encontraba en la búsqueda de un nieto varón desesperadamente. 

- Se encuentra despampanante, señorita Isabel.

-Muchísimas gracias...duque...Monsieur Jones- divagaba en sus palabras. Ya no recordaba de qué manera dirigirse hacia él. 

-Por favor, Isabel. Puedes decirme Harry- le sonrió  mordiéndose el labio superior.

Era verdaderamente atractivo y alto. Traía recogidos en una coleta baja sus cabellos dorados. Y su mirada color avellana era penetrante e intimidante. Su barbilla traía consigo un pequeño pozo de aspecto interesante. Pero sencillamente no era su tipo. 

- Espero que esté pasando una bella velada ¿Le agrada nuestra mansión de verano?

- Demasiado...pequeña para mi gusto, sin ofender, Monsieur- dijo sarcásticamente. 

-Ah, Isabel, siempre me ha gustado esa tenacidad suya. Si me permite el atrevimiento de usar dicho adjetivo...

Pasó una vez más el trapo remojado en agua y jabón sobre el delicado piso de porcelana reflejando su rostro ojeroso, pálido y demacrado. Ya era de atardecer y últimamente el tiempo había estado lluvioso. Hacían siete días que llovía sin parar. Divisó el cristal decorado con diminutas gotas de agua. Algunas de ellas se desprendían para caer ligeramente resbaladizas. Brillantes como pequeños diamantes.

Pequeñas cosas con belleza irradiante. Lo cotidiano y mundano pasa desapercibido a los ojos de espectadores diarios distraídos en algunos otros espejos de colores. Espejos al fin. Como el Señor Williston. Espejos de colores, los más bellos radiantes colores por fuera y por dentro...como estos últimos días de lluvia. Gris, melancólico y como el océano. Lleno de furia indomable, misterioso, oscuro, lejano y profundo ¿De qué sirve tener todo y estar tan vacío por dentro? ¿En qué basaba su felicidad? Felicidad era lo que escaseaba en el castillo. El castillo lo representaba a él en toda su totalidad. Así era. Gigante, alto, hermoso, lujoso y por dentro pura frialdad ¿por qué se detenía a pensar en él tratando de describirlo? Movía algo dentro de ella. Le hacía querer cambiar esa tristeza por felicidad. Salvarlo. Como un médico que trata de mejorar la salud de un paciente enfermo. Como un herrero intentando forjar una espada.

Había pasado exactamente una semana desde que había arribado al castillo del señor Willstone. Todo allí era monótono. Se decía por los pasillos que el señor Willstone estaba preparando un gran banquete de días y que por eso debían acondicionar todo el castillo y limpiar hasta el último rincón. Pero Marie Ann había sido muy específica sobre cómo debía ser aseada cada habitación y cada cierta cantidad de tiempo se asomaba para controlar que todo esté siento llevado a cabo de la manera correcta. 

Una vez que finalizó, Elizabeth se dirigió a la siguiente puerta que se encontraba al final del pasillo solitaria y alejada de todo el resto de habitaciones, estaba casi como escondida. Se acercó, dejó la cubeta de agua a un lado y mientras tiraba del picaporte, Marie Ann apareció por detrás.

-Esa sala está bajo llaves, señorita Elizabeth. 

- Disculpe, señora desconocía que estaba cerrada. 

-Clausurada.-dijo nerviosamente.







Océano profundo [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora