2. Despertando fantasmas

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—¿FALTA MUCHO PARA LLEGAR? Realmente necesito ir al baño.

Peter, el hermano menor de Thomas Horan, se revolvía inquieto dentro de la van familiar que habían alquilado. Al principio, cuando se habían bajado del avión en el Aeropuerto Internacional Cleveland-Hopkins y habían entrado al auto, no dejaba de mirar con creciente excitación los pinos y la diversa vegetación a ambos lados de la carretera, pero ahora había perdido todo interés en asomar la cabeza por la ventanilla como si fuese un labrador. En ese momento, se agitaba en su asiento, frotándose las piernas y balanceándose hacia adelante y hacia atrás. Si Thomas tuviera batería en su teléfono, lo estaría grabando.

—¿No pudiste ir cuando hicimos la parada en la estación de servicio hace un rato? —preguntó Cayron Horan, ajustando el retrovisor y dando una vista rápida a su hijo.

Sus padres habían decidido tener hijos a partir de los 30 años, y ya se empezaban a ver los leves cambios que la vejez estaba causando en ellos. Por ejemplo, Cayron comenzaba a mostrar una tenue calvicie en una cabellera que, aparte, estaba tornándose gris, y las llamadas «patas de gallina» se dejaban entrever alrededor de los ojos, que eran claros como el agua. Thomas se estremeció en su asiento. Esa no era la clase de herencia que quería. Por ahora, gozaba de un abundante cabello negro, al que la mayor parte del tiempo no peinaba demasiado, una piel pálida y sin mácula, y unos penetrantes ojos azul claro. Lo último era lo que más agradecía de su genética. Sin embargo, le causaba cierto temor crecer y volverse viejo y flácido. Aunque en ese entonces solo tuviera la virginal edad de 17 años.

—Hace rato no quería —contestó Peter con una patética voz infantil.

Thomas pensó que en cualquier momento comenzaría a llorar. De verdad, ansiaba tener su teléfono con carga.

—¿No podrías esperar un poco más, cariño? Ya casi llegamos —apuntó Alicia Horan, que reposaba la cabeza sobre una almohadilla antiestrés en el asiento delantero, el cual estaba reclinado hasta casi quedar como una cama.

Thomas estuvo a punto de quejarse en más de una ocasión durante el viaje, pues casi no podía mover las piernas, pero siempre recordaba que, de los cuatro, el jet lag afectaba en mayor medida a su madre. Luego de escuchar su voz, que no sonaba más que cansada, se contuvo de articular alguna queja.

Thomas, junto a su hermano y a sus padres, regresaba a Woodspring luego de haber pasado los últimos diez meses en París, Francia, explorando «otro mundo». La verdad era (y Thomas lo sabía) que esa había sido la excusa que sus padres les habían inventado para alejarse temporalmente de Estados Unidos luego de la desaparición de su vecino, Alan Vander. No era para menos. Veinticuatro horas después de aquello, el Bosque del Pozo se había convertido en un hervidero social de patrullas de policía, autos de reporteros de televisión y curiosos llenos de morbo que fisgoneaban alrededor de la propiedad de los Vander buscando enterarse de los pormenores del chisme.

Thomas sacudió la cabeza intentando sacudir también esos pensamientos. Esa noche seguía estando borrosa en su mente.

Decidió concentrarse en el paisaje campestre de afuera, justo en el momento en el que una valla gigante de madera le daba la bienvenida al pueblo donde «siempre era primavera». Thomas quiso reírse. Woodspring no era el idílico lugar que todos idealizaban como «perfecto». La mayoría de las personas vivían en haciendas de una cantidad interminable de hectáreas, las granjas familiares eran tan hermosas que parecían de postal, incluso el aire se sentía más puro y fresco que en cualquier otro lugar, pero al final del día los «Bosques de Primavera» no eran tan perfectos como aparentaban ser. Thomas lo sabía muy bien. Ni siquiera él lo era, aunque quisiera aparentarlo. Volver a Ohio y, exactamente a ese lugar después de tanto tiempo (la estadía en París había parecido años para él), lo emocionaba y aterraba a partes iguales. En París no había pinos tan altos ni excursiones en bicicleta por los bosques verdes... por esa parte añoraba estar ahí. Pero volver al lugar donde había visto a Alan por última vez y de donde tenía tantos recuerdos de su infancia (agradables, y otros no tan agradables) le hacía sentir escalofríos por todo el cuerpo. En Francia, el recuerdo de Woodspring parecía muy lejano, igual a esas fotos que le enseñaban de cuando era pequeño y él no podía recordar porque... bueno, era muy pequeño. Pero atravesar de nuevo esas limpias y bien cuidadas calles le producía cierta ansiedad, ansiedad que fue subiendo de nivel cuando su padre se desvió de la carretera principal para tomar el atajo hacia su casa en la montaña... el lugar a donde se habían mudado hace dos años, y al que ahora volvían otra vez después de todo el infierno del año anterior.

GUARDAR UN SECRETO (VANDER 1)Where stories live. Discover now