10. Charlas nocturnas

20 8 0
                                    



SENTADO EN LAS ESCALERAS DEL PORCHE, Thomas veía cómo el sol se ocultaba y sus últimos destellos de luz abandonaban la espesura del bosque. Con él, el canto de los pájaros parecía disminuir también. Todo el claro había caído en una quietud que no sabía si considerar agradable o perturbadora; era como presenciar la calma antes de la tormenta.

Si Alan hubiera estado a su lado, probablemente su visión de aquel lugar sería diferente, incluso se habría sentido más seguro. Por otra parte, le habría aconsejado no prestar demasiada atención al mensaje que había recibido, algo que él no podía dejar de hacer.

Lo que más le inquietaba era que ese asunto solo lo sabían ellos dos. Y, bueno, su padre. Thomas estudió por un segundo la posibilidad de que fuera su padre, pero cuando había recibido el mensaje, él estaba sentándose felizmente a almorzar su sopa de fideos. Sin embargo, si esa teoría (de alguna descabellada forma) resultaba ser verdad, aún no entendía por qué había sido enviado desde el teléfono de Alan. Hasta donde él sabía, no habían encontrado absolutamente ninguna pertenencia de Alan en el bosque, incluyendo su teléfono. Al parecer, solo había desaparecido en el aire. Thomas no quería seguir pensando en eso, en primer lugar, porque una interrogante siempre le llevaba a otra y, en segundo lugar, porque se suponía que debía disfrutar de sus vacaciones de verano y todo eso, en lugar de mirar el horizonte esperando impacientemente su muerte.

Estaba tan perdido en su mundo que no escuchó a su madre saliendo por la puerta principal hasta que estuvo sentada a su lado.

—¿En qué piensas? —preguntó mirando hacia donde Thomas tenía la vista puesta: hacia la casa de los Vander.

Thomas se giró para mirar atentamente su cabello caoba, el cual tenía recogido en una trenza perfectamente hecha. Todos sus movimientos eran seguros y estilizados, y sus ojos verde agua parecían ver más allá de lo que cualquiera podría hacer a simple vista. Thomas lo consideraba en ocasiones una bendición, y en otras, todo lo contrario.

Desde el verano pasado y durante su estadía en París, se había sentido tremendamente culpable por ocultarle lo que sabía de su padre, pero era una especie de juramento padre-hijo que se esforzaba por mantener, incluso aunque no se sintiera cómodo actuando de esa forma. Le hacía replantearse todo lo que creía saber sobre su familia.

—Acerca de este lugar —suspiró—. Y de todo lo que ha significado para nosotros. —Hasta él mismo pudo notar el matiz melancólico en su voz.

—Thomas, hijo, quiero hacerte una pregunta y quiero que seas totalmente sincero conmigo.

Thomas sabía que lo estaba mirando fijamente, por lo que fingió estar muy interesado en las copas de los árboles que comenzaban a proyectar sombras alargadas en la carretera de tierra.

Sentía que las palmas de las manos y la espalda le comenzaban a sudar y que empezaba a temblarle el mentón; esto último solo sucedía cuando estaba realmente nervioso. Trató de controlarlo.

«¿Acaso ella lo sabía? De ninguna manera», se preguntó y se contestó él mismo.

Había mantenido la boca cerrada durante todo este tiempo. ¿O no? ¿Qué tal si lo había olvidado como todo lo referente a la noche en la que Alan desapareció?

Al final, resultó ser algo más sencillo de lo que esperaba.

—¿Te ha gustado volver a Woodspring?

Sentía que su respiración se normalizaba y que su mentón dejaba de temblar. Suspiró y se giró para verla a los ojos.

—Ya me has preguntado eso.

GUARDAR UN SECRETO (VANDER 1)Where stories live. Discover now