CAPÍTULO 41

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Nunca fui fanática de los funerales. Era desagradable el ambiente que se plasmaba, lleno de tristeza, negación y frustración. Además, ahí estaba la persona a la que no volverías a ver jamás.

Aquel no fue la excepción.

Pese a que entendía el agradable concepto de despedirte de tu ser querido, no fui capaz de acercarme al féretro de ningún difunto. Prefería recordar la última sonrisa de esa persona a la inconsolable imagen de su cuerpo inerte.

Aarón era diferente. Él tuvo el valor de acercarse y despedirse de Sonia. Pese a mostrar entereza, si te detenías a mirarlo podías ver sus terribles ojeras y la triste palidez de su rostro. No había comido ni dormido desde el día anterior.

Cuando le avisé a papá y mamá sobre el deceso no dudaron en venir para mostrar sus condolencias a la madre de Sonia. Habían llegado en la tarde, mientras que mi hermano y yo estuvimos desde la mañana; él por razones evidentes y yo para acompañarlo.

Cuando dieron las ocho de la noche, Ángel entró a la casa con la respiración agitada. Muy contrario a Aarón, se podía notar a simple vista lo destrozado que estaba. No dudé en acercarme y darle un abrazo y él no dudó en corresponderme, aprentándome muy fuerte.

No sabía qué decir. El nudo en mi garganta y la falta de sueño me tenían en una espiral de confusión. Una vez Saavedra tuvo la valentía de alejarse, se acercó a la pobre señora para darle sus condolencias. Como ya conocía al chico desde hacía un buen tiempo, no titubeó al envolverlo en sus brazos y llorar un poco más.

Media hora después, llegó Lau hacia mí para darme un fuerte abrazo.

—Acabo de enterarme.

Yo sólo asentí. Tras darle el pésame a la madre de Sonia, volvió conmigo y ambas nos sentamos en las sillas de plástico repartidas por toda la sala. Cerca del féretro, Ángel estaba apretando el hombro de Aarón, como si intentara darle ánimos aunque él también estaba indispuesto.

—Esto es tan injusto —murmuró Lau a mi lado, soplando su café—. De todos nosotros, Sonia era la que más merecía continuar su vida y sus planes. Joder, ella quería tener su maldito puesto de flores y vivir en calma, ¿qué había de malo con eso?

Por más que hubiese querido contestar, no pude decir nada. Estaba más que de acuerdo con ella.

Un minuto más tarde, comenzó el rosario. En toda la casa se podían escuchar los rezos de las personas guiadas por la rezandera.

—El otro día me encontré con Octavio —susurró Lau mientras observaba su vaso vacío—. Me dijo que no quería que me sintiera incómoda a su lado, así que rompió nuestra amistad.

—Lamento escuchar eso, Lau. —Tomé su hombro a modo de apoyo—. Esto sólo demuestra que no te merece.

—Supongo que no. —Hundió su uña en el vaso de unicel, dejando una marca—. ¿Qué crees que hubiera dicho Sonia?

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