CAPÍTULO 47

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ISAAC

Vi su nombre por quinta vez aquella mañana.

Cada día, desde que Mara ignoró mis mensajes, me quedaba observando nuestra conversación mientras me cuestionaba un sinfín de cosas que no me servían para nada: ¿Dije algo malo? ¿Cómo es que siempre terminaba arruinándolo?

Según recordaba, no había dicho algo ofensivo. En realidad, la habíamos pasado bastante bien hasta que, sin previo aviso, no respondió ni atendió mis llamadas. Nunca imaginé que la frase «no entiendo a las mujeres» iba a quedarme como anillo al dedo en ese momento.

Las siguientes semanas hice todo lo posible para no contactarla de nuevo. Tal vez lo mejor era darle su espacio y que resolviera las cosas que tuviera pendientes... De acuerdo, mi paciencia se esfumó cuando subió unas fotos donde casi abrazaba al payaso ése.

Desde la primera vez que me encontré con el güero presumido, supe que no me caería bien. Trataba a Mara como si fuera de su propiedad y cuando me veía cerca de ella me miraba como si quisiera matarme; aun así se atrevía a fingir que todo estaba bien, el muy hipócrita.

¿Quién se creía que era? ¿Su novio?

Para mi dicha, no lo era.

Sin embargo, verlos así de contentos en la imagen lograba darme jaqueca. No comprendía por qué Mara debía pasar más tiempo con ese sujeto que con la persona que le gustaba.

¿A quién intentaba engañar? Era imposible desobedecer a mis deseos egoístas. Tal vez ese tipejo fuera una buena persona, pero si aún tenía oportunidad, si todavía Mara estaba un poco enamorada de mí, lucharía por ella. Porque su corazón era valioso y deseaba corresponder sus sentimientos adecuadamente.

—¡Buenos días! —exclamó alguien en la entrada del local.

Me levanté de inmediato de la silla donde había estado. Desde que habíamos abierto ningún comensal apareció, por eso me di el lujo de permanecer sentado a la espera, sin embargo, me centré tanto en mi móvil que pude haber ignorado al pobre sujeto.

Falsa alarma: se trataba de Cristian.

—Holi —me saludó cuando llegó a la mesa y tomó la silla frente a mí—. A que no esperabas mi visita.

—¿Quieres algo para desayunar?

—Mmm, en realidad no vine por la comida —admitió—. Vine por ti.

Su descarado coqueteo siempre me pareció de poca importancia, pero con el paso del tiempo había comenzado a disgustarme.

—Tengo trabajo —dije—. No puedes quedarte o me distraerás.

—¿En serio? —preguntó con un brillo en los ojos—. Y yo que pensé que ya no era importante para ti. —Se rio un poco y yo sentí que un tic invadía mi ojo derecho—. No te preocupes, Sam, no voy a interponerme cuando un cliente llegue.

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