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La sangre salpicó de un lado a otro, mientras los gritos estridentes resonaban en un campo de batalla que parecía nunca acabar. La vida de las personas se desmoronó como arena en las diminutas manos de un niño. La esperanza y los sueños ardían hasta las cenizas y se desmoronaban, el dolor cubría cada rincón apedreado del lugar como una madre santa cubriría a sus preciados hijos en una noche fría de invierno.
La muerte se acercaba a pasos lentos, la vitalidad de quienes estaban orgullosos caía en forma de perlas rojizas que manchaban el pavimento y los uniformes blancos se teñían de carmesí, antes de que el suspiro de una vida abandonara su cuerpo carnal.
