La Nación de Shatum

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En algún punto aquella fría y espantosa noche se transformó en día permitiendo que los rayos de sol calentasen mi cuerpo; sin embargo, apenas y lo noté

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En algún punto aquella fría y espantosa noche se transformó en día permitiendo que los rayos de sol calentasen mi cuerpo; sin embargo, apenas y lo noté. Acurrucada en un rincón lloré hasta quedarme sin lágrimas, mis lamentos desgarraron mi garganta, pero de nada sirvió... Nadie vino a ayudarme, mis padres ya no estaban, Maylo seguramente yacía en aquella barca congelado por culpa de la noche, mi querida hermana probablemente estarían ahora muy lejos de mí y Mayru... Mi hermano terminó dando su vida por nosotros, en vano.

Qué irónico, antes de esa noche solía llorar como un bebe ante cualquier herida; Mayru me molestaba haciendo alusión a lo débil que era. Pero ahora, a pesar de no haber recibido más que un par de golpes, el dolor que adormecía mi cuerpo era casi agonizante.

Ni siquiera noté el momento en que los árboles dejaron de parecerme familiares, la carreta nunca se detenía a pesar de las súplicas de mis compañeros prisioneros. Sin embargo, al segundo día de viaje la sed y el hambre comenzaron a manifestarse en mi cuerpo, elevándose desde mi interior como un grito que lograba acallar mi dolor. ¿Ese era mi final? ¿Nos dejarían morir de hambre en aquel trayecto sin fin? Escuchar a los niños llorar y los adultos suplicar por algo de agua no ayudaba en nada.

— Haces bien. — Susurró de pronto un hombre sacándome de mis delirios.

Apenas y me permití alejar el rostro de los gruesos y fríos barrotes durante todo el trayecto, mis ojos permanecían anclados en el camino... Tan solo esperando. Sin embargo, sabía de sobra que el espacio en aquella jaula era bastante reducido, por lo que con solo girar el rostro podría encontrarme cara a cara con otra persona. Y allí estaba él, desde el momento en que partimos de Blumen, aquel hombre permaneció junto a mí en completo silencio.

— ¿Qué? — Apenas y alcancé a susurrar, mi garganta ardía por la falta de agua.

— Mantenerte allí, sin moverte. Conservar energías. — Explicó aquel en otro susurro, sus labios se encontraban horriblemente agrietados y apenas tenía espacio para sus piernas.

¿Conservar energías? ¿Para qué? Solo nos esperaba la muerte a manos de nuestros crueles captores.

Decidí no responder ¿De qué serviría? Simplemente, me limité a seguir observando aquel camino que cada vez me alejaba más de mi hogar. Lentamente, el paisaje se volvió cada vez más árido, de aquellos frondosos bosques y lagos cristalinos ahora solo podía ver matorrales y riachuelos. Pero nada captó tanto mi atención como los pueblos, antes de la segunda noche pude escuchar el cantar de los gallos y el crujir de los campos de trigo al soplar el viento. Un enorme pueblo apareció ante nuestros ojos antes de que la carreta se desviase continuando nuestro recorrido a las afueras de aquel enorme lugar.

Era imposible obviar lo impresionante que era, tan diferente a todo lo que conocía, sus casas no estaban hechas de madera, sino de enormes piedras blanquecinas, eran estructuras tan altas como la torre de vigía en mi pueblo. No podía ver a las personas desde aquella distancia, pero no me hacía falta, seguramente eran monstruos tan horribles como aquellos que invadieron mi hogar y ahora me aterrorizaban cada vez que intentaba cerrar los ojos. Sin embargo, aquella visión simplemente me sirvió para confirmar lo lejos que estaba y el peligro que corría mi vida.

Mayra. El Deseo de una EsclavaWhere stories live. Discover now