Capítulo 15 - ¿Sigues vivo? 1/2

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— Gus, me encuentro mal...

— Aguanta un poco más.

El chico con cresta giró la cabeza para ver a su hermano, que seguía con la mirada fija en un punto.

Ambos se encontraban boca abajo de la cama, con sus caras completamente rojas. Se despertaron hace rato y por alguna razón pensaron que sería muy divertido jugar a que eran murciélagos salvajes.

— Creo que no ha sido muy buena idea. — concluyó Horacio, sintiendo que su cabeza iba a explotar por la cantidad de sangre acumulada. Entonces los brazos de Gustabo se dejaron caer hasta el suelo, esperando que la sangre llegase hasta ahí también, pensando que así la cabeza le dolería menos. — Pobres murciégalos, se tienen que marear mucho. — lloriqueó el menor.

Gustabo cerró los ojos por un momento, concentrándose en su proceso de convertirse en un murciélago. Estaba completamente desinteresado en escuchar las quejas de su hermano, solo quería un momento de paz y tranquilidad en el que no tenía que escuchar esa estúpida voz grave del superdetergente. Solo quería sentirse libre por unos minutos, como lo era antes de todo este jaleo en el que se metieron y que debía soportar solo por Horacio, porque sabía que él quería esto, una estúpida y ridícula familia feliz.

— Sólo déjate llevar, Horacio.

— ¡Es que me duele mucho la cabeza!

— ¿¡Por qué eres siempre tan quejica!? — Gustabo se incorporó, disimulando que no se mareó para nada con aquel movimiento tan brusco.

— ¡Deja de llamarme así, tonto! —  Horacio también se incorporó, pero él se cayó de la cama directamente al notar que toda la habitación daba vueltas.

La cabeza del rubio se asomó por el borde de la cama, observando el cuerpo de su hermano tirado en el suelo.

— Quejica y torpe...

— ¡Cállate Gustabo!

— ¡A ver, dejad de cacarear de una vez! — la voz del superintendente resonó por la habitación. — Prestad atención, anormales.

Horacio levantó un poco su cabeza del suelo para mirar a Conway, achicando sus ojos para aesgurarse que el bigote pintarrajeado en su cara no lo había provocado su golpe contra el suelo. Solo cuando el superintendente rascó la zona y la tinta se corrió, supo que era de verdad y tuvo que tapar su boca para aguantar la risa. Miró a su hermano, sabiendo que este había sido el causante de la broma. El rubio sonrió, tapando su boca con el dedo índice para indicarle que no se chivase.

— Tengo que hacer mucho trabajo pendiente y necesito a Volkov, así que no podrá vigilar vuestros culos. — hizo una pausa para rascar su nuca. — Por eso le he pedido a Greco que cuide de vosotros mientras no estamos. Seguramente os lleve al parque.

Horacio infló los mofletes de una manera infantil al sentirse celoso de que su padre fuese a estar todo el día junto a su cabeza chiquita. Mientras que Gustabo solo se enfadó. Ya habían mencionado más de una vez el hecho de que eran dos diablillos, ¿es que nadie confiaba en sus desarrollados buenos modales? No eran unos reclusos que debían ser vigilados todo el día.

— Si me entero que la habéis liado os la cargáis. — trató de sonar amenazante, pero poco consiguió con aquel ridículo bigotillo.

El timbre sonó, haciendo que Horacio se levantase del suelo feliz. La verdad es que el tío Greco le había caído bastante bien, quitando claro que era un poco raro.

— Ten cuidado al bajar las escaleras. — le advirtió el mayor, obteniendo solo un ruido de aceptación por el menor.

Conway desvío su vista al niño rubio, que no paraba de revolver su pelo, intentando estar un poco más aliñado por recibir visita.

Soy un mal padreWhere stories live. Discover now