Capítulo 23 - Mis hijos

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—Veamos... —comenzó a hablar el hombre de avanzada edad, acomodando sus gafas sobre su ancha nariz para leer bien los papales que poseía. —Desea la custodia de Gustabo García y Horacio Pérez.

Dejó de lado los papeles, viendo a los dos hombres sentados frente a él.

—¿Sabe lo que eso implica, señor Conway?

El superintendente miró de reojo a Volkov, como si él tuviese la respuesta a aquella pregunta que esperaba fuera retórica. Finalmente se encogió de hombros.

El abogado aclaró su garganta.

—Primero que todo, adoptar no es sencillo, es un proceso largo.

—¿De cuánto tiempo estamos hablando? —preguntó con impaciencia el superintendente, interrumpiendo al hombre.

El abogado pareció pensar en su respuesta.

—Un año, tal vez un poco más. Depende de muchas cosas.

Volkov miró a Conway, él estaba de todo menos calmado. Nunca había visto una pierna más inquieta como la de su superior en estos momentos.

—Vale, entonces, ¿qué debemos hacer? —respondió Conway.

El ruso movió su pierna, tocando la de Conway, tratando de calmarlo. El abogado pareció notar esto. Cogió aire, elevando un poco su pecho y señaló a ambos.

—¿Son pareja? —ignoró la pregunta del superintendente.

La cara de Volkov se puso roja y Conway se acomodó en la silla, algo incómodo.

—No, somos compañeros de trabajo. —respondió Conway en un tono más serio.

El abogado achicó los ojos, como si estuviese decepcionado.

—Es una pena, es mucho más favorable que una pareja adopte a dos niños en vez de un soltero.

—¿Cómo ve la adopción?

—Algo complicada. Verá, usted mantuvo contacto con los niños durante mucho tiempo y para adoptar se requieren ciertos requisitos. Por desgracia, Gustabo dijo ciertas cosas sobre usted que podrían desfavorecer el procedimiento.

—Ese crío... —Conway se contuvo de maldecir —¿Como qué?

—Como por ejemplo ser un padre ausente, cosa que es posible teniendo en cuenta su trabajo. O, Además, crear un mal ambiente para la crianza.

Conway rió, rascando con nerviosismo la palma de su mano.

—Tenemos un buen ambiente. —respondió. No era a su abogado a quién debía de convencer, aún así sintió la necesidad de decirlo.

—¿Está seguro? Porque ha entrado maldiciendo con malas palabras sobre una multa que le pusieron.

—Me quejo sobre las injusticias sociales.

Vio de reojo al comisario negando con la cabeza, juzgándolo.

—¡Solo me pasé de la hora cinco minutos! —habló directamente con Volkov.

—Y según lo que pone aquí —el abogado señaló el papel —hubo un accidente no hace mucho en un parque con una furgoneta que conducía Gustabo. Accidente por el cual el brazo de Horacio se rompió.

—No estaban bajo mi cargo —se excusó.

—¿Los suele dejar desatendidos?

—No —respondió rápidamente —O sea, sí. Pero puedo cambiar eso.

—No me mal entienda, señor Conway, pero... no es muy seguro que gane sus custodias.

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Soy un mal padreWhere stories live. Discover now