Edward James.

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Las semanas pasaban tan rápido como los fríos vientos que azotaban los cristales de las ventanas de su ahora cálida casa, a la que nuevamente podía llamar, hogar.

El pequeño y tolerable bullicio de la TV encendida en un canal para niños, rebotaba entre todo el espacio de la cosina, junto a unas risas agudas muy dulces cual miel de abeja. Sobre la mesa, yacía platos de colores suaves con lo que al parecer tenían por encima un puré anaranjado, apetitoso que, desprendía el olor puro del deleitoso sabor a la calabaza.

—Por dios, ¡Mira lo fuerte que está!, es igualito a ti. —

Habló emociona una mujer de apariencia mayor, cabellos canosos y pequeñas arrugas que propiciaban sobre su rostro, aunque eso no opacaba su evidente belleza natural.

Eduardo, que se encontraba sirviendo aquella papilla que su madre le había enseñado hacer hace unos minutos; dio la vuelta para prestar más atención a su progenitora.

—Edu, ¿Has pensando en un nombre para mi niño? — apretó uno de los cachetes del infante, quien yacía sentado en una pequeña silla de plástico atada a otra de madera.

Dias después de la decisión de Eduardo respecto al suceso, decidió hablale a su adorada madre, esta, al darse cuenta de que su hijo llamara en busca de consejos y no de los dolorosos lamentos. Tomó el primer vuelo a Londres.

Eduardo, por su parte, la semana anterior se dedico a comprar al menos las cosas indispensables para el nuevo amo de su vida, aquel niño lo tenía cautivado como ninguno antes. Las botellas de licor en la nevera, cambiaron a biberones preparados y múltiples papillas que realizaba cada dos días. Sus muebles grises y vacíos se llenaron del las cálidas cobijas de animales y dinosaurios que había comprado Mark para su nuevo sobrino.

Su oscura cueva, comenzaba a brillar de nuevo.

— Ya tengo una lista de nombres — su mirada pareció esquivar el de la mayor, metiendo una de sus manos en sus bolsillos
— Jon hizo una lista hace un tiempo —

Entre sus dedos, delicadamente se aferraba al papel viejo con líneas blancuscaz gracias a los múltiples dobleces que seguían cruzando el mismo patrón una y otra vez cada que era guardada entre los tesoros más preciados del moreno.

Su mente daba vueltas alrededor de ese papel todas las noches, tan sólo tenía escrito un par de nombres. Aun recordaba el día en el que fue escrito, ese día en el que encontró a su compañero de vida sobre la cama, recostado, leyendo un libro ficticio de magos y fantasías no tan fantasiosas. Sin darse cuenta, su mente nuevamente se hundió recapitulando los viejos recuerdos.

—Edu, ¿Sabías que Molly Weasley pudo haber adoptado a Harry? Hubieran podido evitar tanto sufrimiento al pobre muchacho. —

Jon resopló de mala gana mientras cerraba el libro cuya portaba resaltaba la ilustración del joven mago del cual ahora sabía que jon sentía algún tipo de obsesión; ya que, era la tercera vez que se encontraba leyendo la saga desde cero.

—Pero, no hubiera podido casarse con Ginny Weasley—

su cuerpo se metió entre las sábanas compartidas con su prometido, sintiendo la calidez que emitían cual luminosa luz del día.

—De todas maneras no me agrada esa pareja, no le veo quimica— Eduardo sintió la delganas manos de su prometido sobre sus mejillas, no pudiendo evitar que su mirada chocará sin frenos con el oscuro de sus ojos. —No veo que tengan algo como tu o como yo cada vez que nos miramos. —

La cara de Eduardo se vio iluminada con la imagen de su amante, era como ver el cosmos estallar entre el obscuro universo que comienza a tener la luz de los gases estelares. Sin pensalo dos veces, sus labios ya se entraban rozandose unos con otros, sintiendo el estallido de emociones cual big bang.

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⏰ Last updated: Aug 08, 2021 ⏰

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[.•°~Un papá soltero~°•.]Where stories live. Discover now