30 - Se una rosa vermiglia...

9 1 0
                                    

... e un gelsomino a una foglia d'allor metti vicino

********

Diego callaba. En su interior se reía de sí-mismo. La chica que amaba en secreto era por mitad hija de una de las naciones contra las que él y sus amigos luchaban para conseguir la libertad de Italia. Ahora la perspectiva de antes se explicaba. Ten cuidado, le susurraba una voz interior, no sabes quién es en realidad. Su familia vienesa no puede ser tan pobre si el tío pudo viajar por toda Italia en busca de su hermana.

Pero su corazón miró hacia Amalia. No dejaba de ser la misma muchacha cuyo destino lo había tocado tan profundamente. Quién sea que fuera su familia austríaca, no había podido protegerla de la agresión que le había tocado vivir y, por lo visto, ahora tampoco le era de ayuda. «No tengo familia», había dicho. La que caminaba a su lado era la misma muchacha orgullosa y atemorizada que poseía dedos que curaban y poco a poco estaba reconstruyendo su autoestima herida en el peor de los modos posibles. Él y sus amigos luchaban contra ejércitos de ocupación y contra los soberanos, no contra muchachas, sin importar quiénes eran sus padres o abuelos.

—¿Entonces hablas alemán? —Se le ocurrió que esto hasta podía ser útil.

—Fue muy difícil aprenderlo. Mucho más difícil que el italiano. Pero sí, llegó el momento en que lo dominé. A parte mi tío, allá nadie sabía hablar mi idioma. Ni siquiera mi profesor de italiano.

—¿Tu profesor de italiano? ¿Fue en Viena que aprendiste a hablar toscano?

Eso a Diego le pareció tan absurdo como divertido.

—En Viena aprendí todo lo que sé, a parte curar. En mi pueblo nunca fui a la escuela. Estaba muy lejos y además, a mi tía Ángela no le gustaba el cura que enseñaba ahí. A leer y a escribir me lo enseñó ella misma. Dijo que con esto más tarde habría aprendido cualquier cosa que quisiera.

Además, el tío Gustavo se había gastado el dinero que el tío Félix le había dejado para pagar la escuela para ella y María. ¿Para qué las vas a mandar a la escuela a estas mocosas? le había dicho Giuliana, su mujer. Cómprales unas sábanas y trastes para que tengan dote cuando las cases dentro de unos cuantos años. ¿Pero para qué contarle eso a Diego?

—¿Me vas a contar ahora de qué te escondes?

Diego suspiró. Sabía que era un error, pero sentía una necesidad irrefutable de confiar en Amalia, así que le contó que él y sus amigos luchaban para que aquella bota que había dibujado se constituyera en un estado independiente. Le explicó quién gobernaba en este momento qué parte del territorio: los Habsburgo-Lorena sobre todo, que controlaban el Reino Lombardo-Véneto y varios ducados del centro hasta el Gran-Ducado de Toscana, luego los Saboya, una dinastía francesa, que dominaban el noroeste y ambicionaba ampliar su dominio a toda Italia, los Borbones españoles que imperaban en el sur. Y en amplias partes del centro reinaba el Papa, que algunos querían ver soberano de toda Italia.

La confusión de Amalia, en lugar de reducirse, aumentó con sus explicaciones. ¿Por qué era tan importante unir en un solo estado los territorios de la bota, y sobre todo, quién debería gobernar este nuevo estado? A juzgar por el tono que Diego, no le gustaba ninguno de los príncipes disponibles.

—Para ti, ¿quién debe gobernar esta Italia?

—El pueblo.

Amalia puso los ojos como platos. ¿El pueblo podía gobernar? Diego pasó a explicarle lo que era una república y cómo se imaginaba la república italiana: cada región, cada pueblo tendría su representación en una asamblea electa por todos los hombres en elecciones libres. En aquella asamblea las decisiones se tomarían juntos, votando. El cuadro que pintaba con sus palabras era brillante y atractivo como todo, cuando él lo evocaba. Pero Amalia admitió para sus adentros que se le quedaba borroso. Solo le quedó claro que Diego era uno de aquellos revolucionarios peligrosos de los que los curas advertían en sus sermones dominicales, tanto aquí en las montañas como en la llanura.

Amalia - Risorgimento (1)Where stories live. Discover now