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No hacía mucho, el rumor por la escuela se había corrido como un virus

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No hacía mucho, el rumor por la escuela se había corrido como un virus. Pronto todos cotilleaban de ello en los pasillos y durante el descanso en la cafetería. A donde quiera que volteara estaría alguien señalándolo.

¿Y cómo no?

Si él era Shim Jake. El fantasma de la escuela.

Por favor, que no les asuste la palabra fantasma. Es sólo una manera metafórica de decir que nadie le veía o le notaba, que su presencia era olímpicamente ignorada.

Y quizá se pregunten, ¿por qué las personas le miraban tanto, si se supone era el fantasma?

Jake llevaba todos los días el cabello de la misma forma: castaño, lacio y largo cayendo sobre su frente, cubriendo ésta y cosquilleando en sus párpados, ligeramente acomodado hacia un lado. Sus ropas no eran extravagantes, no usaba jeans demasiado ajustados, y las camisetas no mostraban más de lo necesario. Su ropa siempre era cómoda, pero no como para hacerlo parecer un vagabundo.

No era feo. Él lo sabía. Tenía unos atractivos ojos de cachorro y una nariz ligeramente puntiaguda, su sonrisa era de dentadura casi que perfecta, y su piel era suave y color canela. Tenía con qué defenderse.

Le gustaba mucho delinear ligeramente sus ojos, y sombrear sus párpados con colores opacos y tenues. Sus ojos eran quizás su cosa favorita de su rostro y le gustaba resaltarlos de alguna manera u otra. Sentía que acentuaba su mirada y ésta se volvía más potente de lo que ya era naturalmente.

Sin embargo, el problema no radicaba en que él fuera feo (ya aclaramos que no lo es en absoluto), sino en que era lo que puede seguirle a pésimo para entablar una conversación con alguien.

No importaba quién fuera, ni la edad o género de la persona, Jake siempre se encontraría balbuceando incoherencias, tembloroso como gelatina, y adornado de sus mejillas por un hermoso carmín.

Jake llevaba el carmín sobre su rostro muy a menudo.

Se había vuelto parte de su rutina. Era sólo cuestión de recibir las miradas de las personas o tener que hablar demasiado tiempo con alguna de ellas y ¡puf! el carmín subía a sus mejillas para asentarse ahí por un rato.

Ya no era raro para él verse en algún reflejo y notar el carmín en su rostro.

Pero, oh, benditos dioses, nadie le había preparado para su tortura y al mismo tiempo delirio.

Quizás en ese momento no había pensado correctamente, aún hoy día se pregunta qué pasaba por su mente para decidir que leer bajo un árbol a un lado de la cancha de fútbol que no contaba con alambrado de seguridad para prevenir que el balón saliera, era buena idea.

Llevaba unos anteojos de mica redonda que sólo utilizaba en esos raros días que tenía ganas de leer. Se le resbalaban por el puente de la nariz y con su índice y pulgar volvía a colocarlos en su lugar, continuando con su interesante lectura. Amaba la trama que Retrato en sangre estaba tomando conforme pasaba las páginas y se había sumergido tanto en la lectura que el grito de advertencia no llegó a sus oídos. El balón de fútbol impactó contra su rostro, no sólo rompiéndole los anteojos a la mitad, sino que haciéndole sangrar la nariz en cuestión de segundos.

Carmín || Jakehoon Onde histórias criam vida. Descubra agora