Tareas

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Una gota de sudor se deslizaba por mi frente. Mis manos se movían con destreza mientras el filo cortaba el papel de manera perfecta. No me podía equivocar, un movimiento en falso me haría arruinar lo que había trabajado por tanto tiempo. Suspiré terminando finalmente. El gran peso sobre mi pecho, hombros y cuello, lentamente se retiraba dejando un leve cansancio en esas zonas. El aire que entraba por la ventana que tanto me molestaba hace unos minutos, se empezaba a hacer cada vez más placentero, mientras refrescaba mi cuerpo. La tensión de retiraba como una ola retrocediendo tímidamente sobre la arena.

Pero aún no había terminado. Me faltaba terminar la misión encomendada. No podía defraudar a mis superiores. No podía dejar que pensaran que no era capaz de superar a los otros.

Miré el papel. Blanco. Elaborado.

Perfecto.

Alargué mi mano, pero algo extraño sucedió. Mi mano comenzó a sangrar. Bueno, mi dedo, para ser más acertado. El papel me había cortado. Mi papel. Mi propio trabajo.

Una gota de sangre se deslizó por mi dedo. En el momento en que vi a la velocidad en que avanzaba, y a donde se dirigía, mi corazón dejó de latir. La manera en que el líquido rojo cayó fue majestuosa. El papel recién cortado, causante de mi corte y breve sufrimiento , se encontraba con una gran mancha roja en el centro. Todo mi trabajo había sido destrozado. Todo mi esfuerzo se había esfumado en unos segundos. Toda la obra que demostraba mis habilidades había perdido su valor.

¿Valía la pena seguir intentándolo? Después de todo, a el destino no le importaban las consecuencias de nuestras acciones. Nosotros mismos destrozábamos nuestros propios caminos.

En silencio, sumergido en mi propia miseria y desconcierto, vi a la mujer corriendo hacia mi, con sus ojos reflejando angustia y miedo. Su dulce voz llegaba a mis oídos, pero sus palabras perdían su significado.

Este era mi fin. Todos conocerían la triste realidad de mi error. Todas las personas que confiaban en mi para esta tarea tendrían sus paredes derrumbadas una vez que descubrieran que no era capaz de semejante acto.

—¡Mateo! ¡Estás sangrando!- exclamo la mujer encargada frente a mi.- ¡Sabía que era mala idea darle tijeras a un niño de tres años!

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