Capítulo 3

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Las cosas no estaban saliendo como las había planeado. Cuando había tomado la decisión de tomarse vacaciones, estaba convencido de que la distancia y la soledad le servirían para aclarar la mente. Estaba equivocado. Por el contrario, parecía empeorarlo aún más.

Sentado en medio del bote que pertenecía a la cabaña que había alquilado para su retiro, aguardaba, inmóvil, a que algún pez picara. El silencio era su compañero, junto con un cielo negro salpicado de hermosas y brillantes estrellas. En otras circunstancias, se habría sentido en el paraíso. No podía pensar en nada que fuese más pacífico que estar rodeado de naturaleza con una caña de pescar en una mano y una cerveza bien fría en la otra. Sin embargo, aún no había sido capaz de encontrar la paz que tanto buscaba.

Su mente parecía un torbellino y en su pecho, una extraña e incómoda sensación de vacío lo oprimía negándose a dejarlo tranquilo. ¿A quién había querido engañar al hacer ese viaje? Sabía muy bien que los problemas no iban a quedarse en casa.

Casa... todavía podía recordar, como si lo estuviese viviendo en ese preciso instante, la noche anterior a su partida. Había tenido un largo día en el trabajo y luego, había asistido a una de sus sesiones de terapia física. A pesar de que su hombro ya no dolía como al principio, no debía interrumpir la rehabilitación. Sabía que hasta que su cuerpo funcionase al cien por ciento de nuevo, no lo autorizarían a estar en campo y eso era algo que no estaba dispuesto a relegar.

Volvió a tensarse al evocar el momento en el que, al abrir la puerta para entrar, se había dado cuenta de que no estaba solo. En una milésima de segundo, su mano había bajado hasta su arma, dispuesto a enfrentarse con el imbécil que había creído que podía irrumpir en la vivienda de un policía y vivir para contarlo. Pero entonces, ella había aparecido ante él con expresión abatida y los ojos llenos de lágrimas. No había vuelto a verla desde el día en el que la había sorprendido teniendo sexo con otro hombre y de todos modos, fue incapaz de reprimir el sentimiento de ira que despertó en él en cuanto sus miradas se cruzaron.

—¿Qué estás haciendo acá, Julieta?

—Necesitaba verte —le había dicho con voz quebrada, casi con desesperación—. No atendés mis llamadas y no contestás mis mensajes. Quería hablar con vos antes de que te vayas.

Eso último le había llamado la atención. No había mencionado nada respecto de sus vacaciones antes de que decidiera terminar su relación con ella.

—¿Cómo sabés que me voy?

—Tu mamá... —Había estado a punto de replicar, pero la joven se había apresurado a seguir, impidiéndoselo—. Por favor no te enojes con ella. Fui yo quien la llamó. Claudia solo está preocupada por mí.

—Preocupada por vos... —repitió, sin poder evitar el tono de burla—. Tal vez debería darle los detalles de lo que pasó para que deje de meterse en donde no le corresponde.

—Por favor no hagas esto, Lucas. Sé que me equivoqué, que lo que hice estuvo mal, pero nunca fue mi intención lastimarte. Tenés que entenderme. Últimamente apenas nos veíamos. Ambos tenemos trabajos muy demandantes y estresantes y eso no ayudó tampoco. Y cuando me enteré de que te habían herido, casi me vuelvo loca. Estuve a punto de dejarlo todo y volver, pero eso hubiese significado perder mi trabajo. Me sentía impotente, vulnerable, sola... Entonces, él me consoló, estuvo ahí para mí.

Su mano se cerró con fuerza alrededor de la lata de cerveza provocando que el metal se hundiera levemente bajo sus dedos. Recordar esa conversación le generaba la misma frustración que había sentido en aquel momento. Repasar sus palabras, la forma en la que le había explicado las razones de su infidelidad como si ella no hubiese tenido responsabilidad alguna en lo sucedido y las lágrimas que habían colmado sus ojos mientras hablaba, volvió a revolverle el estómago.

Apuesta de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora