Capítulo IV: Amantes.

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Alejandro volvió tarde a casa. Después de haber ido a hablar con su padre, había tenido que ir a la Universidad para explicar su ausencia de las últimas dos semanas y revisar los últimos temas para poder ponerse al día, lo cual le tomaría todo el fin de semana. Anteriormente Alejandro había estudiado arquitectura, inspirado por el recuerdo y los logros de sus abuelos. Sin embargo, a media carrera, había descubierto su amor por las leyes al igual que su padre... así que había decidido iniciar una nueva carrera, paralela a la que ya estaba estudiando. Había creído que aquello le traería problemas con su padre, pero no había sido así, sino que parecía que a su padre le había gustado la idea, y aunque Constancio no lo había dicho con palabras, se había sentido orgulloso de su hijo.
Para Alejandro no había sido fácil estudiar dos carreras al mismo tiempo, pero aquello no había durado demasiado tiempo y hacía casi un par de años que se había graduado como arquitecto, y ahora faltaba muy poco para que también se graduara como abogado.
Y aunque aquella se trataba de su segunda carrera profesional, a Alejandro no le gustaba nada desatender sus obligaciones en la universidad, pero esta vez había sido necesario ya que su madre había tenido una recaída, seguida de una crisis nerviosa. Recordó que hacía dos semanas, él y su padre habían recibido una llamada desde Santa Bárbara informándoles del infortunio. Ambos habían tenido que abandonar sus respectivas ocupaciones para volar a Santa Bárbara de inmediato y al llegar a casa, Luciana estaba encerrada en su habitación. Alejandro y Constancio casi tuvieron que echar la puerta abajo para poder ingresar a la alcoba y al hacerlo, habían encontrado a Luciana en el suelo, totalmente ebria y hablando incoherencias. La habitación en sí también estaba hecha un desastre, como si un tornado hubiese pasado por ahí.
A Alejandro siempre le había dolido el alcoholismo de su madre, el cual era algo esporádico. Él no podía imaginar siquiera qué había sucedido para que su madre se hubiera hundido a sí misma en un estado tan lamentable. Aquella era una situación tan dolorosa que le había impedido disfrutar de ella como madre, aun así Alejandro la amaba y se preocupaba por ella, era por eso que había optado por llevarla consigo a la ciudad...

-¿Mamá? -preguntó al abrir la puerta de la habitación de Luciana.

Ingresó a la habitación y encontró a su madre sentada en el alfeizar de la ventana, con la mirada perdida en el vacío. Por un momento Alejandro respiró aliviado de haber mandado sellar las ventanas, ya que en ocasiones su madre amenazaba con suicidarse cada vez que entraba en alguna crisis o recaída.

-¿Mamá?

Luciana viró levemente el rostro y al verlo le dedicó una suave y cálida sonrisa, cosa que no pasaba demasiado a menudo por lo que Alejandro se sintió con suerte aquella noche.

-Hola hijo.

Alejandro se acercó a su madre y también tomó asiento en el alfeizar de la ventana, al lado de su madre.

-¿Cómo estás? -preguntó-. ¿Cómo te sientes?

Luciana ladeó el rostro, reflejando en su expresión una supuesta calma. Hacía mucho que Alejandro no la veía así...

-Bien -respondió con suavidad.

Alejandro asintió y la tomó con cariño de la mano.

-No sabes cuánto me alegra verte tan tranquila, mamá.

Luciana le sonrió.

-Me siento en paz -admitió-. Muy contenta de estar aquí contigo, mi amor.

Alejandro asintió y le devolvió la sonrisa.

-Entonces te pondrás más contenta al saber que hablé sobre ti con papá -espetó.

La sonrisa se esfumó del rostro de Luciana y apartó la mano que Alejandro le sostenía.

Duelo de PoderWhere stories live. Discover now