Capítulo XVIII: Valientes.

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—Buenos días, jóvenes.

Todos los chicos giraron y se dispusieron a tomar asiento en sus butacas al escuchar el saludo de su profesor. Juan de la Cruz sonrió al ver la disciplina del grupo y se dispuso a acomodar sus cosas en el escritorio para iniciar la jornada del día. Cuando tuvo todo listo para iniciar con la clase del día, se dispuso a tomar la lista de alumnos y se dispuso a tomar asistencia.

—Armenta —exclamó.

Al fondo del aula, una jovencita elevó la mano y espetó:

—Presente.

Juan de la Cruz asintió y continuó nombrando a sus alumnos, uno por uno, hasta que...

—Mendoza —llamó Juan de la Cruz, pero nadie respondió—. Mendoza —volvió a llamar y elevó la mirada para escanear visualmente el aula de clases, pero no encontró a la persona que buscaba—. ¿Dónde está Mariana Mendoza? —inquirió suavemente.

Juan de la Cruz observó cómo varios de sus alumnos se miraban entre ellos con evidente nerviosismo, algunos otros con complicidad. Al ver que nadie respondía, Juan de la Cruz carraspeó y volvió a hablar, pero en esta ocasión con un tono de voz más duro.

—¿Alguien sabe dónde está Mariana Mendoza? —inquirió.

Una jovencita elevó la mano con cierta cautela, Juan de la Cruz la reconoció al instante: era Elisa, la mejor amiga de Mariana.

—Dime, Elisa —le cedió la palabra.

Elisa esbozó una tenue sonrisa.

—Mariana no pudo asistir hoy a clases, profesor —espetó—. Al parecer amaneció un poco enferma.

Juan de la Cruz enarcó una ceja.

—Gracias por la noticia, Elisa —respondió y vio cómo ella se relajaba—. Le hubiera creído si yo no hubiera visto a la señorita Mendoza sentada en una de las jardineras poco antes de la hora de clase—exclamó él.

Elisa palideció un poco al verse descubierta y bajó la mirada. Juan de la Cruz no quiso avergonzarla más y continuó pasando la lista de asistencia hasta concluir. Una vez que hubo terminado, cogió su libro de Historia Nacional y lo hojeó.

—Saquen su libro, por favor — pidió—. El día de hoy, vamos a leer el capítulo tres —señaló—. Y al terminar, quiero que elaboren un reporte de la lectura.

Los jóvenes comenzaron a protestar ante las instrucciones del profesor, pero Juan de la Cruz ni siquiera se inmutó. Por lo general, él no solía dar esa clase de trabajos a sus alumnos. Él solía realizar actividades recreativas, debates, exposiciones... Cualquier cosa interactiva antes que resúmenes o reportes aburridos. Sin embargo, en esta ocasión, sentía que era necesario ya que tenía que acudir a dirección para reportar lo sucedido.

—Tienen media hora jóvenes —espetó Juan de la Cruz y se dirigió a la salida.

Salió del aula y se dirigió con paso firme hacia la dirección, mientras en su mente no dejaba de pensar en las actitudes de Mariana Mendoza. Desde que él había llegado al colegio de forma interina, se había llevado de maravilla con todos, excepto con ella. Mariana siempre parecía estar a la defensiva, se comportaba con frialdad e indiferencia con todos, excepto con Elisa.

Al principio, Juan de la Cruz pensó que se trataba a una etapa de comportamiento típica de los adolescentes, pero con el paso de los días fue sospechando que se debía a algo más que eso. Por lo menos a él todo el tiempo lo desafiaba, renegaba de las tareas o los trabajos que les dejaba y cuando la instaba a participar activamente en alguna de las actividades en clase, ella se negaba en redondo y le respondía secamente. Un poco inquieto con la situación, Juan de la Cruz se atrevió a comentarlo con su esposa: Elena Carvajal, quien además era una gran psicóloga.

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⏰ Dernière mise à jour : Mar 24 ⏰

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