Día 02. Día de tormenta

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Hoy era un día sumamente interesante para los directores de películas de terror. Fukuzawa jamás llegó a recordar si hubo una tormenta tan ruidosa en Yokohama antes.

—Es el tiempo perfecto para Mori-sensei —se dijo imaginándose a su compañero con la capa de Drácula, leyendo a la luz de las velas y bebiendo sangre de una copa.

Maldito Ranpo y sus películas de terror. Ahora le había dado al niño por verlas todas las noches con el objetivo de dormir con él porque luego tenía miedo de dormir solo. Ya había aprendido que tonto no era.

Un rayo iluminó el pasillo de la clínica y el trueno no se hizo esperar, asustando a varias ratas que andaban por allí. Debía hacer limpia urgente al lugar. Sus instintos de guardaespaldas se activaron cuando oyó romperse un cristal en el despacho de Mori. ¿Un ladrón? ¿Otro secuestrador? Corrió hacia él y abrió la puerta somatándola.

—¡Mori-sensei!

Lo que vio le rompió los esquemas. No había ladrón ni secuestrador, solo un frasco de medicina roto en el suelo y al lado Mori encogido, abrazándose las rodillas mientras temblaba.

—No me diga… Que le dan miedo los truenos.

—No es miedo… Es respeto…

Otro más sacudió el lugar y el doctor se abrazó todavía más, aumentando también sus temblores.

—¿Está bien?

—Son bombas… Muchas… Caen del cielo y son imparables…

Fukuzawa se agachó a la altura de Mori y observó sus ojos. Como pensaba: no enfocaban a ninguna parte, solo al pasado militar del doctor. Había entrado en shock. Otro trueno más hizo que Mori soltara un grito y se tapara los oídos.

—Mori-sensei, escúcheme: usted no está allí. ¿Me oye?

Intentó quitarle las manos de los oídos, pero era tal la tensión que no pudo moverlas ni un milímetro. Le recordaba a Ranpo cuando tenía pesadillas sobre su anterior vida solo, aunque sin duda el trauma de Mori era mucho más profundo que el del detective. Pero decidió probar lo que hacía siempre con Ranpo: se colocó a su lado y lo abrazó. 

Con cada trueno notaba más tensión en el cuerpo de Mori y, con cada rayo, mayores eran sus temblores. Le iba a dar un infarto como siguiera así la cosa. De pronto, con uno de los truenos, Mori gritó y se abrazó a Fukuzawa, casi estrangulándolo.

—¡No quiero que nadie más muera! ¡No encuentro una solución lógica para esto! ¡Si no detengo las bombas, todos van a…!

—Nadie va a morir aquí, Mori-sensei. No mientras yo esté aquí.

Para su sorpresa, Mori levantó la vista y miró a Fukuzawa. Un brillo inexplicable había aparecido en sus ojos y sus labios comenzaron a temblar. Antes de que Fukuzawa pudiera ver la primera lágrima, Mori había ocultado su rostro en su yukata.

Pasada la tormenta, Mori regresó a ser el mismo sin acordarse de nada y preparado para decirle a Fukuzawa que a él solo le gustan las menores de doce. Podía decir todo lo que quisiera; pero el albino estaba orgulloso de su trabajo. Como guardaespaldas, su deber es proteger y salvar a su cliente.

Y lo acababa de conseguir.

FukuMori Week 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora