Prólogo

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El denso viento bailaba junto a las pocas hojas de color amarillo con naranja —un muy bonito degradado—, estas yacían secas en el desnudo árbol, acariciando delicadamente esas pequeñas ramas a punto de quebrarse y, aunque sean percibidas como algo minúsculo, llegarían a ser intérpretes del caos. Una fina línea de hormigas llegaba con alimentos encima de sus cuerpecitos, ninguna se iba por otro rumbo, todas seguían el mismo compás, si los viese de otra forma hasta pensarías que son unos simples cabos que acatan las ordenes de su superior. La atenta mirada del infante, junto al puchero en sus rosados labios; causaba ternura a la mujer que se encargaba de cuidarlo desde hace mucho tiempo.

—Uno, dos, tres —contó en voz bajita, ajeno al bullicio que sus demás compañeros hacían al jugar con un balón añejo—. Son muchas hormiguitas para enumerar, tardaría una vida y más. Señoras hormigas, ¿no les duele ubicar su comida en la espalda? Yo con las justas cargo un libro y ya me estoy fatigando. Parezco un veterano asno que a duras penas logra llegar a la cima de esa colina que en su infancia tanto gozo le produjo, a esa colina llena de vida y pasto verde que era su fuente de alimento y hoy simplemente es la causa de su posible abrazo a la muerte.

Para tener ocho años recién cumplidos hacía una semana atrás, Erick comprendía a la perfección que "viajes sagrados y eternos" era decir: la muerte llegó a tu vida para cautivarla y no dejarla escapar como si fuesen pajarillos bebés. Crudamente ha experimentado pesadillas donde una mujer de finas vestimenta y cabellos similares al oro abrazaba un bulto con miedo y pedía a gritos desgarradores que no ingresaran a la habitación.

¿Quién podrá ser esa mujer?

Acaso...

¿Acaso sería su madre?

Infaliblemente la verdad fue oculta por su bienestar. Pero ¿algún día todo estará bien si ya no son amparados por el poder divino?

La luz de la paz se fue para no volver y quedaron envueltos en penumbras y sombrías telas de tristeza, gritos agonizantes en la tumba del dolor y la pérdida de cordura para cada habitante de RoseWeld. Nada volvió a ser como las mañanas de primavera, el canto de pájaros no se escuchó nunca más, fue reemplazado por toscas campanadas que solamente anunciaban la llegada de un nuevo mal hecho persona.

—¿Saben lo que es una mamá? — articuló con inocencia, rascando detrás de su oreja y arrugando su pequeña naricita de botón—. La hermana Samantha y la hermana Hilda no quieren explicármelo, pero asumen que yo tuve una. Bueno, más bien yo asumo eso —continuaba contado a los animales que seguían trabajando—. No lo sé, un día simplemente desperté con esa idea y hasta el día de hoy sigue fresca como pintura recién tirada en un perfecto lienzo. Como si... Como si alguien me diera el don de hablar de sucesos que nadie quiere escuchar. Como si alguien de otra realidad pintara un arcoíris que solo yo puedo ver. Quizás me vuelvo loco a tan corta edad.

El lenguaje fluido de Erick causaba sorpresa para las mujeres que cuidaban del resto de niños, menos para las anteriormente mencionadas; ellas vivían con una cruz del material más pesados que exista, rodeado de espinas que hacían sangrar sus espaldas o sus manos cuando intentaban retirarla para respirar. Un precio elevado de pagar. Una promesa inquebrantable.

Y lo cumplirán.

Porque ese orfanato que quinientos años atrás fue fundado por los más celestiales ángeles que la tierra pudo habitar, ahora se había convertido en refugio de pérfidos demonios que ensuciaban a las almas más bondadosas hasta volverlas miseria, dejarlas hecha polvo. Dulces risas por las mañanas y lastimeros gemidos por las noches.

—A veces, a veces creo que no soy lo que otras hermanas dicen de mí. Es... es raro, pues todos tienen el iris de color café, unos más obscuros que otros niños. Y yo... —suspiró profundamente, colocando sus manitas alrededor de la boca, bajó el volumen de su voz, empezando temeroso a contar un gran secreto a sus amigas hormigas— yo los tengo verdes, pero casi nadie lo sabe porque utilizo unos plásticos insufribles, bueno, más bien parece que son vidrios puntiagudos y en cualquier momento terminaré con uno incrustado, eso me producirá ceguera. Creo.

De pronto el viento se volvió más cruel, llevándose por fin las últimas hojas del viejo árbol.

El primer detonante había llegado.

—¡Auch! —exclamó Erick cuando la punta filosa de esa rama impacta contra su frente luego de haberse puesto de pie, con rapidez llevó ambas manos la herida que ocasionó algo tan insulso como esa, sí, esa ramita.

Pero eso no fue de lo que Erick realmente debía preocuparse.

No.

La hermana Hilda sintió un arrollador golpe a la altura del abdomen, aquello hizo que sangre a borbotones escapara de su boca y en un sórdido movimiento cayera al suelo, impactando duramente su cabeza. Entre suspiros agonizantes y viendo que las demás mujeres se acercaban a socorrerla, logró articular un nombre en específico.

—Erick...

—¡Hilda! —chilló la mayor de todas, pasmada ante tan repentina muerte. ¿Qué sucedió? ¿Qué ocurrió en menos de un segundo?

Samantha, una de las novicias que tenía poco tiempo de haber llegado, lejos de ir por su amiga, acudió a Erick. Algo no andaba bien, lo presentía. La cruz era más pesada y los clavos perforaban su piel hasta hacerla sangrar. Una corriente atravesó su espina dorsal cuando lo encontró con la mirada gacha y las manos en la frente.

—¿Cariño?

Erick giró violentamente, con los ojos rojizos por las lágrimas estancadas, pero eso no fue lo peor. No.

La tinta que debía ser lóbrega, oler a putrefacción como la del resto; era dorada.

—¿Qu-Qué es esto, Sammy? —preguntó confuso, temeroso—. ¡Dímelo!

—Pequeño ángel, ven a mí.

—Sammy, tengo miedo.

—Te protegeré de toda esta sarta de hipócritas.

Corriendo hacia los brazos de su segunda mujer favorita, el llanto desbordó en todo el lugar.

Ahora solamente quedaba una aliada con Erick, una fuerza para no dejarse esclavizar al caer en manos equivocadas. Una persona que debería entregar su vida por él.

Un ser diabólico que aprendió a quererlo y respetarlo.

Porque no todos los que portan sangre del infierno eran malos.

Y eso tuvo que grabárselo en la memoria con brazas ardientes.

Lo que pasó después, solo son pesadillas que a sus veinticinco años todavía no puede olvidar y duda mucho que algún día logre hacerlo. Perder a su único pilar que le devolvía la cordura y le hacía hablar con elocuencia fue otro detonante.

Sepultar su verdadera identidad para no morir, era sin duda un doloroso existir.

Es el último ángel que habita en una tierra llena de malévolos demonios.

O eso creía.

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|NOTA|

No sé qué decir.

Apenas he terminado de escribirlo y dije: ¿Por qué no subirlo hoy en lugar de esperar ochocientos crisis por no hacer nada? Así que... ¡Aquí está lo que sea que deba ser! Perdón si hay errores, esta historia me da nervios.

La pregunta del millón: ¿Logrará sobrevivir en un mundo infectado y sin cura? 

Nos leemos en el siguiente capítulo, bueno, el primero.

—Besos.


Golden Heart || JoerickWo Geschichten leben. Entdecke jetzt