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La inhóspita habitación se había llenado de un tenso silencio que ninguno parecía dispuesto a romper. 

Dostoyevsky los miraba con expectación, y Chuuya escondía el temor tras valentía. Mientras tanto, el recién llegado lo miraba con neutralidad. Al contrario de los demás hombres en aquel lugar, él no lo miraba con intensa curiosidad a lo desconocido. Sus vacíos ojos expresaban monotonía, como si ver gente como él fuera su día a día. Esa calma comía por dentro al de menor estatura, temiendo que supiera sobre él, que supiera lo que era. Es por ello que tras el ceño fruncido que lucía, ocultaba unas manos temblorosas, una boca seca, y un sudor que por suerte no se podía apreciar. 

Finalmente, el albino abrió sus dañados labios, haciendo aparecer una sonrisa en ellos. 

— Me llamo Shibusawa. Quería enseñarte el sitio. — Dijo. Su voz era suave, pero algo grave — Te recomiendo sentirte cómodo. Puede que no salgas en mucho tiempo. — Añadió. La forzada sonrisa de sus labios se volvió a convertir en una línea recta, casi perfecta. 

— Levántate — Esta vez, fue Fyodor quien alzó la voz — Y dame tus manos.

Chuuya obedeció con resignación. Le tendió ambas manos, y el contrario las rodeó con una cuerda. La puerta se abrió como por arte de magia. El más alto salió primero de la habitación, tomando la delantera. Tras él salió el pelirrojo, seguido por el mediano. 

Al menor le costó acostumbrarse a los blancos focos del pasillo, pues ya se había acostumbrado a la penumbra de su habitación. Cuando logró abrir sus ojos, observó el pasillo donde estaba. Era amplio, y estaba bien iluminado. El lugar era de paredes pálidas, aunque de vez en cuando se veía un póster dañado por el paso del tiempo, o alguna ventana, perteneciente a una celda similar a la suya propia. Analizaba con interés las personas dentro de las mismas.

Una de ellas era una mujer de media estatura. Cabello rojo, recogido en un moño que estaba algo deshecho. Su tez era terriblemente pálida y, quizás a causa de la mala alimentación, tenía un aspecto enfermo y descuidado. Sus labios estaban violáceos y, además, agrietados.

En la celda de enfrente, se hallaba un hombre mayor. El blanco de sus ojos estaba algo amarillento a causa de la edad, al igual que su descuidado cabello, recogido en una coleta caída. Parecía prestar atención a nada en concreto, pues su mirada estaba perdida en una pared de las tantas que allí había, monótonas y aburridas. 

— ¿Yo también acabaré en estas condiciones? — Aquello fue lo primero que cruzó la mente de Chuuya, pregunta que no se atrevió a formular en voz alta por miedo a la respuesta. 

Al cruzar el pasillo y llegar al final, pudo ver una enorme sala. Sus paredes eran blancas, y una línea morada las cruzaba de un extremo al otro. En la pared opuesta a ellos había una abertura a modo de barra, donde se exponían comidas que desprendían un delicioso aroma. En el centro, había tantas mesas que apenas había sitio entre ellas para moverse por la zona, dando una sensación de pequeñez que resultaba agobiante hasta para alguien como Chuuya, que nunca había experimentado aquel agobio que hizo que una gota de sudor se deslizara por su tez. 

Lo que más llamaba la atención era un joven tras el mostrador. Miraba su teléfono de pie, deslizando la pantalla de vez en cuando. Aparentaba unos veintidós años, a juzgar por su carita pálida y sin ninguna imperfección, de aspecto de porcelana. Sus hebras bicolor parecían las de una muñeca, dándole un aspecto casi angelical. Al percatarse de la presencia de los tres hombres, simplemente alzó la mirada, a pesar de que denotaba profesionalidad, sus labios esbozaban lo que parecía una sonrisa. Su curiosa expresión hizo que la tensión de Chuuya se aliviara, quizás no todo el mundo del lugar era tan malo como parecía. 

— Esta es la cafetería — Mencionó Shibusawa sin previo aviso, cosa que sobresaltó a los allí presentes —. Aquí venís una vez a la semana para comer. Como una recompensa por seguir vivo, ya sabes. De vez en cuando hay que darse alguna alegría, ¿no crees?

El albino mostraba una sonrisa aburrida, como si no estuviera de acuerdo con las palabras que salían de su boca. Sin siquiera darle una órden, el joven del mostrador tomó tres vasos, sobre los que virtió algo de agua. Se acercó a ellos, y dejó los vasos sobre la mesa más cercana. 

— Gracias, Sigma. — Entonó Fyodor en un susurro, como para no molestar en la conversación de los otros dos. El de hebras bicolor se limitó a asentir y mostrarle una sonrisa. Volvió al mostrador, esta vez su cabeza estaba apoyada en la superficie pálida, y los miraba con atención, como intentando escuchar todo a la perfección. 

— ¿Para qué construir una cafetería, si esto parece una prisión? — Cuestionó Chuuya, dando vueltas al vaso. 

— Hasta las prisiones tienen cafeterías. No somos tan crueles. — Repuso con una sonrisa. 

Estuvieron en silencio un buen rato, cosa que hizo que el ambiente se tensara como una cuerda a punto de romperse. Al fin, Fyodor miró un reloj que llevaba puesto bajo su bata. Desprendía un aire pobre y barato, su correa era de cuero ya cuarteado. El reloj era de un plástico con pintura de metal. A simple vista, valdría menos de diez euros en una casa de empeños. 

— Shibusawa, ya es hora de que vuelva — Indicó —. Le llevaré yo, si te parece bien. 

— Está bien — Contestó, asintiendo.

El de ojos malvas se levantó, tomando del brazo a Chuuya. Hizo que se pusiera en pie y salieron de la cafetería. La mirada del mayor era fría, aunque era menos seria cuando el albino no estaba presente. 

— Sé que puede parecer que somos peligrosos, pero no tienes de qué preocuparte. Te trataremos lo mejor posible. — Aseguró con una voz calmada. 

Chuuya quiso contestar, pero tras pensar por un momento, no creyó que fuera lo más conveniente. Fyodor lo soltó con fuerza, haciendo que cayera en el suelo de la celda sin mucho cuidado, causando un ruido sordo. 

— Lo que hagas el resto del día es elección tuya, mientras seas obediente y te quedes aquí dentro. Hemos acabado contigo por hoy. 

Esas fueron sus últimas palabras antes de salir de la habitación. El pelirrojo pudo ver la esbelta pero enfermiza figura del ruso alejarse. 

Se quedó en silencio. Analizó todas las figuras que veía por el lugar, cada persona que paseaba frente a su cristal translúcido, cuyo color blanquecino dejaba pasar la luz justa para no estar completamente a oscuras. 

En algún punto, Chuuya pudo ver a través de la ventana la luz parpadear.

Click.
Click.
Bzz.

Tras algunos parpadeos, se oyó un zumbido. Finalmente, la luz apagada. Completa oscuridad. Las manos ciegas del pelirrojo avanzaron por el suelo de la habitación a tientas, hasta que sintieron el duro colchón. Se arrastró hacia él y se tumbó. Aprovechó la penumbra y el silencio para dormir. Quién sabe cuánto duraría la calma.

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Morí un poco, ahh. Siento si tardé en actualizar, pero como recompensa este capítulo es más largo. Espero que me disculpen, mi objetivo es subir mínimo un capítulo mensual.
Gracias por leer ✨.

Deimos ↳ FyoyaWhere stories live. Discover now