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Chuuya abrió sus ojos con pesadez, el sueño lo seguía consumiendo. Soltó un largo bostezo, pero eso no calmó sus ganas de dormir más, sino que las avivaron más, como el viento hace con las llamas que avanzan sin control. Tocó con su mano el colchón, que apretó un poco, pero apenas cedió; era demasiado duro. Se intentó levantar, pero su espalda dolía como el infierno.

Se arrastró hasta estar al lado de la pared, en la que se apoyó, ayudándole a ponerse en pie. Caminó con pesadez hasta el cristal al otro lado de la habitación, apoyándose en la superficie, fría como la nieve. Al acercar su rostro al mismo, en un intento de ver algo más que figuras borrosas a través de él, una nube de vaho se formó sobre la blanca superficie, nublando su vista. Suspiró. Un chirrido retumbó en los oídos de Chuuya. Giró su cabeza hasta la puerta, esperando que fuera ésta la causante del desagradable ruido.

La puerta se abrió, dando paso por un momento a que la silenciosa sala se inundara de ruido proveniente del exterior: voces, pasos, suspiros, golpecitos, que normalmente se veían amortiguados por las gruesas paredes de la habitación. Entró, como ya era usual, Fyodor. Chuuya no agradecía su presencia, pero tampoco la odiaba: prefería estar con él un rato a estar completamente solo todo el tiempo. Sentía que si pasaba un solo día entre aquellas paredes sin recibir visita, enloquecería.

— Hola — Saludó el de cabello azabache, su voz sonaba menos apagada de lo normal.

Chuuya devolvió el saludo con un cabeceo leve. Se fijó en sus manos, cubiertas por los guantes negros, pero esta vez, no sostenía nada. Usualmente llevaba entre sus manos una bandeja con algo de comida. No era abundante, pero desprendía un olor delicioso, y el sabor no tenía nada que envidiar del de un restaurante cualquiera.

— ¿Hoy no como, o aún no es la hora? — Preguntó con un tono irónico, esbozando una sonrisa ladeada.

Dostoyevsky señaló la puerta con la mirada, cabeceando una sola vez hacia la misma, para luego comenzar a explicar.

— Hoy es viernes — Chuuya casi agradeció saber qué día era —. Los viernes son los días que podéis comer en la cafetería. Podrás conocer más gente.

"Conocer gente me da igual" pensó Chuuya para sus adentros, pero mostró una sonrisa.

— Lo que sea, mientras la comida esté igual de buena, lo demás me da igual. — Respondió con una risita.

Fyodor asintió levemente, mostrando sus fríos dientes en una dulce sonrisa. Agarró las manos de Chuuya con una cuerda, atándolas. No quería que hiciera algún movimiento estúpido. El pelirrojo iba delante de él, vigilado de cerca por el extranjero, que tenía sus inexpresivos ojos clavados en él. Llegaron a la cafetería. Había un bullicio inusual, contrario al silencio que reinaba en las habitaciones. Un joven se hallaba de pie en una esquina. Sus cabellos eran grisáceos, pero no por su edad, pues parecía rondar los veinticinco años. Mantenía una sonrisa sobre su rostro, pero era una retorcida, que no infundía calma sino que dejaba una sensación de inseguridad.

Chuuya observó detenidamente todas las mesas.

En una esquina de la sala, había una mesa con cuatro personas. Una joven rubia le dedicaba una sonrisa tonta a uno de cabello azabache y puntas blancas, que parecía ignorarla. En cambio, éste tenía su mirada fija en quien hablaba y daba un toque animado a la escena, un joven pelirrojo y de aspecto alborotado. Unas enormes ojeras teñían la piel bajo sus ojos, pero el cansancio no parecía frenarle, pues su voz se mostraba emocionada y feliz. Un hombre canoso, ya mayor, escuchaba con atención sus historietas, y de vez en cuando soltaba una risa ligera o aportaba un comentario que añadía madurez a la conversación. Chuuya pensó que esa mesa se veía agradable, pero según intentó acercarse, le miraron de manera extraña. Se alejó.

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⏰ Last updated: May 03, 2021 ⏰

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Deimos ↳ FyoyaWhere stories live. Discover now