Capítulo uno

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Kisame estaba demasiado confundido. Volteo su mirada hacia atrás para ver si había alguien más por esos lares, pero solo estaba él. – ¿Me estás hablando a mí, verdad? – El pelinegro asintió, dándole la mirada nuevamente. – ¿Y porque alguien como tú querría ayudarme a estudiar? – Habló el peliazul desconfiado, y la mirada tétrica que le estaba dando el menor le daba una terrible mala espina.

– Ya te lo dije, no me gusta ver como te regañan por todo. – Sus ojos, esos ojos tenían algo sumamente extraño; eran tan atrapantes y al mismo tiempo pareciera que estuviesen malditos. Diminutas gotas de sudor estaban empezando a caer desde las sienes de Kisame, nunca pensó que un ser tan pequeño como el Uchiha lo llegara a intimidar de esa manera. – Y quieras o no, vas a aceptar mi oferta. – 

– Vale, vale. No hay problema. – Dijo el peliazul rascándose la nuca, vaya que ese pelinegro tenía una actitud bastante enigmática. Itachi le dedicó una sutil sonrisa, tomó su mochila y el resto de sus cosas para después sentarse en el pupitre que estaba al lado del mayor. – ¿Desde ahora te vas a sentar ahí? – El menor asintió, se estaba tomando muy enserio el hecho de ayudarlo. 

El profesor de aquella materia había llegado bastante tarde, y se le hizo bastante peculiar que el asiento de su alumno estrella esté prácticamente vacío. – Que extraño... ¡Chicos!, ¿Saben dónde está Itachi? – Preguntó extrañado el maestro, pero vio como el pelinegro alzaba su mano desde los puestos de atrás. – Oh, ahí estás... Bueno, continuando con la lectura de los cantares de... – 

El resto de la hora había transcurrido de forma sumamente lenta, ciertamente, para Kisame la clase de lectura era de las más aburridas que podía haber nunca. Desde su lugar observaba como el pelinegro estaba bastante concentrado escuchando cada palabra que salía de la boca del profesor, y así se la pasó en todas las clases que le siguieron a esa.

Ya se había anunciado la hora de salida, el peliazul con mucha rapidez guardaba todas sus pertenencias en su mochila. Itachi ya había acomodado todo y ahora se encontraba esperándole en frente de su asiento. – ¿Te vas a quedar ahí mirándome? – Hablo intrigado Kisame, este ya había guardado todas sus cosas y estaba dispuesto a irse. 

– Recuerda que hoy vamos a estudiar. – Dijo el pelinegro dándole una pequeña sonrisa. 

– Bien, entonces sígueme. Vamos a mi casa. – El mayor ya se había puesto en marcha dispuesto a caminar, Itachi como si de un pequeño pato se tratase iba detrás de él. Jamás había hecho algo como eso, estaba tan entusiasmado por hacer algo fuera de su lugar; nunca había salido de su casa sin pedirle permiso a sus padres o que estos mismo le acompañarán. Hoy finalmente podría sentir un poco de libertad. 

El pelinegro sentía una mala espina terrible, se estaban adentrando a un sector que se veía sumamente peligroso. No quería decirle nada al peliazul, sería de muy mala educación hacerlo; mucha gente que estaba por ahí se le quedaba mirando y murmuraba cosas inaudibles para él, hasta que escuchó algo que lo sacó fuera de su trance. 

– Ya llegamos. – Habló Kisame abriendo con sus llaves la puerta de su casa, inmediatamente el par entró y el mayor cerró de nueva cuenta con llave. – Las cosas por aquí no es que sean tan bonitas que digamos, pero siéntete como en casa. – Esto no se parecía en nada a su lugar de residencia. Se pudo dar el lujo de observar la casa de su compañero de arriba a abajo: tenía dos niveles y el ambiente se veía extremadamente oscuro y sombrío. 

El peliazul le invitó a sentarse en el comedor, ahí el menor sacó todos sus cuadernos y lápices dispuesto a ayudarle. — Y bien... ¿En qué necesitas más ayuda? – En eso el mayor se sobresaltó, no sabía qué opinar o decirle al pelinegro.

– Matemáticas... – Hablo mientras volteaba su vista hacia otro lado. Itachi tomó su cuaderno de esa materia y empezó a explicarle al peliazul.

– Bien, entonces mira. El tema que estamos dando ahora... Las funciones trigonométricas. Las funciones trigonométricas se dividen en seis: seno, coseno y tangente; y sus inversas cotangente, secante y cosecante. Esas la verdad no importan mucho, pero... – El pelinegro al levantar la vista, pudo darse cuenta que el mayor estaba mirando hacia otro lado. – Kisame, ¿Me estás prestando atención? – Habló Itachi con algo de fuerza, el mayor solo pudo voltear su vista y asentir. – Bien. entonces, continuemos... – 

La verdad es que el peliazul no estaba entendiendo nada de lo que decía el pelinegro, estaba más concentrado en otras cosas que en la clase privada del Uchiha. Aunque pensándolo bien, el tema se le había vuelto bastante fácil; el menor le había propuesto varios ejercicios y todos los resolvió correctamente. Itachi no era tan mal profesor después de todo.

Las horas pasaron y el sol se estaba empezando a ocultar, el pelinegro estaba dispuesto a irse, pero Kisame le detuvo tomando su mano. – Es bastante peligroso allá afuera, si quieres te acompaño hasta tu casa. – Propuso el mayor dedicándole una sonrisa a Itachi. La verdad no quería hacerse responsable de lo que pasará al menor allá afuera.

– Claro, no hay problema. – Y sin más, ambos salieron rumbo al Valle Uchiha, lugar en donde vivía el pelinegro. 

Llevaban más de una hora caminando y se había hecho de noche, estaban sumamente cansados por lo lejos que quedaba la casa del menor. Pasaron por una pequeña plaza en donde había comida y dulces de todo tipo, Itachi se detuvo con asombro al ver un pequeño puesto de dangos en el lugar; con rapidez se fue hasta allá y compró dos de estos dulces, uno para Kisame y otro para él. Las luces de la ciudad le daban un toque único a todo el ambiente, y eso ponía de bastante buen humor al menor. 

Luego de media hora más caminando, llegaron hasta la casa del pelinegro; los dangos le habían dado la suficiente energía para seguir caminando. Estos se despidieron haciendo ademanes de mano y el Uchiha se adentró con sigilo en su casa, podía ver perfectamente como su madre, su padre y su hermano menor estaban esperándole sentados en la sala.

– ¿Se puede saber porque llegaste tan tarde? – Habló con fuerza Fugaku, el padre del pelinegro.

– Estaba ayudando a un compañero a estudiar. – Se sinceró Itachi, este con rapidez se dirigió a su habitación y empezó a acomodar todas sus cosas. No quería que su familia lo regañara por algo tan ridículo como lo era llegar tarde a su casa, así que para no escucharles se echó a dormir casi al instante. 

En algún otro lugar, ya hacía un peliazul caminando rumbo a su casa nuevamente; sus pasos eran rápidos porque no quería encontrarse con cierto grupo de personas. necesitaba llegar a su hogar, pero sus plegarias no fueron escuchadas y se terminó por topar con uno de los participantes de aquella banda criminal que acechaba por su sector.

– Cuídalo bastante. – Habló por lo bajo aquel extraño sujeto. Kisame sabía a la perfección que se trataba de nada más y nada menos que Itachi, y no iba a permitir que ninguno de esos hombres le ponga una mano encima a su compañero.

PRODIGIO | KisaitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora