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Como Gojo-sensei iba a estar fuera todo el día, había poco que Yuji pudiera hacer en el despacho, así que decidió hacer inventario de la despensa. La información sobre el oscuro pasado de su hermano había sido inesperado y perturbador, por lo que le costaba pensar con claridad. Fue realizando la tarea de forma mecánica, sintiéndose derrotado, hasta que finalmente hubo algo que lo despertó de aquel estado.

De uno de los estantes de la despensa provenía un olor pestilente, y Yuji suspiró disgustado mientras buscaba la fuente de aquel hedor.

     —¿Pero qué demonios es eso? —exclamó.

Kugisaki fue hasta la puerta de la despensa para ver que ocurría.

A Yuji no le tomó demasiado tiempo descubrir que aquel pútrido olor venía de un salmón echado a perder.

     —Podemos meterlo en vinagre y zumo de limón —le dijo Kugisaki, dubitativa—; eso hará que huela bastante menos; si no hace mucho que está pasado, quiero decir.

Yuji hizo una ligera mueca de asco, cubrió con un trapo aquella masa inmunda y, lo sacó del estante.

     —Kugisaki, nada puede salvar a este pescado. Hace demasiado tiempo que está pasado; está podrido de la cabeza a la cola. 

     —Dámelo, que lo envolveré —murmuró la joven, cogiendo un diario viejo para envolver el salmón.

     —Miwa-san compró este pescado en la mañana, ¿no es así?

     —El pescadero le dijo que estaba fresco.

     —¿Fresco? Ya iré a devolverlo yo mismo —anunció Yuji decidido. Le vendría bien un poco de riña y despejarse un poco la mente.

     —Itadori, creo que tendrás que esperar. Ijichi-san no puede ir contigo, ya que ha ido a hacerle un recado a Nanami-san.

     —Iré solo. No está lejos y volveré antes de que nadie se percate de que me he ido.

     —Pero Gojo-sensei ya te ha dicho muchas veces que vayas acompañado cuando salgas del castillo; si te ocurriese algo... al menos espera a Fushiguro.

     —No me ocurrirá nada, no es como si no pudiese defenderme; además sólo voy a ver al pescadero.

     —Pero Gojo-sensei...

     —Ya me ocuparé yo de Gojo-sensei —murmuró Yuji; dándole una sonrisa avergonzada.


Frente a un indignado Yuji y a los recuerdos de todo lo que el gran Daigaku-no-Kami había hecho por él en el pasado, el pescadero no pudo por menos que disculparse lo mejor posible.

     —Ha sido un error —dijo con su marcado acento Kansai, paseando la vista por todo el local, para evitar mirar a Yuji. Su rostro rechoncho había enrojecido de vergüenza—. ¡Nunca vendería un pescado pasado a la Metropolitana! Tratar de engañar al Señor Gojo... estaría loco si lo hiciera, ¿verdad? —dijo el pescadero, y se le iluminó el rostro al ocurrírsele una explicación—. Lo que pasa es que esa despistada de Miwa-chan se llevó el pescado equivocado.

     —Bueno, en ese caso —respondió Yuji— me gustaría que lo cambie por el pescado correcto, por favor.

     —En seguida, Itadori-kun —obedeció el hombre—. Sólo lo mejor para el Señor Gojo— murmuró para sí— eso es lo que digo siempre.

Mientas Yuji esperaba que le envolviesen el nuevo pescado, advirtió que afuera de la tienda se había originado un pequeño alboroto. Curioso, fue hasta la pequeña ventana de la tienda y miró como una multitud se reunía a la entrada de una casa al otro lado de la calle.

Un amante discretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora