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—¿Qué ocurre allá afuera? —Joaquín salió de las mantas al escuchar el revuelo.

—Hace un momento, llegó un grupo en autos y camionetas. No los vi yo misma, pero estoy segura de que se trata de mi antiguo grupo —dijo Azul. Su voz estaba temblorosa y agitada, por lo que Joaquín supuso que se había apresurado hasta allí.

—Siéntate un momento, vas a desplomarte si sigues así.

Ella tomó lugar al filo de la cama, apoyándose sobre sus rodillas mientras intentaba recobrar el aliento. Joaquín no entendía que era aquel alboroto, pero se encontraba muy temeroso de salir a averiguarlo.

—Dios, ¿estás desnudo?

Joaquín se envolvió aún más con las mantas, cubriendo su hombro desnudo que había aparecido cuando la sábana comenzó a caer descuidadamente por él.

—Lo lamento.

—Está bien —respondió ella—, solo asegúrate de guardar silencio, no quiero atraer su a...

—¡Azul! —escucharon a lo lejos una voz que canturreaba.

Por el pasillo se escuchaban pisadas lentas, casi burlonas, mientras el hombre silbaba tranquilamente, abriendo puerta por puerta.

—¡¿Dónde estás cariño?! Tu chico te está buscando.

Un azote más, y por la cercanía, Joaquín dedujo de inmediato que se encontraba a tan solo unas puertas de distancia.

—Escóndete en el armario —murmuró Joaquín, había un deje de desesperación en su voz, y solo esperaba que Azul no lo notase.

Ella se levantó lo más rápido que su barriga pudo permitírselo. Abrió las puertas del almario de madera y se metió dentro. Olía a caoba y polvo.

Joaquín de inmediato se dejó caer sobre la cama justo cuando la puerta se abrió de un azote. Pretendió estar dormido, esperando a que el hombre se diera cuenta de que no se trataba de Azul y siguiera su camino.

—¿Y quién eres tú? —una voz gruesa y rasposa siseó a su lado.

Joaquín sintió su corazón saltar contra su pecho cuando su hombro fue rozado por metal frío. No fue hasta que sintió un círculo perfecto marcarse sobre su piel, que se dio cuenta que se trataba de la boquilla de un arma. El hombre estaba pidiéndole no tan sutilmente que se diera la vuelta, y Joaquín no tenía deseos de desafiarlo.

Se giró lentamente, comenzando a sudar frío. No podía ver al hombre sobre él, pero sí que podía oler el aroma pólvora y metal que desprendía. Se lo imaginaba con una sonrisa macabra y sádica en el rostro.

—Con que tú eres el invidente —respiró junto a su oreja, poniéndole los vellos de punta.

El aliento de aquella persona olía a tabaco y a ranciedad, hacía que Joaquín se encogiera en su lugar, tratando de desaparecer.

—Dime, ¿Azul no está contigo por casualidad? —arrulló en la cuenca de su oreja.

—No sé de qué hablas —lloriqueó, protegiendo su rostro atemorizado con sus antebrazos. Sintió roces sobre su piel que le causaban cosquillas, pero no quiso adivinar que parte del cuerpo del desconocido era la que se encontraba rozándolo.

Joaquín sintió un fuerte tirón en su cabello que le arranco un alarido ahogado. Su rostro estaba contraído en una mueca de dolor mientras el contrario respiraba sobre su cara, fuerte y sonoramente, como un toro enfurecido.

—No te hagas el tonto conmigo, me han dicho que ella es quien cuida de ti —Joaquín sintió el metal frío contra su sien—. Ahora, dime donde está, o te vuelo los sesos.

Voraz|Emiliaco|adaptaciónWhere stories live. Discover now