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—Él está aquí.

Por lo que a Joaquín respectaba, él podría tratarse de cualquiera, y eso no ayudaba a calmar el ritmo de su errático palpitar. No era su intención escuchar las palabras de Romina, pero lo había hecho, y aquello había desatado un inquietante sentimiento de angustia en su pecho debido a la incertidumbre. ¿Y si era alguien importante para Emilio que había llegado para desplazarlo de su lugar?

No seas estúpido Joaquín, se dijo a sí mismo. Tú no eres importante.

Contra sus deseos, sintió la mano de Emilio que apretaba su hombro deslizarse por su espalda hasta caer lánguidamente al costado de su cuerpo. No respondió con más que silencio, y si era sincero, su silencio era mucho más angustiante que sus gritos.

—Quédate aquí —dijo con voz imperturbable, grave y ronca, muy cerca de su oído, que lo había tomado por sorpresa. Sin poder controlarlo su piel se erizó.

—¿A dónde vas? —quiso preguntar, pero su voz abandonó su garganta como un susurro roto.

—Solo no entres, ¿sí? Quédate con él, Romina.

Romina dio un asentimiento adusto, aunque Joaquín no pudo notarlo. Entonces las pesadas botas de Emilio hicieron crujir los tablones de madera ante cada paso hasta que escuchó el mosquitero cerrarse de un azote.

El pórtico se sumergió en silencio, Joaquín solo podía escuchar al viento remover las copas de los árboles y los insectos revolotear por ahí. No era consciente de la mirada impávida de Romina escudriñándolo, por lo que, cuando ella habló de nuevo con su voz firme y gélida, sintió su cuerpo tensarse.

—Entonces... —alargó— ¿tú eres Joaquín?

—Sí —respondió Joaquín, asintiendo con la cabeza—, y me han dicho que tú eres la hermana de Emilio.

—Sip —escuchó cada paso que daba contra la madera, antes de que ella dejara caer su peso en uno de los peldaños de las escaleras del pórtico—. Será mejor que te sientes, no creo que salga en un buen rato.

A Joaquín ciertamente le extrañaron esas palabras, sin embargo, se mantuvo al margen. Tomó el astillado barandal y lo siguió hasta las escaleras, bajando un par de escalones cuidadosamente antes de dejarse caer.

—Entonces es verdad —dijo ella, y Joaquín sintió una ráfaga de aire rozar su rostro.

—¿Qué cosa?

—Lo que me dijo Emilio sobre tu... condición.

¿Condición? Joaquín nunca entendió por qué las personas no podían llamarlo por lo que era, ceguera. Supuso que el miedo de ofenderlo o hacerlo sentir mal por ello los corroía, por lo que nunca les tomó mucha importancia a sus elecciones de palabras, pero no sabían que cada vez que trataban de evadir la palabra "ciego" solo lo hacían sentir aún más como un bicho raro.

Joaquín apretó los labios con incomodidad y asintió.

—Sí, supongo... ¿Por qué crees que no saldrán en un buen rato? ¿Quién está ahí dentro? —inquirió Joaquín después de unos minutos, incapaz de soportar el silencio.

Romina dejo salir un suspiro profundo mientras miraba el atardecer a través de los árboles. Parecía un tema delicado, pero no se contuvo al contárselo.

—Traje a mi papá conmigo. Él y Emilio nunca se llevaron bien, pero ¿Qué se supone que hiciera? Estaba enfermo, no iba a dejarlo a su suerte.

—¿Y por qué no se llevan bien? Si puedo preguntar.

Voraz|Emiliaco|adaptaciónWhere stories live. Discover now