Capítulo 9 (+18 )

30 8 22
                                    

*América Heller*

Cuando escuché sonar el timbre tenía varias hipótesis sobre quién podría ser. Ansiaba que fueran mis padres diciendo que no me podían dejar sola, o mis amigas que habíamos pasado todas las navidades juntas y esta no sería la excepción, o el repartidor de pizzas con mi pedido, esta opción sería la más obvia.

Nunca imaginé que sería el arrogante Nathan Wiles, alias Satanás y mi dolor de cabeza últimamente, pero de alguna manera sentía que no podría haber sido mejor.

– Creo que tienes serios problemas alimenticios.–

Dijo mientras exhalaba el humo de su cigarro y miraba con desprecio y algo de asco a la que había sido mi comida en los últimos dos días.

– Eso no es problema tuyo. ¿Qué haces aquí?.–

– ¿Hace cuánto no te bañas?.–

Era tan engreído. Aunque esa era una buena pregunta, que no le respondería.

– No es tu problema. Vete de mi casa o llamaré a mi padre.–

Apagó su cigarrillo en un cartón de pizzas y se levantó. Era realmente alto... y realmente sexy. Caminó hasta estar muy cerca.

– Puedes llamarlo, no me importa.–

– Lo haré, si no te vas ten por seguro que lo llamaré.–

– Si quieres lo llamo yo, ¡Hola señor Heller!, ¡Señor Heller estoy "acosando" a su hija!.–

Este chico a veces me asustaba. Y esta era una de ellas.

– Oh no viene. Seguro está dormido ¿no?.–

– No. Estoy sola vale, todos me han dejado esta navidad ¿Ya estás feliz?.–

Se sentó en el asiento y me miró divertido.

– Ya lo sabía, despistada.–

– ¿Eh?.–

Cogió un pedazo de pizza y se disponía a comerlo, pero mi corazón no me permitía ser mala.

– No comas eso, es de tres días.–

Rápidamente lo puso donde mismo estaba.

– Así que, ¿No has comido nada saludable en tres días?.–

– Nope.–

– Vas a engordar, toda esa azúcar hace daño y lo sabes.–

– Lo sé. Pero....–

– ¿Pero?.–

– Pero no sé cocinar.–

Me sentía avergonzada e inútil.

– Es tu día de suerte.–

– ¿Por?.–

– Porque además de que estoy aquí, sé cocinar.–

Estaba loco si creía que iba a dejar que tocara los preciados utensilios de cocina de mi madre.

– ¿Y?, no vas a cocinar si es lo que estás pensando.–

– ¿Confías en mí?.–

No. Pero tenía hambre.

– Sí.–

Se levantó.

– Perfecto. Date una ducha y cuando bajes te deleitaré con mi habilidad culinaria.–

– Creído, estoy segura que no sabes cocinar tan bien como dices.–

– Ya verás. Tú solo relájate.–

Déjà VuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora