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«Apotelesma»

18 𝖉𝖊 𝖊𝖓𝖊𝖗𝖔 𝖉𝖊 2020



Enero.

El primer mes del año, y probablemente el único en el que se toma la iniciativa de cumplir los propósitos hechos el último día de diciembre, para luego ser arronzados lo que restaba de los 365 días.

Sin embargo, Martha Taffinder se propuso uno en especial, y aunque le estaba resultando difícil cumplirlo con el hielo y la nieve que no se iban del todo de Dieppe, se colocó unos guantes térmicos y ató el cabello enmarañado en una cola ayudándose de la gomita para el pelo que encontró en uno de los cajones de Amelia. 

Los fines de semana eran sus únicos días libres, pues por la tarde ya había comenzado a trabajar en la escuela de música donde impartía clases a niños de mediana edad. Tuvo una buena noche, así que, suspirando por lo ligeros que sentía sus hombros, tomó la pala pequeña para huerto y comenzó a mover la tierra helada debajo de la nieve. Trataba de concentrarse, mas una sonrisa era lo que terminaba esbozando cuando recordaba las cartas que había estado recibiendo desde el primero de enero, todas con peculiares trazos y dibujos hechos a mano.

No encontró prímulas en el mercadito de flores, por lo que terminó optando las campanillas de invierno (o también llamadas galanto) blancas, narcisos y violetas de jardín para decorar el patio trasero de su casa; se veía tan lúgubre que se sintió mal de haberlo descuidado. Estuvo hasta el mediodía del sábado ensuciándose unos pantalones acampanados viejos, cuando unos pasos a un costado de la cerca la hicieron voltear.

Ojos del color de la nieve sucia, bolsas oscuras bajo ellos y cuello largo. Las manos de Martha temblaron bajo los guantes térmicos, ¿qué demonios hace aquí?, pensó.


—Hey.

Martha se puso en pie, limpiándose en los jeans antes de acercarse a él con paso lento —¿Cómo supiste donde vivo? —el chico ladeó una sonrisa al escucharla, pues la voz de la muchacha sonaba ligeramente nerviosa, era buena ocultando lo que sentía

—Solo iba pasando por aquí y...

—Hendrick.

—No es tan difícil conseguir información, ¿sabes? Estamos en pleno siglo veintiuno —argumentó recargándose en la barandilla, e ignorando completamente a sus dos amigos que lo acompañaban a todos lados como perros falderos detrás, solo que los caninos son adorables y buenos a diferencia de ellos —¿No me saludarás? ¿Nada? Vamos, solo un beso en la mejilla.

—Ni siquiera somos amigos —le contestó con rudeza ante lo descarado que fue

Hendrick arqueó una ceja, fingiendo mostrarse estupefacto —Y yo que creí los amigos de Adam también eran los míos, acabas de romper mi burbuja, linda —Marta rodó los ojos. Ese era el segundo problema más grande de su ex, además del primero que era ser adicto: estaba tan hueco ya del cerebro, que no pensaba en las consecuencias, como por ejemplo involucrar en sus asuntos a gente que no tenía nada que ver. Ahora tenía que aguantar a Hendrick Foster —¿Qué haces? —parecía recio a irse, sacando un cigarrillo y posándolo entre sus labios

—Sacando mis dotes de jardinería —dijo cortante, cruzándose de brazos y arrugando la nariz. Al ver su desagrado, el castaño oscuro sopló el humo en su cara, haciéndola toser

𝑷𝒐𝒓 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒏𝒐𝒄𝒉𝒆 | charlie gillespieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora