Temporada 3: Una rosa negra marchita 7/10

170 30 7
                                    

"Yo creo que... si bien es cierto que hay tantas mentes como cabezas, entonces hay tantas clases de amor como corazones"

-León Tolstoi, Anna Karenina.

Capítulo 7: Viejas heridas.

–Vaya, esto es una sorpresa–. Wesker rompió el silencio, su voz rebotando en las paredes de la grandiosa habitación. –Tengo que decir; Después de nuestro último encuentro, nunca esperé volver a tener este placer... Viejo amigo–. Sarcasmo cuidadosamente escondido en sus palabras.

Se dio la vuelta lentamente y miró a los ojos al hombre que una vez mató. Sentado en un imponente sillón, descansaba un anciano. Su cabello blanco, cuidadosamente peinado hacia atrás, sus ojos pálidos; Lleno de juicio, sin embargo, sus delgados labios sonrieron. Un sentimiento olvidado brotó del corazón de Albert, una ansiedad, una compulsividad que durante mucho tiempo había tratado de dejar atrás. Una mirada helada se hundió en el brasero del suyo, mientras escudriñaban el silencio que les decía todo lo que necesitaban escuchar. Wesker esbozó una sonrisa.

–Nunca dejas de impresionar, te preguntaría cómo lo lograste, pero... Creo que no estás de humor para hablar–.

El hombre se puso de pie, su espalda manteniendo una postura recta. –Todo lo contrario, apreciaba la idea de conversar contigo de nuevo–. Bajó el par de escaleras que conducían a su trono. Su tono, casi jovial. Albert inconscientemente dio un paso atrás, un gesto que no pasó desapercibido, forzando una sutil sonrisa en los labios de este hombre. –Vamos, niño..–. Su voz hizo eco mientras la levantaba. –.. No hay necesidad de tener miedo–. La sonrisa se extendió ampliamente.

–Una idea curiosa, ¿Quién no estaría encantado de verte?–. Camufló su malestar detrás de algunas mentiras.

La imponente presencia continuó su marcha, acortando la distancia entre ellos. –Temía lo peor después de oír de tu muerte en África–. El anciano alcanzó la mejilla de Albert, acariciándola, bajo los dedos hasta la barbilla y la agarró con delicadeza; observando la formación negra cableando su esqueleto. –¿Qué te han hecho?–. Entrecerró los ojos, soltando un suspiro de dolor. –Tenía la esperanza de que regresaras a mí ileso–. Lo soltó, y pasó lentamente junto al hombre silencioso.

–Me estabas esperando–. Albert confirmó en voz baja, su mente ahogada en dudas.

–Eres una criatura tan brillante, Albert, no te conviene ser tan ingenuo–. Sirvió una onza de whisky en dos vasos pequeños. –¿No te he dicho, una y otra vez, que tu vida está ligada a mí?–. Le entregó el veneno a su invitado.

Albert aceptó amablemente el pequeño gesto. En un juego de engaños, uno nunca debe revelar sus cartas. –Gracias–. Bebió un sorbo, quitándose el mal sabor que el insulto anterior le había dejado en la boca. –Bastante simple..–. Elogio. –.. Estoy completamente impresionado con sus nuevas instalaciones–.

–Ah..– El mayor suspiró con deleite. –.. Pero sin ti aquí siempre se sintió tan vacío–. Continuó el intercambio de falsas cortesías.

–No puedo imaginar que nadie dentro del linaje Spencer haya logrado tanto como tú, de verdad, nunca dejas de subir el listón–.

–Sé por qué estás aquí, Albert–. Spencer, terminó las bromas.

–Estaría muy decepcionado si no lo hicieras–.

–Después de tu traición, estuve tentado de perseguirte, pero desde tu...–. Hizo una pausa, buscando la palabra correcta con un gesto de su mano. –... "Distracción momentánea" sirvió para un propósito, te obsequié con el perdón–. Dejó el vaso vacío. –Sin embargo, esperaba que entraras en razón. Desafortunadamente, al traer a la B.S.A.A aquí, demuestras tu infidelidad una vez más–.

Dolor FantasmaWhere stories live. Discover now