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Luego de que Crístal y Ash se dieran un baño con los mentolados jabones, se alistaron para la gran noche. Todos en el pueblo la habían estado esperando. Para ellos, la mayoría de edad se alcanzaba a los dieciséis, se consideraba que tenían la madurez suficiente para afrontar situaciones difíciles, como adentrarse al mundo humano.

Seis hadas entraron por la ventana de la habitación de Crístal y le colocaron su vestido. Estaba hecho de seda blanca, unas largas y transparentes mangas adornaban sus brazos. La prenda dejaba sus hombros y clavícula al descubierto, obteniendo un escote en forma de V no muy profundo. La tela se ajustaba a la perfección a la cintura de la chica, la falda holgada le daba volumen a su cadera y caía hasta sus pies. Crístal irradiaba dulzura, delicadeza y la hacía lucir como una verdadera princesa de cuentos de hadas.

—Eve, no puedo respirar —dijo Crístal casi sin aliento.

El hada hizo sonidos de desprecio en el oído de la chica y aflojó un poco la tela de su cintura.

Tres hadas volaron sobre la cabeza de la cumpleañera e incrustaron pequeñas flores blancas en su cabello trenzado. Otras dos se encargaban de crear el calzado perfecto, habían demorado una hora discutiendo sobre cuál diseño era mejor. Crístal rió cuando Eve se enfadó e hizo desaparecer los zapatos convirtiéndolos en humo blanco. De mala gana y con la cara roja del estrés, creó unas sandalias color crema que se amarraban hasta la pierna de la chica. Las otras dos hadas asintieron con la cabeza en señal de aprobación.

Por otra parte, Ash no tenía la suerte de ser vestido por hadas. Los duendes jugaron con su ropa y zapatos durante una hora. El chico tuvo que convertirlos en lagartijas a todos y vestirse solo. Como era de esperarse, no quedó igual de elegante que su hermana. Su camisa de seda blanca estaba desabotonada, dejando a la vista su clavícula y parte de su pecho. Las mangas que se ceñían a sus muñecas estaban torcidas y a la corona de flores se le habían caído algunos pétalos. 

Los duendes/lagartijas salieron de su habitación y fueron en busca de María, quien le dió la orden a su hijo de devolverlos a su estado normal y le acomodó la vestimenta. 

Media hora más tarde, todos los habitantes se encontraban reunidos en el jardín del castillo a la espera de los mellizos. María y Stefan salieron al balcón para darles la bienvenida.

—Hoy Crístal y Ash se convierten en adultos —habló el rey—, estoy tan orgulloso de la valentía, dedicación, voluntad y seguridad de ambos; han cumplido de manera exitosa su labor asignada al nacer. Que la Madre Naturaleza les otorgue siglos de vida para seguir cuidando y protegiendo a Newrould. Sin más que decir, recibamos en medio de mágicos aplausos a la princesa Crístal y al príncipe Ash.

Las puertas del castillo se abrieron dejando ver a los mellizos. Ash enlazó su brazo con el de su hermana y juntos avanzaron hacia la multitud. Las brujas les colocaron collares de flores, los duendes les regalaron algunas de sus monedas de oro y las ninfas crearon un arco con el agua del río para crear la entrada a la zona en la que se llevaría a cabo el banquete. 

Al cruzarlo, se encontraron con Lía. Llevaba suelto su rizado cabello negro y un vestido de lino color verde aceituna que hacía juego con su mirada. Crístal la miró confundida.

—¿Cuándo cambiaste el color de tus ojos? —la princesa preguntó extrañada.

—Ocurrió hoy en la mañana —contestó Lía—. No sé a qué se debe, pero ha influido en mis poderes. Cuando aprenda a dominarlos del todo, seré más poderosa que Ash.

—Eso no ocurrirá, bichito —habló el chico.

—Ya lo veremos.

Lía se había criado junto a los mellizos, desde muy pequeña acompañó a su padre al castillo. Mientras que Andrew, Stefan y María trataban temas serios, ellos corrían, gritaban y lanzaban hechizos por los grandes pasillos. Ella no era su prima de sangre, pero Crístal y Ash la consideraban como tal.

Soph se hizo notar en medio de la multitud, tiró cuatro pequeños troncos sobre la hierba y asintió en dirección a Lía. La pelinegra los hizo extenderse y curvarse hasta convertirlos en tronos. Todos la admiraron.

—Reina María, rey Stefan, princesa Crístal y príncipe Ash, pueden tomar asiento —dijo Soph.

Ellos obedecieron. La mesa era realmente larga. En la cabecera se encontraban los mellizos y en el otro extremo, sus padres. En los laterales se ubicaron los demás habitantes.

María aplaudió y aparecieron copas de cristal con jugo de fresa delante de cada miembro de la mesa. Con ella en la mano, se levantaron y dijeron al unísono:

—Crístal y Ash, una hermandad inmortal. Agua y tierra, la Madre Naturaleza bendice nuestro hogar. Hoy dieciséis, pero mañana cien. Juro desde el fondo de mi corazón rendirle tributo a quien decida heredar el trono. Gracias Crístal y Ash por todo lo que han hecho por nosotros.

Chocaron las copas entre todos y volvieron a sentarse. De inmediato, apareció un gran festín sobre la mesa. Había frutas, pavo, ensaladas, malteadas de múltiples sabores, tortas de chocolate, galletas con mermelada y cupcakes de vainilla.

—He preparado esta maravillosa cena para mis hijos y súbditos —dijo Stefan—. Pueden comer todo lo que quieran, ¡celebremos a lo grande!

Los duendes se apoderaron de los cupcakes, creyeron que las pequeñas decoraciones doradas que había sobre el glaseado era oro en polvo. Se alegraron al ver que no importaba qué tanto comieran, los postres volvían a aparecer mágicamente en sus manos. 

Todos disfrutaron de la deliciosa cena del rey. Una hora más tarde, llegó el momento de entregarle a los mellizos sus regalos. Un duende tomó la iniciativa, corrió hacia Ash con un pequeño hurón blanco en sus manos.

—Tiene toda nuestra especie a su disposición, acepte este animal para compensar nuestro inquieto comportamiento. Nos hemos dado cuenta de que no nos gusta ser lagartijas, de ahora en adelante haremos lo que usted ordene.

El príncipe sonrió y colocó al hurón sobre su regazo. Chasqueó los dedos y creó una moneda de oro que le fue entregada al duende.

—¿Qué nombre le pondrás? —preguntó Crístal—. Estuve leyendo un poco de mitología griega en la escuela. Ares me parece perfecto.

—Ares, entonces —finalizó Ash.

Mei, una bruja blanca con rasgos asiáticos se acercó a Crístal y le dijo que mirara al río. Al comienzo, la princesa no vio nada.

—Conéctate con el agua, Crístal —dijo la bruja—. Dime, ¿qué ves ahora?

La chica entrecerró los ojos y se sorprendió.

—¡Peces koi!

—Y mágicos, sino, ¿para qué iba a dártelos?

Mei se acercó a la orilla del río y tocó a uno de los peces. En un parpadeo salieron del agua y se convirtieron en humanos. Estaban tan quietos que parecían estatuas, sus los ojos estaban cerrados y sus manos pegadas a ambos lados de su cuerpo. Tenían la piel clara, un cabello pelirrojo que se les pegaba a la frente y un gran bigote con las puntas hacia arriba. Llevaban una camiseta sin mangas color blanco con manchas naranjas, pantalones café que les llegaban a la rodilla y unos enormes pies muy bien cuidados. 

—Te regalo tu propio ejército de peces koi, Crístal. Treinta hombres que cuidarán del río y la cascada cuando no estés en el pueblo.

Crístal se acercó con cautela al más alto. Gritó y se escondió detrás de Ash cuando abrió los ojos. Los otros hombres también cobraron vida.

—¡Un placer conocerla, princesa! Soy Koi Primero, pero puede omitir mi segundo nombre.  —Señaló a los demás—. Este es Koi Segundo, el que se está sacando agua del oído es Koi Tercero, ¡Koi Sexto, no le arranques las escamas a Koi Decimoquinto! Una disculpa, alteza. Koi Sexto es un dolor de bigote, ya lo aconductaremos.

Crístal sonrió ampliamente y le dio un fuerte abrazo a Koi Primero. El hombre volvió a quedarse inmóvil, abría y cerraba la boca como pez fuera del agua.

—En China —habló Mei—, los peces koi simbolizan la prosperidad y la buena suerte. Te lo mereces, pequeña.

Crístal le agradeció a la bruja y les ordenó al ejército de kois que se sentaran en la mesa y conocieran a los demás habitantes. Ella tomó el brazo de Ash y danzaron al ritmo de la música que tocaban los duendes con ramitas, hongos y sus ollas de oro.

Brujas vs. brujas [completa]Where stories live. Discover now