chapter five

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-¡James! Por el amor de

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-¡James! Por el amor de...

Renata apretó los dientes mientras se llevaba la mano a la cadera, que de repente sentía un dolor ardiente. Tras unos instantes en los que bailó en su sitio, cerró los ojos y mordió todo lo que pudo para no maldecir por toda la cocina, Renata abrió los ojos y soltó un fuerte suspiro. Miró hacia abajo y miró en dirección al cajón que había quedado ligeramente abierto al final de la encimera. Una oleada de fastidio recorrió su cuerpo mientras hacía lo posible por mantener la calma. Sin embargo, una cosa es que fuera la primera vez que James dejaba el cajón abierto, pero desgraciadamente no era así.

Por alguna razón, James había desarrollado con el tiempo la costumbre de no cerrar nunca del todo algo, ya fuera una puerta, un cajón, un armario y, a veces, incluso la tapa de un tarro. Al principio, Renata nunca dijo nada, especialmente cuando empezó a trabajar con James y Harry, simplemente porque creía que James tenía tantas otras cosas en la cabeza que a menudo descuidaba las cosas pequeñas. Sin embargo, después de que Renata se golpeara la cadera con el cajón abierto innumerables veces al entrar desde el jardín y doblar la esquina de la encimera de la cocina o de las veces que fue a coger un tarro sólo para que la tapa se deslizara y la parte inferior del tarro cayera al suelo.

Tantas veces se mordió la lengua, tragándose sus palabras de irritación, pero esa tarde parecía que todo la alcanzaba. Por supuesto, se podría argumentar que debería haber estado acostumbrada, que debería haber tenido más cuidado con dónde caminaba o qué agarraba. Pero no se trataba sólo del dolor que sentía, sino que había habido ocasiones en las que Harry y algunos de los otros se habían topado con un cajón que James había dejado abierto. Una cosa era que Renata lo supiera mejor, pero nadie podía esperar que los niños de tres años tuvieran en cuenta la mala costumbre de James.

James salió del dormitorio donde se había estado vistiendo para el día, con una sonrisa en el rostro al entrar en una inesperada zona de guerra. La sonrisa se desvaneció rápidamente en cuanto se encontró con los ojos de Renata, ya que pudo ver la intensidad emparejada con su mano apoyada en la cadera.

-¿Qué pasa, Ren?- preguntó, sin dar un paso más para acercarse a ella. Pensó que era mejor mantener las distancias hasta averiguar qué le pasaba.

-¿Cuántas veces tengo que decirte que mantengas los cajones cerrados?- le preguntó ella.

-Oh- dijo con una risita antes de dedicarse a golpearse ligeramente en la frente -lo siento. Me olvidé...

-No, esto no es algo para reírse, James- le cortó Renata, no apreciando su risa cuando ella seguía sufriendo -Te he dicho innumerables veces que cierres los cajones cuando termines de revisarlos. ¡Lo mismo con las puertas de los armarios y alacenas! Pero no escuchas...

-No es para tanto, Ren- dijo James -Me imaginé que era una pequeña manía tuya de mantener las cosas cerradas, pero no es para tanto...

-¡Es cuando me golpeo la cadera contra el cajón a diario o cuando tengo el tarro golpeado en el pie porque te niegas a poner la tapa hasta el final! ¡No es un gran problema cerrar las cosas cuando terminas con ellas! Te he pedido muchas veces que lo hagas.

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