Capítulo VI | Troy Bennett

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La última cena y no, no me refiero a la de la religión, me refiero a la ultima que tendré antes del gran día, el último día del campeonato, la final.

Mis pálidas manos sudan en exceso, mientras intento afeitarme el bigote y la barba; aunque son escasos. Cuando acabo, afinco las manos en el lavabo y observo a través de mis ojos en el reflejo del espejo, me pierdo en ellos, pensando. Tengo los nervios de punta. Mi gran equipo ha llegado hasta la final del campeonato mundial, y cuando por fin lo hacemos, el pánico me domina, junto al miedo.

Tengo miedo, mucho.

Miedo de perder.

Miedo de perder todo.

Miedo de ser un perdedor para el.

Miedo de perderle a él por culpa de algo pasado que hice sin control.

Eros.

Al salir del cuarto de baño, cojo mi esmoquin negro, ya planchado, del armario y me encargo de prepararme para esta noche. Bañado en un perfume costoso y con el cabello peinado, salgo de la habitación; se que mi entrenador y los demás chicos del equipo deben estar en la recepción, esperando a otros, y esperándome a mi, su capitán. Las sonrisas y fuertes abrazos me reciben, celebrando nuestro triunfo, porque aunque mañana no ganemos, hemos llegado lejos, muy lejos para ser de un pequeño pueblito en el cual su equipo de hockey creció y se abrió paso en los grandes campeonatos.

Frente al hotel, en las afueras, donde la noche ya ha hecho de las suyas, se halla una limusina negra y, la mejor parte de eso, es que es nuestra por hoy, ya que el entrenador la alquiló para complacernos en honor a nuestra ultima cena aquí, en esta preciosa ciudad australiana. Llenos de emoción, todos subimos al elegante vehículo, y somos trasladados a un restaurante mas, a uno que no habíamos visitado, a uno donde asiste la sociedad élite.

En lo que abandono mis pensamientos, siento una mirada encima, del otro lado de la limusina, frente a mi. Una mirada que me hace tragar grueso, y no me molesto en enfrentar, porque eso ya se ha acabado, aunque nunca tuvo su debido comienzo.

Mis manos siguen sudando, lo aborrezco.

Casi se cumplen dos meses desde que no veo a Eros, desde que estoy atrapado aquí, cerca de alguien con quien no quiero estar. Sé que puede sonar muy hermoso, los lujos y la «gran vida» que me gasto, pero, aunque en estos momentos parezca que lo tengo todo, no es tan hermoso como suena, no, si no lo tengo a él, porque soy nada sin él. Y sí, está super mal hacer que mis emociones y sentimientos dependan de alguien mas, pero es inevitable. Él tiene poder sobre mi, puede hacerme muy feliz, pero también puede romperme en mil pedazos, si se lo propone.

Irónico...

No, no es irónico.

Él lo hizo, y yo también, no estábamos juntos cuando sucedió lo que sucedió. No es culpa mía no poder controlar mis emociones, no es culpa mía sentir así... o tal vez sí, tal vez necesito ayuda profesional.

Un extraño roce en mi entrepierna me hace reaccionar.

¿Qué? ¿Cuanto tiempo estuve ahogado en mi mente?

Las luces del restaurante son tenues y las melodías de un piano se adentran en mis oídos. Veo que las paredes negras, con patrones floreados pintados, combinan con las sillas alrededor de las mesas y hacen contraste con el carmesí de los manteles. En una extensa mesa rectangular, estamos todos los chicos y el entrenador, sosteniendo copas en alto; lo que prosigo a hacer yo cuando caigo en cuenta de lo que está pasando.

Entonces enfoco a la persona sentada frente a mi.

¡Malditos panecillos!

—Un brindis por nosotros —anuncia el entrenador.


—Por nosotros —dice iluminado, tomando una de mis manos.

—Por nosotros —repito.


Eros.

¿Qué mierda está pasando conmigo?

Golpeo con mi pierna la del chico frente a mi, haciendo el fallido intento de que deje de tocarme sin mi consentimiento con su pie. Es asqueroso. No me gusta, esto no se siente como antes, en lo absoluto.

—Disculpen —interrumpo las palabras del entrenador, dejando mi translucida copa con vino en la mesa, y me levanto, con ganas de huir, de salir de ese lugar.

Un nudo amenaza mi garganta, ¿que me pasa? ¿Por que me siento así? Tan mal.

Pasando entre personas con elegantes vestimentas, me encamino hasta la salida trasera del restaurante, dando con un callejón. Huele terrible por los botes y las bolsas negras de basura, y el suelo de cemento esta humedecido, en parte, por charcos de agua sucia. Mi respiración se hace pesada, y es inevitable no sentir un vacío en mi estomago. Es entonces que me doy cuenta de lo que me pasa, es entonces que las lagrimas brotando de mi expresan lo que ni siquiera yo me podía explicar.

Jamás en mi vida me había sentido así, como si alguien profanara mi ser, y es que es verdad, aunque suene «muy dramático» de mi parte para muchos, me sentí abusado, me siento así.

La puerta metálica que lleva al restaurante se abre, y mis ojos afligidos se enfrentan con la ultima persona a la que quiero ver.

—¿Troy? —En su voz es perceptible la confusión.

—Vete —ordeno, con desprecio.

La rabia empieza a consumir cada buen pedazo de mi alma.

—Troy, de verdad no pensé que...

—¿¡Que no pensaste!? —desafío, arrugando mi semblante, con enojo—. ¿¡No pensaste que esto me afectaría!?

—Yo... Solo... Lo que trato de decir...

—¿¡Pensaste que haciendo eso volvería a ti!? ¿¡Que me volverías a tener!? —Lo agarre con fuerza de su corbata e hice que chocara su espalda contra la pared no frisada del callejón—. Pues, con todo respeto, déjame decirte que pensaste mal. Muy mal, imbécil. Porque nunca en tu vida me tuviste realmente, y tampoco me tendrás. —Juro que si pudiera asesinar con la mirada, él ya estuviera moribundo en el suelo.

Lo empujo de nuevo contra la pared, soltándolo, y me marcho de ahí por el callejón, creo que pediré un taxi. Ha sido suficiente por hoy, mi gran noche se arruino. Espero que todo salga bien mañana y así poder recuperar la alegría perdida, mi estabilidad arrebatada.

 Espero que todo salga bien mañana y así poder recuperar la alegría perdida, mi estabilidad arrebatada

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Eterno sentimiento | Libro IIWhere stories live. Discover now