Ejemplo de Moral

5 2 0
                                    


Está cayendo el sol, el agente sigue caminando a mi lado, mientras me dirijo a un bar cerca de allí. No puedo tolerar toda la información que me aborda sin un trago. Recuerdo a Samantha en mi cama, drogada. Los miles de veces que recaímos y, en medio de la euforia, teníamos sexo. Fue así que logré ver los moretones y las heridas que tenía en el cuerpo, las que le hacía Andrew. Tenía problemas de ira, él se enfermó con el alcohol, lo cual potenció más sus tendencias violentas.

—Padre, este hombre es acusado de muchas cosas en otros estados. Tiene 10 citatorios de allanamiento y violencia, también de vandalismo.

Mi mirada se cruza con el letrero del bar Pool Nigths en el umbral, con letras amarillas y fluorescentes. Abro la puerta y percibo el olor a alcohol, axilas sudadas y humo de cigarro. Me siento en una de las bancas y le pido al Bartender un tequila lleno. En cuanto llega me lo tomó de sopetón.

—Agente, tengo cuatro años que no veo a Andrew, ya no tengo ni remotamente alguna conexión con él.

—Usted lo conoce mejor que nadie, debe saber por qué hace esto—saca su celular y me muestra fotos de unas paredes con garabatos egipcios y una palabra sobre saliente en latín que dice "Excitare veterum monstra", fotos de cuerpos de mujeres con cicatrices en forma de cruz.

Pido otro tequila.

Me lo empino, otra vez.

—¿Sabe usted que es un Capellán muy liberal? —finalmente lo dice, sé que ha hecho un enorme esfuerzo en no tajarlo.

—Ser Sacerdote o Capellán no es un ejemplo de moral, Agente. Mucho cometen violaciones y homicidios, somos igual de humanos que cualquier otra persona, estamos expuesto a la tentación, también. Cuántos policías no he visto apresar hombres violentos que maltratan mujeres, cuando ellos golpean noche tras noche a las suyas.

El agente Jace se queda callado.

—Necesito que me ayude—me pide.

—¿Dónde está él? —le pregunto.

—Está bajo custodia—responde—. Pero, Padre. Necesito pruebas que lo incriminen como lucido.

—Agente Jace, ¿usted es muy agnóstico, cierto? —él suspira, agacha la cabeza—. ¿No cree usted que sí lo acusan como un enfermo mental, es porque lo es? —le pregunto, con el ceño realmente serio.

—¡No, Padre! —veo sus dientes y la mandíbula tensa— Él hombre que mató tiene familia, hijos. Reuní demasiado voluntad para dejar que la esposa hiciera el reconocimiento de la víctima, su cuerpo quedó irreconocible—el hombre suspira, posa los codos en la mesa del bar y pasa sus manos por el rostro—. No puedo creer que eso lo hizo un enfermo y no un asesino.

—Entonces conoce muy poco acerca de las personas, Sr. Jace. No defiendo el crimen, Dios sabe que no lo hago, porque no me gusta saber a unos hijos sin su padre—espeto. Le hago una seña al bartender para que vuelva—. Pero, a veces el hombre no sabe que es capaz de muchas cosas hasta que algo lo impulsa. Lo que a los psicópatas es el deseo, lo que para los enfermos es la confusión, lo que para los demonios es la disposición del hombre—dejo que el hombre de mata oscura detrás de la cabina me sirva el trago, y me lo tomo.

—¿Está sugiriendo que Andrew Morgan puede estar poseído? —replica, incrédulo.

—Como Investigador, debe aprender a ser más abierto a las motivaciones que llevan a un Hombre a cometer un crimen.

Me levanto y comienzo a marcharme a la puerta.

Ya afuera, camino al lado opuesto de donde vine, el cielo está oscuro y no hay estrellas.
—¡Oiga!¡Padre! —escucho detrás de mí. La voz no le toma mucho alcanzarme, sin darme cuenta, ya está a mi lado—¿Usted sabe qué significa los garabatos egipcios, cierto? —no le respondo—. Es por eso que sugiere que no cometió el crimen con pleno sentido de lo que hacía.

Prodigio.

—Es usted maquinal, Agente. Le irá muy bien a su vida serlo más a menudo.

Apuro el paso.

Él se pone delante de mí y corta el paso.

—Padre, de verdad necesito su ayuda.

Suspiro.

—Lo haré—digo finalmente—. Necesito verlo—él sabe que me refiero a Andrew.

Aunque mi mente se imagina a la víctima de la gasolinera, se imagina cuan irreconocible habrá quedado. Mi mente me lleva a cuatro años atrás, un Andrew ojeroso y ebrio, me pregunto en qué momento todo se escapó de nuestro control. En qué momento Andrew se convirtió en esta persona.

—Conseguiré a otra, Dashner— me miró, sabía que no lo decía en serio. Pero el alcohol y el dolor no se inmutaban de la lucidez de los pensamientos—. Samantha era una zorra, estaba loca. Ya me estaba cansando, de todas formas—quería matarlo, sentía las fibras de odio correr las venas de mis puños.

—¡No le llames así, Andrew! —caminé hasta él y me aferré al borde de su franela. Pero él no le importó—Eres un bastardo, sí tu no fueras estado en su vida...—se me rompió la voz—sí tan sólo no la fueras tratado como si tuviera la jodida culpa de estar inestable.

Él carcajeó.

Yo lo golpeé.

Hasta sangrar, e incluso después.

—Necesito ver a mi viejo amigo.




P A T   V A S Q U E Z 



Los pecados del Capellán

Los pecados del CapellánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora