Dos.

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Abro los ojos.

Un haz de luz cegadora entra en mis pupilas, quemándome. Cierro los ojos rápidamente y aprieto los párpados unos segundos, para aliviar la molestia. Lo intento de nuevo, pero esta vez más despacio, parpadeando varias veces para acostumbrarme a espantosa claridad.

Un borroso y solitario ramo de margaritas está comenzando a marchitarse sobre el alfeizar de la ventana.

Pestañeo para lograr apartar esa tenue neblina que empaña mi mirada, y mi cerebro. Siento los párpados tan pesados como ladrillos, amenazando con volver a cerrarse en cualquier momento, pero lucho por mantenerlos abiertos. Poco a poco, me acostumbro a la luz.

Ahora puedo ver bien esas margaritas de color rosa, que están muriendo, apretadas en un sencillo jarrón de cristal, inspirándome una extraña sensación de tristeza.

—Se ha despertado! —Escucho decir a alguien a mi lado—. La paciente de la "219" se ha despertado. Llamen a los familiares e informen inmediatamente al doctor.

¿Doctor? Intento girar la cabeza para ver a la mujer que habla, pero mi cuello está demasiado rígido. Me duele la espalda, y a medida que va pasando el tiempo, el dolor se intensifica, sobre todo en la zona lumbar. Asustada y confusa, busco con los ojos algo que me dé una pista sobre lo que ocurre.

Mi mano derecha está conectada a dos tubos, y de mi pecho salen varios cables, conectados a una máquina gris que emite pitidos irregulares.

Trato una vez más de mirar a mi alrededor, forzando a mi cuello de yeso a moverse, y me alivia ver que, poco a poco, puedo observar más de la pálida habitación en la que me encuentro.

—No te apures. Llevas mucho tiempo quieta y tu cuerpo necesita acostumbrarse. —Dice la misma voz.

Giro un poco más la cabeza y una mujer rubia aparece en mi línea de visión. Es alta, de piel bronceada y está completamente vestida de blanco. No me gusta. Tiene los labios apretados y las cejas muy finas, fruncidas con fuerza mientras escribe enérgicamente sobre una carpeta azul.

—¿Cómo te sientes? —Me pregunta levantando la mirada, pero sin apartar el bolígrafo de la hoja.

¿Quién es esa mujer? La miro de arriba a abajo, insistiendo en su rostro y en sus fríos ojos azules. No la conozco, así que me olvido de ella y giro la cabeza para seguir mirando la habitación; esta vez, mi cuello cede con mayor facilidad.

Realmente, no hay mucho que ver; sólo las cuatro paredes que me rodean, pintadas de un tenue color salmón y un sofá marrón que está al lado de la cama, desoladamente vacío.

—Dime si te duele algo. —Insiste la mujer, con voz seria.

Me duele la espalda, cada vez más, pero no se lo digo; no la conozco de nada y no sé para qué quiere saber tal cosa. Ignorándola, bajo la vista a las sábanas que me cubren. En ellas, un difuso nombre en color azul se repite una y otra vez a lo largo de una línea: "Hospital".

¿Hospital? ¿Por qué estoy en un hospital?

Ahora siento miedo. No sé por qué estoy aquí. ¿Qué me ha pasado?

Escucho pasos acelerados y giro la cabeza de nuevo para ver a un hombre, de cabello canoso, entrando a toda velocidad en la habitación.

—Se ha despertado, Doctor Fernández. —Le informa la mujer.

—Al fin te has decidido a volver —Dice él, con un bonito acento español, sonriéndome. Lo miro confundida. ¿A dónde había ido?—. Empezaba a perder la fe con este caso —Le confiesa a la mujer—. ¿Cómo están sus constantes?

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⏰ Última actualización: Aug 31, 2015 ⏰

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Hoja en blanco © (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora