06 | 𝙘𝙖𝙥𝙞𝙩𝙪𝙡𝙤 𝙘𝙞𝙣𝙘𝙤

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Sólo alcanzó a saludar a su madre alrededor de las doce, minutos después de despertarse, antes de que ésta se marchara

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Sólo alcanzó a saludar a su madre alrededor de las doce, minutos después de despertarse, antes de que ésta se marchara. La encontró en el piso de abajo, caminando de aquí para allá, mientras recogía sus pertenencias y las guardaba en el fondo de un maletín negro. Parecía estar haciendo un esfuerzo para repasar en un murmullo lo que necesitaba para su primer día de trabajo. 

La mente de Nico estaba desordenada por el sueño, razón por la cual se detuvo en el umbral de la cocina, aún sintiendo el sabor de la pasta de dientes en la lengua. Observó a su madre en silencio, sintiéndose repentinamente cansado con sólo ver sus movimientos. Al salir de su habitación, halló el piso superior vacío, por lo que Agnes debía de estar en la cocina. O en algún otro lugar de aquella enorme casa. Descubrió la respuesta en pocos instantes: 

—Oh, ya despertaste—se alegró su madre, deteniéndose lo suficiente como para obsequiarle una sonrisa. Se recogió el cabello detrás de la nuca, tan elegantemente como sus dedos nerviosos de lo permitían, y se dio por vencida cuando notó que algunos mechones se le escapaban. Agnes, atraída por las palabras hacia su hermano, salió de la cocina justo a tiempo.

—Yo te ayudo, mamá—dijo, sonriéndole. 

Nico arqueó las cejas mientras su madre tomaba asiento y Agnes, posicionándose detrás, le peinaba el cabello. 

—Íbamos a llamarte para desayunar—continuó su mamá, observando su vestuario ante el espejo de la sala, sin moverse un milímetro a pedido de su hermana—, pero Agnes insistió en dejarte dormir un poco más. 

—Sí, no creo que estar de malhumor te haga bien a esas horas de la mañana.

—Ja, ja—soltó Nico, poniendo los ojos en blanco—, ósea que ahora estaré de malhumor por tener hambre.

—Es algo que podemos arreglar—sonrió su hermana, terminando de acomodar el cabello de su madre, para luego dejarla con su desastre de carpetas y papeles y llevar a Nico a la cocina.

Nico estaba bromeando, de hecho, pues rechazó el café, las tostadas y la fruta que su hermana le ofreció, decidiendo que se limitaría a tomar asiento, temiendo hacer estallar las punzadas de agudo dolor en su cabeza si se movía demasiado. Sentado al borde de la barra del desayuno, se recargó contra ésta, dejando caer la cabeza hacia delante. 

—Te extrañé muchísimo—admitió, momentos después, puesto que se había visto incapaz de decirlo ayer por la tarde, junto a la abrumadora presencia de su madre.

Alzó un dedo hacia la cicatriz de su cuello, rozando los bordes que acababan en filo y se extendían hasta la zona baja de su mandíbula, arrepintiéndose tan pronto la mirada de su hermana siguió sus movimientos. Enroscó el dedo alrededor de su collar, fingiendo tranquilidad, y se enderezó.

Comprendía lo que las personas veían al posar sus ojos sobre él. Ojos azules, demasiado oscuros para ser considerados bonitos, piel pálida, labios rojos y finos, así como cejas rubias, casi marrones: las ropas se ceñían con holgadura en su cuerpo delgado y las remeras constantemente se deslizaban por su clavícula, haciendo obvia la rápida perdida de peso que atravesó durante el estrés de sus años previos al hospital. Su cabello no ayudaba con la apariencia, siendo una mata de rizos rubios, descontrolados, que sólo peinaba cuando su estado de animo se lo permitía.

Alma Dinamita [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora